El primer sumergible debió entregarse a la Armada en 2012, pero no llegará hasta 2023. Navantia sigue sin cerrar ningún contrato de venta. Holanda lo rechazó porque todavía no se ha probado.
Era el gran proyecto de la Armada española. Con él se iba a renovar la flota de submarinos y proteger toda la costa del país de posibles ataques militares. También era la bandera con la que salir al mercado internacional para el astillero que Navantia tiene en Cartagena (Murcia). El S-80, el mejor submarino del mundo, aseguraban los directivos de la empresa pública española.
Pero ocho años después de que Navantia tuviera que haber hecho entrega del primer sumergible a la Armada, su construcción sigue en proceso, se han dilapidado cerca de 4.000 millones de euros y España sigue sin tener ni un sólo contrato de venta cerrado con terceros países.
Hace ahora siete años -el ya lejano 27 de junio de 2013-, la por entonces diputada de UPyD Irene Lozano, hoy en las filas del PSOE y presidenta del Consejo Superior de Deportes (CSD), presentó una batería de preguntas en el Congreso de los Diputados cuestionando al Ministerio de Defensa acerca de un controvertido proyecto de Navantia, la sociedad pública española dedicada a la construcción naval civil y militar.
En sus preguntas se refería a los trabajos de ejecución del submarino S-80 que, pese a contar ya con un presupuesto de 2.136 millones de euros, acumulaba años de retrasos y sobrecostes en su ejecución.
De haberse cumplido los plazos previstos al inicio del programa de construcción, la primera de las cuatro entregas del S-80 a la Armada española debía haberse ejecutado en 2012. Irene Lozano preguntó al ministro de Defensa en ese momento, Pedro Morenés, del PP, si iban a depurarse responsabilidades en Navantia y en la Armada por “los errores cometidos” en la fabricación del submarino, los cuales habían retrasado el programa y ocasionado un “sobreprecio difícil de valorar”.
La exdiputada de UPyD planteaba sus preguntas debido a que, en fechas anteriores próximas a aquel junio de 2013, Navantia había desvelado errores en el diseño del submarino que suponían una desviación del peso de unas 125 toneladas. Unos gramitos de nada que impedían que el sumergible saliera a flote en el alta mar.
La otra opción, que nadie contemplaba, era dejarlo morir. Así, de las arcas del Estado ya han salido 3.907 millones. Cada uno de los cuatro ejemplares que la Armada encargó a Navantia tendrá un coste final que rozará los 1.000 millones.
Esta cifra es casi cuatro veces superior a la partida extraordinaria de 1.056 millones que el actual Gobierno va a destinar en ayudas directas a la ciencia y a la investigación en 2020 y 2021; es más del doble de los 1.900 millones que Educación va a usar este año para el pago de becas y ayudas al estudio, y son 907 millones más de los 3.000 que el Ejecutivo calcula destinar anualmente al abono del Ingreso Mínimo Vital, presentado como un hito social para decenas de miles de familias no pasen hambre.
Escándalo silenciado
Pese a que este escándalo nunca ha suscitado polémica o debate social en España, de él surgen una serie de cuestiones a responder. ¿Han escuchado alguna vez de boca de algún político y con cierta insistencia que este sea uno de los mayores ejemplos de dilapidación de dinero público del último cuarto de siglo en España?
Seguramente no, porque los sucesivos gobiernos de los dos grandes partidos del país, PP y PSOE, se han visto obligados a inyectar partidas millonarias para salvar el proyecto. A ninguno le interesaba romper ese pacto de no agresión en torno al S-80 y a Navantia, una empresa de capital público con intereses a nivel internacional.
¿Se han planteado ustedes en algún momento por qué ningún sindicato ha levantado la voz en exceso? No lo han hecho porque el flujo de dinero no ha dejado de entrar desde principios de la década pasada en el astillero que Navantia tiene en Cartagena, donde se construyen los S-80 Plus.
Las protestas más duras en los últimos años las han protagonizado los empleados de astilleros de San Fernando y Puerto Real (Cádiz), o de El Ferrol (La Coruña), para pedir nueva carga de trabajo.
Cuando los trabajadores de Navantia en distintos puntos del país salían a la calle, se enfrentaban a la Policía y cortaban carreteras o quemaban ruedas, los de Cartagena secundaban las protestas con simples paros de algunas horas en su jornada diaria.
