En su libro Los ricos de Franco, el escritor Mariano Sánchez Soler desgrana cómo la Monarquía española fue fabricando a sus “grandes de España” porque la corte estaba vacía.
Cuatro días después de acceder al trono, Juan Carlos I hizo grandes de España a los Franco. “Iba con tiento. Arrancaba el tránsito hacia la democracia y se trataba de integrar los símbolos familiares de la dictadura en la corte, entonces ficticia, del nuevo jefe de Estado”. Con estas palabras explica Mariano Sánchez Soler, en su libro Los ricos de Franco, cómo la Monarquía recién restaurada quiso agradecer los servicios prestados a la estirpe del dictador. Los tiempos estaban cambiando rápidamente y también entre la aristocracia era preciso realizar el necesario camino hacia la Transición. Se trataba de renovarse o morir y uno de los primeros pasos en la operación de cosmética franquista era hacer tabla rasa, borrón y cuenta nueva, pasar página para integrarse en el nuevo sistema. Juan Carlos les abrió la puerta a todos ellos.
Por primera vez en su vida el nuevo rey pudo conceder títulos nobiliarios y lo hizo con un sentido “político compensatorio” para quienes habían posibilitado su acceso al trono desde el franquismo. Juan Carlos no podía romper con quienes lo habían elegido para mantener España “atada y bien atada” y de esta manera empezó a conceder favores y prebendas nobiliarias. Así, el 31 de enero de 1976 la “señora de Meirás”, o sea la esposa del Generalísimo, cambiaba el Palacio de El Pardo por un pisazo en la calle Hermanos Bécquer de Madrid. De esta manera, “el tiempo la depositaría en un lugar discreto de la historia”, escribe el autor alicantino.
Otro de los halcones del franquismo que recibieron favores y títulos del hoy monarca emérito fue un viejo conocido de los españoles. El 2 de febrero de 1976, en cuanto fue destituido como primer presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro recibía el título de “marqués de Arias Navarro” con grandeza de España. Un año más tarde, entre enero y abril de 1977, le siguieron a título póstumo los tres presidentes de las Cortes franquistas y del Consejo del Reino, tan esenciales para el nombramiento del sucesor de Franco a título de rey: Antonio Iturmendi Barrales, conde de Iturmendi; el alférez provisional Alejandro Rodríguez de Valcárcel; y muy especialmente Torcuato Fernández Miranda y Hevia, “duque de Fernández Miranda”, título en posesión de su hijo, Enrique Fernández Miranda y Lozana, secretario de Estado para la Inmigración en el segundo Gobierno de José María Aznar. Junto a todos ellos destaca Alfonso Escámez, “marqués de Águilas”, por sus méritos como “banquero del rey”, pues llevaba las cuentas de la Casa Real.
Algo más tarde, en 1988, uno de los primeros agraciados iba a ser Francis Franco, nietísimo del dictador. “Por 154.000 pesetas pagadas mediante impreso de Hacienda y otras 4.850 por una carta para el Ministerio de Justicia, Francisco Franco Martínez-Bordiu se convirtió en señor de Meirás, un título que el rey Juan Carlos había concedido a su abuela, la señora de El Pardo, el 26 de noviembre de 1975, seis días después de la muerte de su marido”. Así relata Mariano Sánchez Soler los honores que la familia del dictador cosechó, por ser quien era, en los primeros días de la Transición. Recién llegado al trono, el nuevo rey quiso reconocer los servicios prestados por Carmen Polo y extendió también el honor a su hija, Carmen Franco Polo, desde entonces “duquesa de Franco”. Las dos, con Grandeza de España, entraban a formar parte del club selecto de la nobleza española, compuesto por cuatrocientos miembros que destacan entre los 2.700 títulos nobiliarios existentes. La concesión del señorío de Meirás está reseñada por el Elenco de la nobleza con estas palabras: “A doña Carmen Polo de Franco, viuda del Caudillo, Generalísimo y jefe del Estado español”, y añade sus méritos: “Doña Carmen Polo y Martínez Valdés, dama de honor de la Cruz Roja, Gran Cruz de Sanidad, Medalla de Oro y presidenta de honor de la Fundación Nacional Francisco Franco”. En los mismos términos está inscrita la concesión del “ducado de Franco”, aunque cambiando viuda por hija, según escribe Sánchez Soler.
En cuanto Francis obtuvo el título de “señor de Meirás”, haciendo suyo el pazo hoy devuelto al pueblo gallego por sentencia judicial, dos cuestiones singulares desencadenaron la polémica. En primer término el rango de señorío estaba suprimido legalmente por un real decreto de 27 de mayo de 1912 que advertía: “Desde la publicación de este decreto no se autorizará la conversión del título de señor en otra dignidad nobiliaria. No se concederán nuevos títulos de esta clase”. Para darle tal dignidad a Carmen Polo hubo que recurrir a una norma de rango superior al habitual: un decreto firmado por el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro.
En segundo lugar, la concesión del señorío no contenía ninguna cláusula sucesoria especificada, si bien en el documento firmado entregado a la viuda de Franco fue añadida la frase: “concedido a perpetuidad”, a diferencia del ducado de Franco, cuyo decreto especifica que la merced es “para sí, sus hijos y descendientes”. Los juristas especializados en heráldica polemizaron sobre estas singularidades mientras el nuevo “señor de Meirás” heredaba un título que le convertía en el último “excelentísimo” señor de su familia. A sus treinta y cuatro años, el nieto favorito del dictador declaró satisfecho: “Ser el nuevo señor de Meirás vale para saber que eres el responsable de una tradición, que ha habido gente en tu familia que ha hecho cosas. Lo importante es para uno, pero no tiene utilidades”.