El objetivo de la instrucción moderna no es otro que el adoctrinamiento de las masas, para dominar y someter sus voluntades. Ha prosperado porque la población ha ofrecido muy poca resistencia, obedeciendo como un rebaño de mansos corderos.
Controlar la educación ha sido siempre uno de los propósitos más destacados de la agenda de los diseñadores de la sociedad. El adoctrinamiento y la subordinación para hacer de los individuos seres dóciles y fácilmente manipulables se practican desde hace siglos, pero nunca hasta ahora nos habíamos percatado tan a las claras de las intenciones aviesas que subyacen en las mentes de los que rigen los destinos del mundo. Nunca hasta ahora habíamos caído en la cuenta de que somos un rebaño, aunque no nos guste oírlo ni reconocerlo. Eso sí, rebaño hortera, coleccionista de cosas inútiles que jamás podremos llevarnos cuando nos vayamos de este mundo. La aduana del más allá es tremendamente restrictiva, tanto que incluso el cuerpo tan encoloniado, bien vestido y hasta operado de pene y tetas, hay que dejarlo aquí. Perdone el lector esta pincelada de humor.
Hay unos cuantos sucesos que marcan el cambio social, pero hay dos grandes hitos que destacan en el fresco: la Revolución Francesa y la Ilustración, ambos en el siglo xviii. Cuando estudiábamos la Revolución Francesa nos costaba trabajo entender el salvajismo de aquellas guillotinas vengadoras que cortaban cabezas a diestro y siniestro. Cierto que la monarquía llevaba mucho tiempo abusando del poder desde sus suntuosos palacios, pero, desde nuestro pensar adolescente, siempre cuestionamos la falta de capacidad para cambiar las cosas de manera menos sangrienta. Y aún hoy nos sigue escalofriando la violencia explícita de la letra de su himno La Marsellesa. Venganza, sangre y muerte.
La Ilustración, protagonizada y alabada por santones de renombre en artes y en ciencias, no nos duelen prendas en decir que está sobrevalorada.
Nuevamente vuelven a chocar los extremos. Frente al poder de una Iglesia intolerante que no admite la más mínima crítica a sus verdades absolutas, se alza y se impone la nueva religión laicista: la ciencia, tan dogmática como la propia religión, tan avasalladora como la jerarquía eclesiástica.
En la Ilustración crece el concepto de igualdad, germinado en la Revolución Francesa. Esta palabra tan cantada por las constituciones de todas las naciones desarrolladas a partir de ese momento, tiene mucho de disparate, pues no solo se refiere a igualdad de oportunidades y de derechos, por el hecho de ser hermanos, con características comunes y en la misma tierra, sino a igualdad en el sentido gregario de uniformidad, para hacer de la sociedad una manada, un rebaño. Y esto se puede calificar de todo, menos de justo. Decía Aristóteles que es tan injusto dar cosas iguales a personas distintas, como lo sería dar cosas distintas a personas iguales.
Con la Ilustración se maximiza la exaltación del papel del Estado, que se convierte en una especie de papá, que funge hasta nuestros días, y se plantea la idea de que la sociedad está por encima del individuo. El progreso, sustanciado en la ciencia tecnológica es el nuevo tótem y debe ser adorado, en detrimento de la ciencia pura que busca el conocimiento. Las tradiciones y los ritos son considerados como propios de seres medio irracionales e incultos. Se impone la razón sobre la intuición, el racionalismo y lo exotérico, frente al conocimiento oculto, lo esotérico; y el laicismo sobre toda suerte de religiosidad o espiritualidad.
Conclusión: Se desbancó al viejo sistema, por obsoleto, sin poner a buen recaudo las perlas que sin duda tenía. Ni siquiera se quedó con el alma, nuestra esencia inmortal. Para los ilustrados —masones casi todos— el ser humano se reduce a osamenta y conexiones neuronales que activan el cerebro. ¡Para este viaje no se necesitaban tantas alforjas! Del “Siglo de las luces” bien se puede decir que tiene también muchas sombras.
