China proyecta conectar Asia y Europa a través de un cinturón económico. Si Occidente no se abre a los países emergentes, estos se verán obligados a crear otras estructuras y se fragmentará la gobernanza global.
El ascenso de China ha sido, probablemente, el hecho de mayor relevancia geoestratégica en las últimas dos décadas. Sin embargo, Occidente no ha acomodado a China, ni al resto de emergentes, en los esquemas de gobernanza global conforme a su peso geopolítico y económico.
algunos estándares internacionales. Así, gracias a sus 3,8 billones de dólares en reservas de divisas, China se ha erigido en el principal proveedor de financiación a escala mundial de los países en desarrollo. El Banco de Desarrollo de China, de hecho, ya concede más préstamos que el propio Banco Mundial.
Occidente, desde hace ya tiempo, ha instado a Pekín a cambiar este modelo de diplomacia financiera bilateral por un enfoque multilateral más acorde con sus estándares. Estamos ya acostumbrados a escuchar que China debería implicarse más en la provisión de bienes públicos globales. El presidente Obama llegó, incluso, a acusar a Pekín de free rider o polizón.
El esperado momento de cambio ha podido llegar con el acceso de Xi Jinping al poder, sea por el mayor interés chino en los asuntos globales o por imperativo económico. El gigante asiático se encuentra en un momento de ralentización del crecimiento, a la vez que economías clave para China introducen medidas proteccionistas. Ya no sólo es necesario exportar sino también potenciar mercados internos fuera de sus fronteras. De esta manera se incentivaría la demanda de productos chinos y daría salida al exceso de capacidad de ciertos sectores productivos. Resulta aconsejable, para ello, un enfoque más multilateral y minimizar los riesgos en sus inversiones. Así lo demuestran sus recientes iniciativas en política exterior y su mayor compromiso con el proceso de globalización, muy beneficioso para China.
La creación en julio del año pasado del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB en sus siglas en inglés) fue un paso en esta dirección. El NDB agrupa a las cinco economías BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— y está dotado con 100.000 millones de dólares. Xi, en la misma línea, anunció la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), con sede en Shanghái, durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) celebrada en Pekín.
Nos encontramos, por último, con un fondo para la nueva ruta de la seda dotado con 40.000 millones de dólares, que viene a complementar compromisos previos de inversión en Asia Central por más de 50.000 millones de dólares. El fondo se circunscribe a la iniciativa de las nuevas rutas de la seda con las que China pretende invertir en proyectos de infraestructura en Eurasia. La iniciativa abarca a 60 países que albergan a casi dos tercios de la población mundial y representan una tercera parte del PIB global. Incluiría un cinturón económico terrestre a través de Asia Central y un camino marítimo del siglo XXI que abarcaría el océano Índico y los mares de China Meridional y el Mediterráneo. Las dos rutas, combinadas, conformarían una red —y no tanto un camino— que facilitaría la conectividad entre Asia y Europa.
En su tramo europeo, destaca la inclusión del puerto griego de El Pireo en el brazo marítimo del proyecto. El puerto está parcialmente operado por la naviera estatal china Cosco. En torno al 80% del comercio chino con la UE es marítimo. El Pireo estará conectado con el resto de Europa a través de infraestructuras financiadas por China en los Balcanes y Hungría. Esta mejora de la conectividad consolidará a China como principal socio comercial de la UE, categoría que ha ocupado durante la última década. La iniciativa reafirma la voluntad china de consolidarse como un poder euroasiático conectando los dos extremos más dinámicos del continente: Asia Oriental y Europa Occidental. Ocupa, a su vez, los espacios perdidos por Rusia en Asia Central y trata de apaciguar las disputas territoriales con sus vecinos inmediatos.
Parece relevante, en este contexto, la incorporación de Reino Unido al AIIB como miembro fundador. La nueva posición británica está arrastrando a otros países europeos (Alemania, España, Francia o Italia), de Asia-Pacífico (Corea y Australia) y emergentes (Brasil, Rusia y Turquía) a participar en el accionariado del AIIB. Este viraje es interpretado por Washington como un revés geopolítico para EE UU.
Esta interpretación, a mi juicio, es errónea. No hemos sido capaces de reformar las instituciones internacionales creadas tras la II Guerra Mundial para hacerlas inclusivas y eficaces. El Banco Asiático de Desarrollo (ADB) es un buen ejemplo. Está liderado por Japón y EE UU, cada uno de ellos ostenta cerca de un 13% de votos y el presidente siempre ha sido japonés. China no alcanza el 6% de votos. Lo mismo podría decirse del Banco Mundial o del FMI, que sigue controlado por europeos y norteamericanos. La reforma acordada en 2010, en la cumbre del G20 en Seúl, aumentó la cuota de China del 3,65% al 6,19%. Pero aunque esta reforma era un pequeño paso en la buena dirección, todavía no se ha implantado debido a que el Ejecutivo estadounidense es incapaz de convencer al Congreso de que ratifique el acuerdo. Peor aún: cinco años después, esta no reforma ya se ha quedado desfasada.
Revisando lo anterior, no debe extrañar que China cree un nuevo banco de desarrollo regional, en este caso especializado en infraestructuras. Demuestra que estas nuevas iniciativas chinas no son revisionistas sino reactivas. Si las instituciones existentes no dan cabida a China y a otros emergentes, estos se verán forzados a crear estructuras nuevas. Se fragmentaría, como consecuencia, la gobernanza global en un sistema de bloques ideológicos y económicos a modo de globalización parcelada. La incorporación del Reino Unido y otros europeos al AIIB es, por ello, bienvenida; ya que podría facilitar que estas nuevas instituciones se conviertan en complementarias y no en rivales. No estaríamos, en ese caso, ante un juego de suma cero. Ambos bancos de desarrollo asiáticos debieran ser, idealmente, capaces de complementarse como lo hacen en América Latina el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF). Por otra parte, esta habría sido una gran oportunidad para que la Unión Europea pudiera estar representada directamente, como Unión, en el AIIB; tal y como sucede ya en el G20 o en la Organización Mundial de Comercio.
Occidente debe mantener una actitud abierta hacia estas nuevas propuestas chinas, aunque combinada con una actitud exigente a la hora de asegurar la multilateralidad, transparencia y rendición de cuentas de los nuevos instrumentos. De esta manera se aseguraría la orientación de las inversiones hacia criterios de mercado, protección medioambiental y unos mínimos estándares laborales. Hay más medidas pendientes, como agregar el renminbi (yuan) a la canasta de monedas con la que se calculan los derechos especiales de giro en el FMI. También buscar aspectos complementarios en las dos grandes negociaciones comerciales en Asia: el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, liderado por EE UU) y el Área de Libre Comercio del Asia-Pacífico (FTAAP, preferido por China). En términos generales, una aproximación occidental de este tipo obligaría a China a asumir una parte proporcional de la responsabilidad que le corresponde en la provisión de bienes públicos globales.
Es una buena noticia que China adopte un enfoque más multilateral y un mayor compromiso con el proceso de globalización. Sería conveniente que, durante los próximos meses, se consiguiera alinear los intereses de la UE, EE UU y China de cara a la presidencia del G20 que ostentará Pekín en 2016. Parece el momento adecuado para que EE UU y China generen confianza estratégica mutua para desbloquear la asunción de responsabilidades a nivel global. En un mundo tan interdependiente como el actual, esta es una oportunidad que no debemos desaprovechar.