Y la última cuestión. ¿Tendrá algo que ver en los sobrecostes y los retrasos que el director del proyecto del citado submarino y, a su vez, del astillero murciano, Agustín Álvarez Blanco, falseara su currículo ante Navantia durante 30 años al asegurar que era ingeniero naval? Agustín Álvarez carece de titulación universitaria. Le faltó presentar el trabajo final de carrera para obtenerla.
EL ESPAÑOL desveló la noticia en noviembre de 2018. En ese momento, Navantia dijo que iba a relevar a Álvarez Blanco pero que “en ningún caso” su falta de titulación universitaria había afectado ni tenido “consecuencias directas sobre el cometido que ha venido desempeñando dicho directivo”.
Idea de Trillo
En febrero de 2020, el capitán de fragata Alfonso Carrasco Santos, que fue uno de los principales responsables del control de la Armada sobre el proyecto de los S-80, publicó un artículo en la Revista General de Marina. Lo tituló ¿Quo vadis FLOSUB?, en referencia a la flotilla de submarinos de que dispone España en la actualidad.Carrasco Santos critica de forma sibilina que el Ministerio de Defensa autorizara en 2004, con el murciano Federico Trillo todavía al frente, que en el astillero de Navantia en Cartagena (Murcia) se iniciaran los trabajos para desarrolar el sumergible.Fue una “decisión muy valiente y a la vez audaz (…) al apostar por este astillero español que no había construido submarinos en solitario en la era moderna, ya que siempre lo había hecho con la ayuda de los franceses como socios tecnológicos”. Las anteriores series, la S-70 y la Scorpène, habían contado con el diseño de ingenieros navales galos.
Pero unas líneas más abajo, este capitán de fragata añade: “Esta decisión en mi opinión fue arriesgada al apostar por un astillero con experiencia más que probada en la construcción de buques de superficie, pero con poca en la complicada tarea de fabricar artilugios [se refiere a submarinos] tan complicados y sin el apoyo de un socio tecnológico. Creo que tanto la Armada como Navantia se dejaron llevar por el optimismo del éxito del programa Scorpène (de la empresa francesa DCNS) y el astillero no fue lo suficientemente crítico con sus verdaderas posibilidades como constructor en solitario al desligarse de los franceses”.
Alfonso Carrasco Santos ponía el foco en el origen del proyecto. Hasta 2009, España mantuvo un acuerdo con Francia para desarrollar submarinos y venderlos después a terceros países. Los ingenieros franceses los diseñaban y desarollaban, y los astilleros españoles los construían. Así se llegó a acuerdos comerciales con Chile o Malasia.
Pero en 2003, cinco años años antes, Navantia había decidido ir por libre con el S-80. Federico Trillo, nacido en Cartagena en 1952, se puso una medalla en su tierra. Pensó que los ingenieros y operarios del astillero de su ciudad natal serían capaces de hacer el trabajo completo, desde idear el proyecto hasta botar el submarino.
“Para que nos los diseñen los franceses, los hacemos nosotros y nos llevamos todos los beneficios”, cuenta una fuente a este periódico acerca de lo que solía decir el exministro de José María Aznar allá por 2003.
En 2004, la Armada española necesitaba relevar sus tres submarinos de la serie S-70: el Galerna (S-71), el Mistral (S-73), y el Tramontana (S-74). Defensa se puso un objetivo ambicioso: entregar el primer S-80 en 2012. Se vendía como el proyecto que iba a poner al país a la vanguardia mundial en cuanto a la fabricación de este tipo de submarinos.
Pero los problemas no tardarían en llegar. Tras sucesivos retrasos, el gran fiasco llegó en diciembre de 2012. Navantia reconoció que el S-80 pesaba más de la cuenta. Tres años antes, la empresa pública había roto relaciones definitivamente con el astillero francés DCNS, con el que hasta ese momento cofabricaba el Scorpène.
Aquella ruptura abrupta -Francia acabó denunciando a España en mayo de 2009 ante el Tribunal de Arbitraje de París por plagio, aunque ambos países acabaron resolviendo la disputa de manera amistosa- provocó que Navantia tuviera que recurrir a Electric Boat, el mayor fabricante mundial de submarinos, que le cobró 14 millones por reconducir el proyecto. Se tuvo que alargar la eslora en diez metros (de 71 a 80,8) para compensar el sobrepeso, lo que dio pie al nuevo nombre del submarino, S-80 Plus.
