España afronta un otoño e invierno críticos, con la economía hundiéndose de nuevo mientras la epidemia amenaza con descontrolarse totalmente.
La semana pasada estuvo plagada de pésimas noticias económicas mientras que la epidemia por el SARS-CoV2, con su epicentro en Madrid, cabalga de nuevo y comienza a devastar otra vez la economía. El peor dato de todos fue sin duda el indicador de actividad económica que publica Markit Economics, el PMI compuesto, en el que España ha tenido el peor resultado en septiembre entre las economías de cierta entidad del mundo, con un pésimo índice de 44,3, que marca una clara recesión económica y cayendo desde el ya mal resultado de agosto. A nivel europeo las cosas tampoco van bien, ya que Francia ha entrado también en recesión y la UE en su conjunto está a punto de hacerlo, solo salvada por la potente expansión de la industria alemana.
A nivel mundial encontramos bastantes disparidades, con EEUU y el Reino Unido en una notable recuperación, aunque menos fuerte de lo esperado, Japón saliendo de su particular pozo negro poco a poco mientras el país continúa cerrado y el mundo en su conjunto con una recuperación bastante más débil de lo que se pensaba, que no compensa ni remotamente lo perdido en los peores meses. Otras economías como Rusia, China, India y Brasil se encuentran también en una expansión económica fuerte, siendo para Brasil e India el primer mes que tal cosa sucede desde la debacle provocada por la pandemia la pasada primavera.
China, de hecho, es el único país entre las economías importantes del mundo que ha conseguido que el PIB interanual entre en positivo a 30 de junio de este año, con un crecimiento del 3,2%. El resto de economías importantes estaba en negativo a esa fecha, con un abanico que va desde el -0,2% de Taiwan hasta el asombroso -22,8% de India. Ojo que no estamos hablando de caída intertrimestral, sino de caída interanual tomando todo el primer semestre de 2020 y comparándolo con el mismo período de 2019. En España quedó en el -12,8%.
Otro dato atroz que conocimos hace escasas fechas fue el de empleo equivalente a tiempo completo de la Contabilidad Nacional, una cifra tan mala que cuesta casi creer. Cerró según esto el trimestre nada menos que con 3,6 millones de personas menos trabajando (en su equivalencia a jornada completa), lo que significa que se esfumó casi uno de cada cinco empleos por efecto de la epidemia. Se ha recuperado parte de este empleo durante el verano, y se recuperará más según vayan terminando los ERTE, pero no cabe duda de que mucho de ese empleo tardará en volver y que el dato da cuenta de la magnitud de la caída de la producción que está sufriendo el país. Ni en el peor de los momentos de nuestra particular gran depresión sufrida entre 2007 y 2013 (diciembre de 2013) hubo tan pocas personas trabajando en España.
La industria española sigue sin levantar cabeza, al contrario de lo que ocurre en muchos otros países, ya que su nivel de actividad continuaba en agosto un 5,7% por debajo del de un año antes.
Respecto a la construcción, los visados de obra nueva seguían hundidos en julio (el último mes disponible), con un 44,9% de descenso. La situación de la obra pública era todavía peor, con un descenso en junio del 86,3%. ¿Cómo puede ser que el sector público no reaccionara a toda velocidad para paliar el colapso de la demanda nacional? Son preguntas que debería responder el Gobierno –supuestamente de progreso– pero nos tememos que la respuesta solo puede ser una, y es que nos encontramos en manos de personas de una incompetencia de dimensiones abismales. Porque solo porque su ideología sea realmente afín al neoliberalismo –muy lejos de la autoproclamada socialdemocracia– no puede justificarse lo que se ha dejado de hacer en términos de inversión pública.
Los servicios en el período de enero a julio caían un 18%, pero siendo esto grave lo peor de todo es que este desplome solo se había moderado al 13,8% en julio, último mes del que disponemos datos. La hostelería era por supuesto el farolillo rojo, con un hundimiento hasta julio del 52,4%.
El descenso en las ventas de las grandes empresas, el indicador mejor correlacionado con el PIB, era a 31 de agosto del 11,6% en el acumulado del año, con el agravante de que en agosto seguíamos en terreno negativo (-5,4%). Es decir, muy lejos aún del terreno positivo.
Otro dato extremadamente preocupante es el Índice de Confianza del Consumidor, que históricamente refleja lo que podemos esperar de la economía en los próximos meses. Este indicador lógicamente se hundió en marzo y abril, para después remontar levemente hasta junio. Desgraciadamente ha vuelto a empeorar y en septiembre hemos visto el peor dato ¡desde diciembre de 2012!
Todavía más aterradoras son las cuentas de resultados de las empresas, lo que hemos visto en los datos de la Central de Balances, la macroencuesta que realiza de forma continua del Banco de España. La producción a 30 de junio llevaba una caída acumulada del 21,6%, el valor añadido un 22%, mientras que el ROE (beneficio neto), se desplomó un impresionante 69,6%.
Estos datos que acabamos de ver pintan un cuadro desolador de la economía española, con el agravante de un futuro de lo más incierto según apuntan los indicadores adelantados (PMI y confianza del consumidor).
A esto hay que sumar la inoperancia en que están sumidas buena parte de las administraciones públicas. Daremos solo un dato objetivo que demuestra el caos que se está viviendo en estas. A 30 de septiembre teníamos 9.765.352 pensionistas en España, cuando el número esperado en función de la evolución de años anteriores debería ser de 100.000 más. Aunque hayan muerto por la epidemia algo más de 20.000 pensionistas, eso significa que a día de hoy hay en torno a 80.000 pensionistas a quienes no han tramitado su pensión de jubilación, y el número no para de crecer mes tras mes.
Y lo peor de todo es que este caos e inoperancia están teniendo ya sus efectos en la evolución de la epidemia, con unos gobiernos (Central y autonómicos) que no han hecho en absoluto los deberes para prepararse durante los breves meses de bonanza. No se han realizado las inversiones en sanidad, educación y transporte público necesarias para reducir las tasas de transmisión de la infección y se ha permitido, en un desesperado intento por reactivar la hostelería, una ocupación temeraria de los espacios cerrados, mientras que los clientes consumían sin mascarillas. De locos cuando sabemos ya que esa es una situación de altísimo riesgo para las personas. Especialmente dramática es la falta de inversión en laboratorios públicos para llevar el número de pruebas de PCR a los niveles recomendables, así como en rastreadores para aislar los focos de infección. El patético enfrentamiento entre el Gobierno Central y el de la Comunidad de Madrid no es sino el colofón de toda esta serie de despropósitos, con unos políticos que solo piensan en las encuestas mientras que la gente está muriendo en las UCI de los hospitales.
Con este panorama, solo podemos prepararnos para lo peor durante este otoño e invierno, mientras que el régimen del 78 se cae a pedazos víctima de su propia corrupción, nepotismo e inoperancia, arrastrándonos a todos con él. Es obvio que nuestro país necesita un cambio de régimen de forma urgente, pero desgraciadamente no parece que haya consenso social al respecto, ya que buena parte de los ciudadanos están actuando como hooligans de los mismos que nos han llevado a este desastre. Ojalá que las cosas cambien en los próximos meses a este respecto, porque si no solo podemos esperar que lo que estamos pasando se cronifique en forma de una profunda decadencia como sociedad y como país.