Veintidós niños huérfanos de entre tres y nueve años portarían en sus cuerpos la vacuna de la viruela a las Américas.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna zarpó de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 a bordo de la corbeta María Pita, un buque de la Armada de los llamados “correo de guerra”, que eran los más rápidos y habituados al viaje trasatlántico. Por feliz casualidad, el barco de los héroes de la vacuna llevaba el nombre de la heroína gallega. Imitando a Colón en el viaje del descubrimiento, utilizarían las Canarias como trampolín para la travesía atlántica, pero no sólo hicieron escala en Santa Cruz de Tenerife por razones técnicas de navegación, sino para vacunar a la población de dicha isla y, lo que era aún más importante, dejar en funcionamiento una Junta de Vacunación que debía encargarse de inmunizar a las Islas Canarias.
La travesía del Atlántico duró menos de un mes y no presentó problemas, pero éstos surgieron tan pronto tocaron la primera tierra americana, la isla de Puerto Rico. Tiempo atrás un médico local había traído la vacuna de la cercana isla de Saint Thomas, y se había vacunado a la población portorriqueña. Eso suponía una amenaza a todo el proyecto, pues se contaba con reclutar allí nuevos niños para transportar en vivo la vacuna. Como explicamos en el anterior artículo del pasado domingo, los huérfanos de la expedición formaban una cadena humana en la que se iba inoculando el virus de la viruela de uno a otro, pero para continuar la cadena hacían falta niños que no estuviesen ya inmunizados, y en Puerto Rico no quedaba ninguno.
Por otra parte el director de la Real Expedición, el médico de Carlos IV, Francisco Javier Balmis, se tropezó con la falta de colaboración y aun la hostilidad de las autoridades locales, lo que le llevó a zarpar rumbo al continente lo antes posible. Quería llegar a La Guaira, el puerto de la Capitanía General de Caracas, pero el mar Caribe maltrató a los navegantes hasta hacer del viaje un suplicio. Esas dos desgracias, hostilidad y celos de las autoridades indianas y mala mar, les amenazarían persistentemente.
En Caracas, adonde llegaron en penosa situación, les recibieron sin embargo muy bien y pudieron crear la primera Junta de Vacunación de América, que serviría de modelo al resto del continente. Los reinos de Indias habían sufrido fuertes epidemias de viruela al menos desde el siglo XVI.
Tradicionalmente se echaba la culpa de ello a la llegada de los conquistadores españoles, y concretamente a un esclavo africano de Pánfilo Narváez, rival de Hernán Cortés que en 1518 desembarcó en México. Sin embargo las investigaciones más recientes apuntan a que la viruela ya existía en los tiempos precolombinos, lo que pasa es que los indios no dejaron documentos escritos del fenómeno, como en cambio sí hicieron los cronistas españoles. Pero dejaron documentos gráficos como los dibujos de algunos códices mexicanos, o las esculturas del Templo de las Cabezas de Tiahanaco, en Bolivia.
La frecuencia de las epidemias llevó a que las autoridades indianas se preocupasen por llevar a sus territorios las primitivas vacunas desde 1777, cuando se introdujo en Buenos Aires. Sin embargo estas campañas profilácticas fueron muy locales, incompletas y, en definitiva, poco efectivas. En Santa Fe de Bogotá, capital de Nueva Granada (actual Colombia), se había introducido por ejemplo en 1792, lo que no impidió que en 1802 estallase una grave epidemia de viruela que precisamente fue la causa de que se enviara la Real Expedición.
El proyecto de ésta contemplaba en cambio una vacunación general y sistemática desde Texas y California a Chile y Argentina, la inmensa América española, con una progresión geométrica, creando Juntas de Vacunación responsables de extender la vacuna y de crear nuevas juntas. Para ello Balmis comenzó por dividir la Real Expedición en dos. Un grupo, dirigido por el subdirector de la misión, el médico José Salvany, iría a Santa Fe de Bogotá y desde allí irradiaría su acción por Sudamérica.
Esclavas africanas y soldados españoles
Balmis, al frente del otro grupo, se encargaría de América Central, del Norte y del Caribe. En mayo de 1804 se hizo a la mar a bordo de la María Pita con rumbo a La Habana, y encontró sus tradicionales enemigos, primero un terrible Mar Caribe que puso en peligro la salud de sus niños, y luego un capitán general de Cuba que no le hizo caso, porque en Cuba ya habían introducido la vacuna. No le dejaban hacer nada y Balmis decidió navegar sin demora hacia Nueva España (México), pero necesitaba urgentemente por lo menos cuatro nuevos portadores para la vacuna, y ante el rechazo del capitán general, se tuvo que arreglar por su cuenta. Al fin consiguió tres esclavas negras que no habían sido vacunadas y que se sumarían a la nómina de los “héroes de la vacuna”, pues gracias a ellas logró llegar al continente con la vacuna viva.
En Yucatán fue en cambio muy bien recibido por el gobernador, que le dio todas las facilidades. Balmis creó en Mérida de Yucatán la primera Junta de Vacunación de América Septentrional, luego llevó el proyecto hasta Guatemala y a Oaxaca, en el extremo sur del actual Méjico. Cumplida su misión en la zona volvió a la mar y navegó hasta Veracruz. En ese puerto que es la principal entrada a México se encontró de nuevo con un lugar donde ya está implantada la vacuna, lo que le dejaba sin recambios para su cadena humana de portadores. El problema se resolvería al encontrar que los soldados de un regimiento de la guarnición no estaban vacunados. Unos cuantos militares se sumarían así a los huérfanos madrileños y gallegos y las esclavas cubanas.
Los esfuerzos de Balmis para llegar con la vacuna viva a la Ciudad de México, capital del Virreinato, no fueron reconocidos por el virrey Iturriagaray. Se llevaban tan mal que Balmis decidió abandonar la capital azteca y asentar su cuartel general más al norte, desde donde comenzó la sistemática y esforzada tarea de ir creando Juntas de Vacunación que se ocuparan de inmunizar a la población de forma generalizada.
En febrero de 1805, un año y tres meses después de la salida de La Coruña, Balmis dio por completada su misión en América y se dirigió a Acapulco. Allí, contemplando el océano que siglos atrás había descubierto Núñez de Balboa –el Mar el Sur lo llamaron en principio-, Balmis asumió que la inmensidad del Pacífico y Asia le esperaban.