Covid y retraso
Navantia completó en diciembre de 2019 el ensamblado del primer submarino del programa S-80. La idea era ponerlo a flote en octubre de 2020, hacer las pruebas necesarias y entregar el Isaac Peral a la Armada española en septiembre de 2022. El segundo, S-82 Narciso Muntiorol, en mayo de 2024. El S-83 Cosme García, en marzo de 2026. Y, por último, el S-84 Mateo García de los Reyes, en julio de 2027.
No está previsto que ninguno incorpore misiles de crucero Tomahawk, pero sí Harpoon Block II, lo que les dará una capacidad de ataque a tierra. El Cosme García será el primero que incorpore el sistema de propulsión AIP, independiente del aire y gracias al cual prolongará el tiempo de inmersión y convertirá al sumergible en uno de los submarinos convencionales más discretos del mundo.
Y en esto llegó la pandemia. La crisis generada por el coronavirus ha provocado un retraso acumulado de seis meses más en la construcción y entrega de los nuevos submarinos. La Armada no podrá disponer de la primera unidad hasta el primer trimestre del año 2023. El almirante jefe de Estado Mayor de la Armada, Teodoro López Calderón, lo reconoció en una videoconferencia organizada por Executive Forum el pasado 6 de junio.
Un solo submarino
No es la única mala noticia para la Armada en los últimos meses. El retraso de más de diez años en la entrega del primer submarino de la clase S-80 Plus, prevista para 2012, ha conllevado que España se haya quedado con un solo ejemplar operativo, cuando en la década pasada contaba con hasta cuatro. La noticia la desveló El País hace tres semanas.
Dos se han dado ya de baja, el Mistral y el Siroco. Otro, el Galerna, diseñado por ingenieros franceses en los años 70, está en reparación hasta finales de 2021. Sólo el Tramontana se encuentra en activo, aunque también debería estar ya en desuso.
Los retrasos en la construcción del S-80 y la paralización de las inversiones en Defensa entre 2008 y 2018 han dejado a la Armada casi al descubierto. No se trata de un asunto baladí: España cuenta con casi 8.000 kilómetros de costa, está bañada por el mar Mediterráneo y el Atlántico -dos hipotéticos escenarios bélicos- y tiene por el sur el Estrecho de Gibraltar, por el que circulan alrededor de 82.000 buques al año y un gran volumen de submarinos, algunos de ellos nucleares.
En un cable de Wikileaks, EEUU advertía de la importancia estratégica del paso como uno de los lugares más importantes para la geoestrategia mundial. En la actualidad, países vecinos cuentan con una notable dotación de sumergibles en activo. Francia dispone de 10. Argelia, de seis. Portugal, de dos.
“Ningún contrato”
Pero si lo esencial ahora es la entrega lo antes posible de los cuatro sumergibles que la Armada espera desde 2012, el objetivo siguiente de Navantia es vender el S-80 Plus a terceros países. Por el momento, según fuentes de la empresa pública, “no hay cerrado ningún contrato”.
El cartel con el precio que España va a acabar pagando por cada submarino, que según Navantia es “el único AIP de 3000 toneladas actualmente en construcción en todo el mundo”, no es el mejor reclamo para salir a la venta: el coste en el mercado internacional de sumergibles similares oscila entre los 400 y los 600 millones de euros, entre un 40 y 60% más baratos.
En julio de 2019, Navantia presentó su oferta al concurso abierto por India para adquirir seis submarinos. En la empresa española cruzan los dedos para llevarse la adjudicación. Se trata de un proyecto por el que se compraría el diseño del S-80 Plus, pero la construcción se dejaría en manos de los astilleros indios.
A la espera de mejor suerte, a finales del año pasado Navantia ya se quedó fuera de la terna de países que competían por hacerse con el contrato de construcción de cuatro nuevos sumergibles para la Marina holandesa. La objeción que se le puso al S-80 para rechazarlo era que el modelo todavía no se había probado. De nuevo, los retrasos de tantos años suponían la pérdida de un hipotético ingreso multimillonario.