Fedea ha publicado un trabajo de Teresa Castro-Martín (CSIC), Teresa Martín-García (CSIC), Julia Cordero (UCM) y Marta Seiz (UNED) en el que se repasa la evolución de la natalidad en España y se discuten las políticas que podrían ayudar a mitigar el problema que su bajo nivel actual supone, ayudando a reducir la brecha con el número deseado de hijos y contribuyendo a la sostenibilidad del Estado de Bienestar.
Desde hace varias décadas, España se caracteriza por tener una fecundidad de las más bajas y tardías no solo de Europa, sino del mundo. A mediados de los años 70, la tasa de fecundidad en España se situaba en torno a los 2,8 hijos por mujer, bastante por encima de la media europea de 2,1 hijos. A partir de ese momento, sin embargo, experimentó un rápido y sostenido descenso que le llevó a cruzar el umbral de reemplazo generacional (en torno a 2,1 hijos por mujer) en 1981 y a un nivel actual de fecundidad que se sitúa en 1,23 hijos por mujer tras ya casi tres décadas por debajo de 1,5 hijos por mujer. El descenso de la fecundidad ha sido acompañado por un significativo retraso de la maternidad. Durante las tres últimas décadas, la edad media de las mujeres en el momento de tener su primer hijo se ha incrementado desde 25,1 hasta 31,1 años y la de los hombres desde 30 hasta 34,4 años.
El descenso de la fecundidad es un proceso ligado al desarrollo económico y al progreso social que se observa en prácticamente todas las sociedades. Desde esta perspectiva, España no es una excepción. Lo que sí es todavía atípico en el ámbito internacional es que la fecundidad descienda hasta niveles que están más próximos a 1 hijo que a 2 hijos por mujer. Hasta el momento, este fenómeno se concentra en el sur y este de Europa (España, Italia, Grecia y Ucrania) y en Asia Oriental (Corea del Sur, Taiwán y Singapur).
A pesar del marcado descenso de la fecundidad, las preferencias reproductivas de los españoles han permanecido sorprendentemente estables durante las últimas décadas. El número medio de hijos deseados, tanto por mujeres como por hombres, sigue situándose en torno a dos, al igual que ocurre en la mayoría de los países europeos. La brecha existente entre deseos y realidades reproductivas apunta a la existencia de barreras que dificultan que muchas personas y parejas puedan hacer realidad su proyecto vital y familiar. Entre estas barreras se encuentran el desempleo, la precariedad laboral y la incertidumbre sobre el futuro, el escaso apoyo institucional a las responsabilidades de crianza, y la desigualdad de género en el ámbito laboral y familiar. En cuanto a posibles formas de incentivar la fecundidad, las autoras indican que los incentivos económicos no han funcionado muy bien en este campo, posiblemente porque incluso cuando son generosos cubren solo una pequeña parte de los costes de crianza. La experiencia internacional apunta, más bien, a que la clave estaría en la adopción de unas políticas sociales que faciliten la emancipación residencial y económica de los jóvenes a edades más tempranas, que redistribuyan los costes y responsabilidades de la crianza entre las familias y el Estado y favorezcan eficazmente la conciliación, garantizando entre otras cosas el acceso universal a escuelas infantiles a un coste asequible, así como en el fomento de la igualdad de género y la corresponsabilidad en los cuidados dentro de la esfera familiar.