Desde hace cinco años la formación de maestros y profesores de secundaria recae en la Universidad, pero no parece que el cambio haya traído nada bueno.
Deberíamos aprovechar el interés despertado por el Libro Blanco de la Profesión docente para debatir con rigor sobre nuestros problemas y sobre sus soluciones. Comencemos por el principio. La formación de maestros y profesores de secundaria ha pasado a la Universidad. ¿Está cumpliendo bien sus deberes la Universidad? ¿Reciben nuestros futuros docentes una formación adecuada? Hoy voy a tratar de la formación de los profesores de secundaria. En España se ha implantado un Máster de Secundaria, que se hace después de terminar los estudios de grado. Comenzó el curso 2009-2010, después del proceso de verificación y consiguiente aprobación por ANECA. Han pasado, pues, cinco años. ¿Ha mejorado la formación? En un reciente número de la ‘Revista Española de Pedagogía’, Miguel A. Santos Rego y Mar Lorenzo Molero, (Universidad de Santiago de Compostela), escriben: “Su implantación de base y las condiciones de su implantación generalizada en las universidades apenas han reparado en la evaluación rigurosa de lo que supone la profesionalización docente para una educación secundaria en la sociedad del conocimiento”. Esta enrevesada frase quiere decir que no se han enterado de lo que es la profesión docente.
Como era de esperar, los resultados han sido decepcionantes. Los mismos autores remachan el clavo: “La impresión que sacamos de la literatura que se ha ido publicando es que, más allá de la ampliación del tiempo de formación, poco o nada ha mejorado. Y ello, tanto si lo admitimos como si no, compromete el papel asumido por las universidades al hacerse responsables de una formación sin las adecuadas garantías de calidad en su estructuración teórica y, mayormente práctica”. El anterior sistema (CAP: Certificado de Aptitud Pedagógica) era considerado por todo el mundo como un mero trámite vergonzante. Pues bien, Antonio Viñao (Universidad de Murcia) afirma: “Puede ya decirse que la calidad formativa del máster no es superior a la del extinto CAP e incluso en algunos casos, inferior”. Fernandez Enguita, gran conocedor del mundo de la educación y profesor del máster de secundaria en la Universidad complutense se pregunta en su blog si volvemos al CAP: “Pero sepa el público que ese máster, con esos 60 créditos y esas 1500 horas, tiene mucho de ficción. Al final, puede que se parezca bastante al CAP, excepto en el precio. Y en la Universidad miraremos hacia abajo, hacia la base del sistema educativo, y diremos, con orgullo marxista (el de Groucho, claro, en Monkey business): “¡Eh, fíjense en mí! He conseguido llegar por mí mismo desde la nada hasta un estado de extrema miseria.”
Rosa Ana Martin Vegas (Universidad de Salamanca) –refiriéndose en este caso al master de Lengua y Literatura– dice “la mayor parte de los profesores del máster no han dado nunca clase en secundaria (…) Nunca se concebiría que un profesor de cirugía careciese de experiencia en el quirófano; sin embargo se acepta e incluso se proponen que asuman tareas de gestión del máster profesores que nunca han tenido ningún contacto con la enseñanza secundaria”. Además, como han mostrado las encuestas sobre el máster hechas por Hernández Amorós y Carrasco Embuena, revelan una falta de planificación y coherencia entre las asignaturas, la coincidencia de temas y sobre todo, la pérdida de tiempo y aprovechamiento al repetir lo mismo en diferentes materias”. ¿A qué estamos jugando? ¿Cuándo en la escuela estamos hablando de aprendizaje cooperativo, integración de currículos, diseño pedagógico, quienes tienen que formar a esos docentes no han sido capaces de diseñar un programa formativo?
Un problema universal
Por cierto, este problema no solo se ha dado en España, lo cual puede hacer pensar que la Universidad moderna es incompatible con la educación. Denise Vaillant (‘Formacion de profesores de Educación secundaria: realidades y discursos’) escribe “Lamentablemente son pocos los casos en América Latina en los que el pasaje de la formación de profesores a la universidad se ha acompañado de reformas sustantivas que den respuesta a problemas, por ello existe el «divorcio» entre teoría y práctica, la fragmentación del currículum, la falta de conexión entre las enseñanzas de una materia específica y su pedagogía y la relación compleja entre los centros de formación docente y los establecimientos de Educación Secundaria”.
¿Es que no se han evaluado en la Universidad la efectividad del profesorado y de los máster? No. Eso no se estila en la Universidad española. En el estudio ‘Sistemas y políticas de educación superior’, dirigido por Julio Iglesias de Ussel, Jesús M. De Miguel y Antonio Trinidad, leo: “Una cosa es un plan oficial de evaluación (que lo hay) y otra es su aplicación en una universidad concreta. Muchas universidades han participado en distintos procesos evaluativos oficiales en España, pero los cambios ocurridos son pocos”. No me extraña que no haya ninguna Universidad española entre las 150 primera del mundo. La docencia está minusvalorada en beneficio de la investigación, que es la única que cuenta a efectos de sexenios. Se da por supuesto que todos los profesores universitarios son buenos docentes, y eso está por demostrar. Sobre todo en aquellos profesores que se van a encargar de formar a los docentes. Por eso, preguntamos: ¿Cuándo habrá un ‘Libro blanco de la profesión docente universitaria’?
En el Libro Blanco vamos a reivindicar la búsqueda de nuevos espacios educativos en los que el protagonismo deben tenerlo profesores con gran formación teórica y gran práctica educativa en el aula de infantil, primaria o secundaria. El puesto de formador de formadores debería ser una de los logros máximos de la carrera docente que estamos proponiendo. Desde la profesión docente no universitaria, debemos decir a la Universidad que cumpla sus deberes o abandone la formación de docentes.