Un artículo de Sir Nigel Thrift, el impulsor de las grandes reformas en la universidad británica, advierte de la pelea sin cuartel por situarse en las élites del futuro.
Hemos escuchado todo tipo de lecturas sobre el futuro, pero las más habituales subrayan que se van a producir avances enormes que modificarán sustancialmente nuestras sociedades. El ámbito laboral será uno de los espacios en que más se notarán estas transformaciones, porque habrá menos puestos de trabajo y exigirán mayor cualificación. Hay quienes entienden estos cambios desde una perspectiva catastrofista y avisan de que se perderán muchos puestos de trabajo, mientras que otros expertos son más optimistas y señalan que la tecnología destruirá empleo, pero también creará nuevas ocupaciones. En este contexto, la educación aparece como un elemento mucho más importante que nunca.
Al mismo tiempo, los políticos creen que la mejor forma de crear empleo y elevar el nivel de vida de un país es formando a sus nacionales para que puedan optar a los sectores laborales más cualificados. Desde su perspectiva, solo parece haber dos opciones: o se genera valor añadido o se puede competir únicamente en el sector servicios más pobre. La clave, nuevamente, es la educación.
Una gran competencia
De modo que todo el mundo está de acuerdo en que la formación es hoy importantísima, y la conciencia sobre este asunto está cada vez más extendida: los estudiantes y sus padres saben que la competencia es muy grande y, por tanto, hay que prepararse mucho mejor. A pesar de las dificultades, la mentalidad social no ha cambiado, simplemente ha ido un paso más allá: las cosas se están complicando, pero con mayor esfuerzo se acabarán logrando los objetivos.
Las universidades de élite forman parte de la cadena de la desigualdad y sus beneficios provienen de seguir practicando ese juego
Lo malo es que la realidad no funciona así. Sir Nigel Thrift, el principal impulsor de los cambios en la universidad británica, cuyo lema “no hay dinero, no hay dinero, no hay dinero” se hizo bastante popular entre los gestores, acaba de publicar un artículo en ‘Times Higher Education’ que pone en relación esas aspiraciones con lo que ocurre de verdad.
Elitismo
Thrift, al hilo de las quejas sobre las universidades más prestigiosas, a las que se acusa de elitismo al no permitir la entrada de estudiantes brillantes pero económicamente desfavorecidos, señala algo evidente: que tales centros educativos tienen sus propios intereses, y aunque les convenga hacer ver que no son elitistas a través de algunas medidas que ayuden a paliar esa deficiencia, la realidad es que las universidades de élite producen élites, y dejar fuera a parte de sus miembros para acoger a otros no sería una idea pragmática. Forman parte de la cadena de la desigualdad y sus beneficios provienen de seguir practicando ese juego.
Este tipo de universidades, además, jugarán un papel importante en el futuro, precisamente porque la competencia es grande. La inversión en educación en EEUU es del 10% de los ingresos de los hogares, cuatro veces más que en 1996, porque saben que es el camino hacia una vida mejor. Para que el futuro traiga lo esperado, “los niños están inmersos en una carrera continua para ser admitidos en las mejores escuelas. Tienen tutores privados, realizan todo tipo de actividades extraescolares y tratan de adquirir y demostrar dotes de liderazgo”. Es cierto que una organización tan rigurosa de su tiempo y la exigencia de resultados por parte de los padres les pueden llevar a sufrir problemas de ansiedad, pero eso es también parte del precio.
Se ha instalado un sentimiento de agravio, ya que los hijos de la clase media alta tienen que trabajar cada vez más para quedarse en el mismo sitio
Algo muy similar ya está ocurriendo en Gran Bretaña, que ha emprendido lo que Thrift llama “carrera armamentística educativa de clase media”. Los padres se mudan a barrios que cuentan con buenas escuelas y consideran imprescindible que sus hijos tengan tutorías privadas y que reciban todas las clases adicionales que les aseguren destacar. Esa inversión se refuerza con los posgrados y con las pasantías no remuneradas, casi reservadas en exclusiva a quienes pueden subsistir sin trabajar. En este sentido cabe entender el reciente testimonio de una periodista británica que confesó haberse prostituido para subsistir mientras realizaba prácticas en una empresa. Si no trabajaba como becaria no podría acceder a la profesión, pero no tenía dinero para vivir durante ese tiempo, con lo que buscó una fuente de ingresos alternativa.
Se ven como víctimas
Sin embargo, esta carrera continua por situarse no es tan útil como se cree, y por ello se ha instalado, señala Thrift, “un sentimiento de agravio entre la clase media alta, ya que sus tienen que trabajar cada vez más para quedarse en el mismo sitio, incluso cuando esta forma de meritocracia esté estructurada cuidadosamente para que ellos sean los ganadores. Los segmentos más acomodados de la sociedad se ven como víctimas, porque después de toda esta inversión, las posibilidades vitales de su descendencia son mucho más restringidas que aquellas de las que ellos gozaron”.
Las clases acomodadas españolas envían a sus hijos a universidades prestigiosas del extranjero porque es lo que ofrece una baza diferencial
En estas circunstancias, las clases acomodadas se opondrán firmemente a que otra clase de estudiantes accedan a las universidades más prestigiosas para no perder posibilidades. Y, en consecuencia, concluye Thrift, los políticos y vicerrectores de las universidades de élite continuarán promoviendo la inclusión, pero con la boca pequeña.
El circuito que vale
En realidad, lo que Thrift está describiendo del entorno anglosajón es ya algo global. Esa atmósfera de competición recorre Occidente y las clases acomodadas españolas participan en ella enviando a sus hijos a universidades prestigiosas del extranjero, a cursar carreras o posgrados, porque es lo que de verdad ofrece una baza real. El mundo es global, y ellos, que cuentan con los recursos precisos para que sus hijos accedan a este circuito, tienen claro que no son los centros nacionales los que les ofrecerán las mejores oportunidades.
Existe una doble exclusión, de clase y por nacionalidad: las capas sociales con menos recursos y los ciudadanos de los países de segunda fila no podrán ascender en la escalera social
Esta “carrera armamentística” por situarse bien en el futuro no es más que la expresión de un mal social extendido. Las clases acomodadas saben que es mucho más difícil que antes reproducir sus condiciones de vida, que los puestos de élite van a ser menos en el futuro y que quienes no estén situados en los estratos adecuados lo van a pasar bastante mal, por lo que están educando a sus hijos para que aprendan idiomas con el acento correcto, se formen en centros de élite que les permitan el acceso a los espacios que les aseguren prestigio y relaciones. Pero esa inversión sí que está fuera del alcance de las clases medias españolas. En este mundo global, las capas bajas e intermedias nacionales están destinadas a sufrir, porque carecen de los medios para ascender un escalón, al tiempo que pierden los mecanismos que les aseguraban la estabilidad. Hay una variable doble de exclusión, de clase y de nacionalidad: las capas sociales con menos recursos van a tener muy complicado subir en la escala social, también a través de la educación, y a los ciudadanos de los países que estén en la segunda fila, como el nuestro, les ocurrirá igual. Esta competición, como afirma Thrift, deja pocas puertas abiertas a quienes no estén ya en la élite.