Pero ¿tiene esto algo que ver con la educación actual? Sí, y mucho. Sigamos el hilo de Ariadna para llegar a la guarida del monstruo. Para encontrar el origen del modelo educativo actual tenemos que remontarnos al llamado modelo Prusiano, un sistema ideado por Federico i de Prusia como una estrategia para fortalecer sus ejércitos. Como por aquel entonces los soldados eran campesinos analfabetos, él dedujo que se les podría sacar más partido si recibieran una educación que los hiciera disciplinados, a la vez que mansos y obedientes.
Su sucesor, Federico ii, fue un paso más allá y decidió que había que eliminar el individualismo, es decir, los soldados deberían reaccionar en bloque y no razonar, tal como funcionan las aves en bandada y otros animales, desprovistos de alma individual, respondiendo a los impulsos de un alma grupal. Esto, que parece una mera anécdota, tendría una importancia vital en el desarrollo de los diferentes vectores que conforman el sistema educativo mundial. Es entonces cuando se acuña el término escuela gratuita y obligatoria, para enseñar una cultura general por encima del analfabetismo, con el fin de preparar a los alumnos para el mundo moderno, esto es, para trabajar y servir a la economía del sistema, pero siempre alejados de la excelencia. La excelencia, que eleva al individuo porque propicia que desarrolle sus potencialidades, es considerada contraria a la idea de grupo. El concepto de pensamiento único al que tanto se alude hoy se conforma sobre estas primigenias ideas de los incipientes modelos educativos. Por eso, hoy, completamente consumado el proyecto de uniformización, se iguala por abajo, siempre al ritmo de los menos capacitados. Un suicidio para la sociedad, pero un éxito para los controladores.
El modelo Prusiano, perfeccionado después por Napoleón, fue implementado al final de las guerras Napoleónicas (1810) en todas las escuelas prusianas y en Alemania. “No habrá un estado político firme si no hay un cuerpo docente con principios fijos”, decía el corso. “Para que la gente piense lo que quiere el Estado, hay que crear un cuerpo de docentes, que es el único medio para crear la instrucción pública”, era otro de sus lemas. El sistema Prusiano es considerado como el origen del control del ser humano. Las dictaduras que vendrían en el siglo siguiente, como la Rusia de Lenin o la Alemania de Hitler y otras menos rígidas también adoptaron este sistema.
El fin de los dirigentes es adoctrinar; pero para adoctrinar hay que tener a los niños cerca, durante muchas horas, y separados de la influencia de la familia el mayor tiempo posible; y si es de recién nacidos, mejor. Con ello se consigue, en primer lugar, romper el vínculo afectivo con la madre, lo cual hace individuos más débiles e inseguros, además de privar al niño de los valores, modales y enseñanzas que se aprenden en la familia en los primeros años “para ser hombres y mujeres de provecho”, que se decía antes. En la familia se aprenden los valores de la tradición, a respetar a los mayores y a los vecinos, a no hablar con la boca llena, a no gritar, a decir gracias y que aproveche, y a rezar. Pero, sobre todo, en la familia se aprende la práctica del sentimiento más noble de cuantos emanan del ser humano, el amor, que es el arma más poderosa. Cuando una familia se quiere y está unida por ese colágeno maravilloso llamado amor, es indestructible. Y el sistema no puede permitir que eso entorpezca su control. Por eso se conspira contra la familia.
Sin embargo, no estaría de más hacer un poco de autocrítica. Los amos del mundo anhelan nuestros niños para educarlos a su manera, pero nosotros no hemos hecho demasiada resistencia, sino que, dócilmente, se los entregamos. Y los días que podíamos dedicarles más tiempo, los dejamos al cuidado de cualquier canguro que nos envían de la agencia, mientras vamos de cena y baile. No queremos decir que no se pueda salir a cenar con amigos; no es eso. Ahora bien, dada la situación, conviene tener los cinco sentidos bien activos.
Sabemos que esto es de no creerse. Porque ¿cómo es posible que los estados quieran que la sociedad sea inculta y poco formada, con la cantidad de dinero que se invierte para conseguir elevar el nivel cultural? No es una cuestión de creer o no creer, sino de informarse y después reflexionar y sacar conclusiones.
