El último libro del escritor y periodista Mariano Sánchez Soler revela cómo se amasaron las fortunas de las grandes estirpes españolas.
“Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos”. Esta frase lapidaria, atribuida a Francisco Franco un 21 de agosto del año 1942, resume a la perfección lo que fueron nuestros cuarenta años de oscura dictadura. El escritor y periodista Mariano Sánchez Soler ha indagado, en su último ensayo Los ricos de Franco (Rocaeditorial), en el inmenso y lucrativo negocio que para muchas familias supuso el régimen franquista, un sistema de crimen organizado y corrupción generalizada fuertemente arraigado en el Estado que ha perdurado hasta nuestros días. El libro, otra joya del género histórico periodístico que nos regala Sánchez Soler, parte de la tesis de que las grandes fortunas amasadas durante el franquismo en los círculos más próximos a la familia del general han seguido manteniendo, también en democracia y hasta llegar a nuestros días, el estatus y el elevado tren de vida del que gozaron durante los 40 años de régimen de terror. Hoy los March, los Fierro, Koplowitz, Coca, Banús, Aguirre, Carceller y otros muchos continúan entre las familias más opulentas de España para vergüenza y oprobio de nuestra frágil democracia desmemoriada.
En cuanto soplaron los vientos de la Transición, la mayoría de estos triunfadores del franquismo no dudó en desmarcarse de la dictadura para proseguir con sus negocios. Este libro habla de su auténtica historia, del modo en que amasaron sus fortunas, de la verdad que ocultan en sus biografías oficiales. Hoy, muchos de los descendientes de aquellos viejos halcones de El Pardo conservan un papel dirigente en nuestra sociedad. “Desde banqueros y empresarios −Alberto Cortina, Juan Abelló, Jose Meliá…− hasta llegar a políticos de la derecha española −Rodrigo Rato, José María Aznar, Martín Villa− y muchos más”, asegura el autor en la contraportada de su ensayo.
Ahora que toda España está viendo cómo los nietos de Franco se han estado aprovechando del patrimonio nacional, con descaro y sin pudor, y del Pazo de Meirás −sin que ningún Gobierno en cuatro décadas de democracia decidiera tomar cartas en el asunto e iniciar un proceso de expropiación de la mansión gallega que antes perteneció a Emilia Pardo Bazán−, conviene no perder de vista que la corrupción del franquismo no solo fue cosa de la familia del dictador, sino de grandes de España, nobles estirpes, empresarios que medraron a la sombra del poder, oportunistas, aventureros y arribistas de todo pelaje y condición. Prácticamente ningún banco se ha eximido de sentar en su consejo de administración a un exministro de Franco. Todos ellos pertenecientes a familias instaladas en la élite del franquismo, todos conformando una clase social franquista dominante entrenada en la autarquía y que ha perdurado en el tiempo. “El régimen del general Franco estuvo al servicio de esta clase social; protegió la iniciativa privada en un momento de extraordinario crecimiento económico, mientras se desencadenaba el éxodo rural y entraban en España las primeras divisas generadas por el turismo, por las remesas de los emigrantes y por el capital extranjero”, asegura el escritor.
Pero por encima de todo, lo que más pone los pelos de punta al lector de Los ricos de Franco es la frialdad con la que, mientras se ejecutaba a los republicanos, se robaba la riqueza de España. “Con su peculiar manera de entender la política, Franco siempre tuvo claro que el bolsillo y la patria iban indefectiblemente unidos; que mientras los asuntos de la cartera marcharan bien, sus seguidores no conspirarían contra su poder personal, cuyo ejercicio vitalicio era, a fin de cuentas, su único objetivo”.
Hoy, gracias a autores como el periodista de investigación alicantino Sánchez Soler (toda una referencia en la etapa de la dictadura), hemos sabido que aquello del franquismo no fue más que una excusa para el expolio a manos llenas de unos cuantos prebostes y amigos del dictador y que bajo los principios generales del Movimiento Nacional, bajo la excusa de la España una, grande y libre y el impostado y sobreactuado amor a la patria de las estirpes fascistas no había más que una lujuria de la corrupción, una corrupción sistémica que se ha perpetuado de generación en generación, una endogámica, rancia y cutre corrupción que es el triste legado que el franquismo dejó al país para la posteridad.