La vorágine digital que vivimos en la actualidad lleva algunos riesgos aparejados, uno de los cuales es el de que nos den gato por liebre. Y es que no faltan quienes aprovechan el tirón del mainstream digital para pontificar acerca de lo que hay que hacer o no hacer para sobrevivir a la revolución tecnológica. Pero a poco que rascas un poco en la superficie, te das cuenta de que muchas veces detrás de tanto gurú hay más postureo que verdadera aportación de valor.
La ausencia de contenido es un fenómeno que en realidad se da con frecuencia en todo aquello que apunta a convertirse tendencia, llámese digitalización, coaching, cocina o sostenibilidad. Cuando algo se pone de moda, se genera un interés a su alrededor y se buscan voces autorizadas que ilustren a la sociedad acerca de esa temática. Ante esa creciente demanda, junto a los verdaderos expertos, aprovechan para colarse determinados fake que saben lo justito pero que tienen la habilidad para disfrazar de tal manera su discurso que consiguen dar el pego, al menos durante un tiempo.
No siempre resulta sencillo desenmascarar a los falsos tecnólogos, ya que están habituados a embaucar a las audiencias poco informadas con palabras bonitas y mucho fuego de artificio. Uno de sus grandes aliados es la inexperiencia de muchas empresas en estos asuntos. Una ausencia de referentes que las convierten en víctimas propiciatorias de camelos digitales.
Sin embargo, hay algunas pistas que pueden ayudarnos a distinguir el trigo de la paja en lo que atañe a transformación digital.
Las dos primeras pistas
Uno de los primeros síntomas de que nos encontramos ante un tecnoexperto fraudulento es su tendencia a hacer predicciones catastrofistas sobre el futuro de la humanidad. No son expertos en nada, pero se permiten el lujo de jugar a futurólogos con todo. Pérdidas de puestos de trabajo, exclusión social o deshumanizacion laboral son algunos de sus temas predilectos. Sin embargo, ninguna de esa predicciones está apoyada en evidencias o en investigaciones con el mínimo rigor científico. Son meras suposiciones que lo único que consiguen es crear alarma social.
Una segunda pista útil es que suelen ir a rebufo de la tendencia. Es decir, hablan de una cosa o de otra en función de cuál sea el tema que esté más de actualidad en ese momento. Si la corriente es robotización, ese será su tema estrella; pero si lo que pega es el machine learning, será sobre machine learning de lo que tratarán sus lecciones magistrales. Pero nunca abrirán camino introduciendo en el debate nuevos elementos propios que permitan evolucionar el nivel de discurso.
Como los charlatanes de feria
Otro tic que nos puede ayudar a quitarle la careta a uno de estos sabios de andar por casa es que no llegan a tocar hueso en ninguna temática concreta. Es decir, no son expertos en big data, ni en IA, ni en Internet de las cosas, ni en la nube, ni en nada en particular. La suya es una sabiduría del ignorante, consistente en picotear un poco de todos los palos, siempre de manera superficial, repitiendo argumentos que han escuchado a otros, pero sin profundizar realmente en ninguna disciplina y con una total ausencia de ideas propias.
El riesgo de creerse a estos pseudoexpertos es que cuando consiguen meter la cabeza en proyectos reales no tardan mucho en caerse con todo el equipo. Su falta de conocimiento y de experiencia en implementaciones hace que la ejecución diste mucho de ser excelente. Y las consecuencias pueden ser terribles en términos de eficiencia y costes para la empresa que los contrató en primera instancia: trabajos que quedan inacabados, cambios de proveedores a medio camino, inaplicabilidad del proyecto, etc.
Aun más desastroso es cuando estos personajes participan en proyectos de carácter transversal, ya que su influencia negativa no solo es una rémora para su área de actuación, sino que se extiende por contagio como un virus nocivo a otros departamentos de la empresa y puede llegar incluso a salpicar a los clientes de la empresa.
Así que cuidado con los falsos expertos, porque su falta de talento puede arrastrar a todos aquellos que se dejen embaucar por sus buenas palabras.