Mucho de lo que ocurre en la actualidad se ha diseñado no de hoy para mañana, sino a varias décadas vista, incluso siglos. Es cierto que los planes no siempre les salen bien o no van todo lo deprisa que quisieran y, de vez en cuando, sufren reveses importantes, pero son tenaces, y la sociedad es cada vez más maleable, porque cada vez tiene más juguetes y más distracciones para entretenerse —basta ver que el ocio es considerado como uno de los objetivos prioritarios de los gobiernos—, y eso la impide pararse a pensar. Es más fácil que otros piensen por nosotros y diseñen qué debemos vestir, qué comer, a qué espectáculos asistir, qué deportes es bueno practicar, qué vacunas debemos poner y lo que es más peligroso, qué formación moral deben recibir nuestros hijos; lo cual es el colmo, sobre todo en los últimos años, tras la implantación en los centros escolares de la ideología de género y otros conexos, y el laicismo obligatorio, más como invitación a la militancia antirreligiosa que como expresión de libertad de conciencia.
Los que diseñan estos modelos, aparte de contar con los científicos de turno, tienen la ayuda de las llamadas “celebrities”, “iconos”, es decir, los famosos de moda que en sus comparecencias públicas y privadas trasladan al público la ideología del sistema. A cambio, claro está, son premiados con éxitos, el Óscar, el Grammy, premios literarios o de otro tipo. No vamos a descubrir que el mundo está sustentado sobre una gran mentira, pero sí aportaremos algunos datos que lo prueban.
A vuela pluma, vamos a ver que lo que ocurre en la actualidad fue pensado en otro tiempo por mentes diabólicas para impedir nuestro crecimiento como seres pensantes creativos. Veamos cómo se convirtió a los seres humanos en manada.
A finales del Siglo xix aparece la sociología como disciplina científica, de la mano de Edward A. Ross. En el libro Social Control, publicado en 1901, el autor habla de la necesidad de controlar al ser humano en todos los ámbitos, incluida la educación. Para él todas las personas son delincuentes en potencia si no se ejerce un control férreo. A este respecto dice: “Hay planes en marcha para reemplazar la comunidad, la familia y la Iglesia, con propaganda, educación y medios de comunicación de masas. Las personas son solo pequeños terrones maleables de pasta humana […] El objetivo de nuestro gobierno consiste en debilitar el espíritu crítico del pueblo, hacerle perder la costumbre de pensar, pues la reflexión da origen muchas veces a la resistencia. […] Necesitamos dirigir la educación de las sociedades cristianas, de tal forma que sus manos caigan abatidas en un gesto de desesperada impotencia ante cualquier negocio que exija iniciativa”.
Las ideas expuestas en el libro de Ross supusieron una revolución no solo para la sociología, sino también para otras ciencias humanas: “… en la ciencia social guió la dirección de la ciencia política, la economía y la psicología; en biología influyó en la genética, la eugenesia y la psicobiología. Desempeñó un papel crítico en la concepción y el diseño de la biología molecular”.
La idea de controlar al ser humano desde los primeros años de vida está basada en principios falsos: no es cierto que las personas sean terrones moldeables de pasta, o pizarras en blanco (John Locke), ni máquinas (La Mettrie), ni vegetales (Friedrich Fröbel), ni mecanismos orgánicos (Wilhelm Wundt), ni repertorios de comportamientos (Watson, Skinner y Pávlov).
Algunos de estos “sabios” sostenían que el desarrollo del ser humano podría retardarse o mejorarse como los animales y las plantas, con la debida dirección de jardineros o granjeros. Esto, realmente, causa espanto, máxime cuando vemos que la teoría ya se ha consumado y hecha realidad.
A principios del siglo xx, Edward Thorndike, del Colegio de Maestros de Columbia, dijo en su libro Human Learning que la escuela crearía los medios para la “cría selectiva antes de que las masas tomaran las cosas con sus propias manos”.
Por esas fechas, la mayoría de los científicos —a los que eran contrarios a estas ideas no se les daba apoyo— estaban por la labor de animalizar al ser humano. Wilhelm Wundt puso en marcha un laboratorio de psicología experimental en Leipzig, con el que trabajaron los inefables I. Pávlov y el pupilo de Rousseau, B. F. Skinner. Este diría años después, a propósito del control de masas: “Podemos conseguir un control, bajo el cual los controlados, no obstante, se sientan libres, aunque estén siguiendo un código mucho más escrupulosamente que el que nunca existió bajo el viejo sistema”. Se refiere al sistema anterior al modelo de la UNESCO.