“El principio básico de la TMM es que el gobierno puede imprimir sin restricciones”. La Fed advierte de que la historia está plagada de ejemplos de fracaso con la TMM.
Una pregunta que probablemente se hace toda persona en su infancia es por qué el gobierno no fabrica más dinero cuando hay una crisis. Aunque parezca una pregunta infantil, lo cierto es que cada vez hay más políticos y expertos que defienden la financiación directa del gobierno a través de la impresión de dinero (es una forma de hablar, casi todo el dinero se crea con anotaciones electrónicas en los balances de los bancos) por parte del banco central. Los defensores de este movimiento se encuadran dentro de lo que se conoce como teoría monetaria moderna (TMM) y creen que a través de la monetización pura del déficit público se puede alcanzar una mayor prosperidad económica.
Ante el creciente apoyo a la TMM, la Reserva Federal de Richmond ha publicado un trabajo en el que advierte sobre los peligros de aplicar esta teoría que no es moderna ni monetaria. No es moderna porque se lleva años aplicando de forma recurrente en muchos países con resultados desastrosos. Y no es monetaria porque el control de la misma la ejerce el gobierno a través de su política fiscal, mientras que el banco central queda supeditado a las decisiones fiscales del gobierno.
Michael U. Krause, Thomas A. Lubik y Karl Rhodes, investigadores de la Fed de Richmond, comentan en su trabajo que “durante los últimos 25 años, la combinación de bajos tipos de interés y una política monetaria expansiva con poca inflación han creado la ilusión de que un gobierno puede simplemente imprimir dinero para financiar un gasto deficitario exorbitante sin repercusiones. Este principio básico de la llamada ‘teoría monetaria moderna’ ignora el hecho de que el gasto deficitario se ve limitado a largo plazo por la capacidad del gobierno para satisfacer a los acreedores”.
Estos expertos explican que los seguidores de la teoría monetaria moderna, entre los que se incluye un número creciente de expertos y políticos, juegan con la idea de que los déficits no importan. “Se sienten tentados a creer que un gobierno puede fusionar la política fiscal y monetaria y simplemente imprimir moneda para pagar sus gastos indefinidamente sin costes económicos ni restricciones. Este principio fundamental de la TMM, que ha permeado en el debate público, preocupa a los economistas de todo los tipos, no solo a los economistas convencionales, sino también a los keynesianos tradicionales y a los economistas heterodoxos”.
Diferencias entre el QE y la TMM
Muchos se preguntarán por qué la Reserva Federal critica la TMM si las políticas monetarias que está implementando la Fed en EEUU parecen similares. Pero lo cierto es que el banco central de EEUU no financia directamente al Gobierno, la Fed es un organismo independiente y compra los bonos que cree necesario en el mercado secundario (el Tesoro primero tiene que emitirlos y encontrar compradores en el mercado primario) para alcanzar unos objetivos de inflación y pleno empleo. Además, el Gobierno y el Tesoro tienen la obligación de devolver esa deuda (limita de alguna forma el gasto), mientras que la Fed puede usar los bonos que ha comprado (que mantiene en su balance) para intervenir en el mercado vendiéndolos, por ejemplo, si quiere retirar liquidez porque la inflación se ha desmadrado.
La TMM defiende financiar directamente al Tesoro, imprimir billetes a petición del gobierno para que éste pueda gastar todo lo que quiera (sin límite) en lo que considere necesario. “El principio básico de la TMM es que un gobierno puede imprimir dinero de forma indefinida y sin restricciones, ya que tiene el monopolio emisor de la moneda”. Esta política es diferente al ‘helicóptero del dinero’, que aboga por imprimir dinero e inyectarlo directamente en las cuentas bancarias de los hogares.
Fracasos a lo largo de la historia
Los economistas de la Fed ponen varios ejemplos de los problemas que ha generado esta fusión entre la política fiscal y monetaria. “La historia económica está inundada de intentos desastrosos de financiar el gasto y la deuda del gobierno simplemente imprimiendo dinero”. Estos ejemplos van desde la degradación de la moneda en la Edad Media hasta las hiperinflaciones en los últimos 120 años, por ejemplo en Alemania en 1923, Hungría en 1946, Yugoslavia en 1994 y Zimbabue en la década de los 2000.
Una vez que se rompe la independencia entre la banca central y el gobierno, la impresión de dinero se convierte en una política recurrente para financiar el gasto, generando un nexo difícil de romper incluso cuando la inflación se desborda. El resultado final son grandes crisis, inflación y mucho sufrimiento para la población, que busca de forma desesperada activos (por ejemplo cambiar inmediatamente sus ingresos a otra divisa más estable) con los que mantener su poder adquisitivo. Los defensores de TMM aseguran que es el gobierno el que debe garantizar el control de la inflación, subiendo los impuestos o reduciendo el gasto cuando la economía se recaliente, en lugar del banco central a través de los tipos de interés y de la base monetaria (creación de dinero). Sin embargo, hasta la fecha ningún país ha probado con éxito esta teoría.
“Todos estos ejemplos demuestran que las políticas con sabor a TMM son, como mínimo, soluciones deficientes a los problemas fiscales. Si bien es cierto que un gobierno puede obligar a los ciudadanos a usar su moneda, la gente siempre ha encontrado sustitutos, como las monedas extranjeras en América del Sur o las economías clandestinas de trueque en el antiguo bloque soviético. La moneda fiduciaria funciona solo mientras se acepte la moneda fiduciaria. En EEUU, por ejemplo, la credibilidad de los billetes de la Reserva Federal no fue otorgada por decreto: el banco central la ha ganado durante muchos años consecutivos de comportamiento responsable”, explican los expertos de la Reserva Federal. Si ese comportamiento responsable torna a temerario, los agentes pueden empezar a rechazar el dólar y buscar otros activos.
Por ello, desde la Fed piden que “los desafíos políticos actuales se aborden mejor en el contexto de la teoría macroeconómica dominante”. Aunque la TMM suene atractiva, una vez que se pone en marcha, si la inflación despierta y el dinero empieza a perder valor, resulta complicado para un gobierno democrático acordar recortes en el gasto y subir impuestos, por la impopularidad de estas medidas aunque a largo plazo sean positivas. La solución más sencilla (pero muy dañina) en ese caso sería imprimir más dinero para intentar compensar la pérdida de poder adquisitivo, que sería similar a dar más alcohol a un borracho que quiere reducir su dolor de cabeza.