Las políticas pronatalistas fracasan, mientras que las sociales tienen más éxito. La natalidad aguanta mejor en sociedades igualitarias y con menor precariedad. Las políticas sociales, el acceso a la vivienda y al empleo son las más eficaces.
Tanto las tasas de natalidad como las de fecundidad llevan décadas cayendo en picado en los países desarrollados. A medida que las sociedades avanzan, las preferencias de los ciudadanos cambian y eso sin duda está llevando a que cada vez nazcan menos niños. Sin embargo, dentro de países con un nivel similar de desarrollo se pueden observar diferencias importantes que podrían estar relacionadas con la igualdad, la economía y la precariedad laboral entre los más jóvenes. Es ahí, donde los gobiernos y las políticas pueden hacer más para intentar alcanzar una tasa de fertilidad suficiente que permita mantener una población estable (sin tener en cuenta los flujos migratorios), si es que este es un objetivo alcanzar, que eso sería ya otra cuestión.
El caso de España no es una excepción. Teresa Castro-Martín, Rafael Martín-García, Julia Cordero y Marta Seiz, investigadores de Fedea, han publicado un documento en el que recuerdan que la tasa de fecundidad en España ha caído desde los 2,8 niños por mujer en los 70 hasta los 1,23 de la actualidad, una caída estrepitosa.
“El descenso de la fecundidad es un proceso ligado al desarrollo económico y al progreso social que se observa en prácticamente todas las sociedades. Desde esta perspectiva, España no es una excepción. Lo que sí es todavía atípico en el ámbito internacional es que la fecundidad descienda hasta niveles que están más próximos a 1 hijo que a 2 hijos por mujer. Hasta el momento, este fenómeno se concentra en el sur y este de Europa (España, Italia, Grecia y Ucrania) y en Asia Oriental (Corea del Sur, Taiwán y Singapur)”.
Centrándonos en Europa, donde las culturas son más comparables, se pueden observar ciertos paralelismos entre los países que tienen tasas de fecundidad muy bajas. Las naciones que presentan una mayor tasa de desempleo juvenil (o mayor sensibilidad al ciclo económico), junto a una elevada desigualdad en la distribución de la renta, son los que tienen también unas tasas de fecundidad más bajas en el euro, como es el caso de España, Italia, Grecia o incluso Luxemburgo, donde el paro juvenil y la desigualdad de ingresos son mayores que en los países de su alrededor.
Mientras que Bélgica, Alemania y Francia (países con los que hace frontera Luxemburgo) tienen tasas de fertilidad cercanas o por encima de 1,6 niños por mujer, en Luxemburgo la tasa cae a 1,38, más cerca de los países del sur de Europa.
Todo ello hace pensar que la economía y la precariedad laboral entre los jóvenes marcan la diferencia entre países con culturas similares y niveles de desarrollo parecidos. Las economías que presentan una menor tasa de desempleo juvenil, que fomentan con ayudas sociales la igualdad entre generaciones a través de las ayudas a la emancipación, la educación… y que además muestran unos niveles de desigualdad de ingresos menores (una desigualdad que en el sur está marcada en parte por la brecha entre jóvenes y mayores) son los que disfrutan de unas tasas de fecundidad más cercadas a dos niños por mujer: Dinamarca, Países Bajos, Francia, Bélgica, Suecia, Irlanda o Alemania.
El curioso caso de Portugal
En el lado opuesto se encuentran países como España, Grecia o Italia (con tasas de fecundidad cercanas a 1,3 o por debajo), con tasas de paro juvenil cercanas o superiores al 30%, con una elevada precariedad/temporalidad para la cohorte de población 15 y 39 años, que al final son los que se encuentran en edad para tener hijos, y una mayor desigualdad en la distribución de la renta (medida a través del coeficiente de Gini y el ‘income quintile share ratio’.
En este caso sorprende el comportamiento de Portugal, que tras reducir la tasa de paro juvenil a menos de la mitad desde 2013 con una caída de la desigualdad de la renta hasta la media de la zona euro, ha visto como la tasa de fecundidad ha pasado desde 1,21 niños en 2013 hasta los 1,42 de 2019, mostrando una tendencia al alza sin parangón en los países del sur de Europa. Algo muy similar ha ocurrido en Eslovaquia, con un fuerte incremento de la fecundidad a raíz de las mejoras económicas del país y entre los más jóvenes.
Vivienda y reducción de la pobreza
Parece que la economía y, sobre todo, la inclusión de los jóvenes en el mercado laboral, junto a otras ayudas (no destinadas directamente a la natalidad) para estas cohortes de población, marcan la diferencia a la hora de obtener unas tasas de fecundidad más elevadas. Es la población entre menor de 40 años la que necesita las condiciones económicas adecuadas para tener hijos. Mientras que las políticas que ponen el foco directamente en la natalidad (ayudas directas como el cheque bebé) suelen ser temporales y muy concretas, una menor precariedad laboral y una mayor facilidad para acceder a una vivienda generan de forma natural un contexto más adecuado para formar una familia.
Así, los autores del informe de Fedea señalan que “los países europeos que han conseguido mantener un nivel de fecundidad próximo a los 2 hijos por mujer no han desarrollado políticas pronatalistas, sino políticas sociales que facilitan la emancipación residencial y económica de los jóvenes, que redistribuyen los costes y responsabilidades de la crianza entre las familias y el Estado, y que favorecen eficazmente la conciliación. Asimismo, estos países fomentan la igualdad de género y la corresponsabilidad en los cuidados tanto en el ámbito público como en la esfera familiar”.
Desde Fedea insisten en que “más allá de las medidas dirigidas a las familias y al fomento de una conciliación corresponsable, otras políticas públicas también tienen un impacto potencialmente relevante en las decisiones reproductivas. Las políticas de vivienda social, las políticas sociales de reducción de la pobreza, la cobertura universal de atención médica incluida la reproducción asistida, las políticas educativas incluido el acceso universal a escuelas infantiles de calidad, las regulaciones del mercado laboral o las políticas fiscales, entre otras, pueden favorecer o desincentivar la decisión de tener hijos”.
Se puede incrementar la tasa de fecundidad, sobre todo en países donde existe una fuerte brecha entre los hijos que se desean tener y la capacidad real que se tiene al final, como es el caso de Espasña. Estos expertos concluyen que si bien es cierto que “no existen recetas mágicas para incentivar la fecundidad, una mejora en el acceso, estabilidad y calidad del empleo entre los adultos jóvenes permitiría atenuar el desfase que existe actualmente entre el reloj biológico y el reloj social no se suelen lograr unas condiciones laborales que permitan afrontar adecuadamente la crianza hasta edades relativamente tardías”.
Por último, señalan que otra medida fundamental sería reducir las dificultades existentes para compaginar responsabilidades familiares y laborales, evitando centrar el debate de la conciliación en las mujeres y fomentando la plena incorporación de los hombres al cuidado. A través de las políticas públicas también se podrían redistribuir de forma más equitativa los costes asociados a la crianza, empezando por garantizar el acceso universal y asequible a escuelas infantiles de calidad.