Los brahmanes forman la más importante de las castas indias, de la cual emergen sacerdotes y doctores. Son los únicos que tienen permiso para cantar los himnos del Rig-veda que acompañan la ofrenda de sacrificios, los portadores del poder que sostiene el universo. ‘Brahmán’ es también el terminó que el economista francés Thomas Piketty utilizó en ‘Clase e ideología’ para referirse a las preferencias electorales de izquierda de la élite intelectual, en contraposición al voto de derechas de la élite de los negocios (“derecha mercader”).
De esta manera, explicaba Piketty, la izquierda habría cambiado su discurso y abandonado a su electorado tradicional de clase para apelar a un nuevo perfil emergente en las sociedades desarrolladas, el de los graduados universitarios que experimentaron un ‘boom’ en los años de la expansión del Estado de bienestar. Con este abandono, también habrían dejado de lado algunas de sus políticas tradicionales de redistribución de la riqueza y abrazado otras “posmaterialistas” como la lucha contra el cambio climático. Esto habría dejado un resquicio entre los votantes de bajo nivel educativo y económico que habría sido aprovechado por los partidos populistas de extrema derecha.
Desde entonces, se ha hablado mucho de “izquierda brahmán”, hasta convertirse en un término comodín para explicar los fracasos de la izquierda. La gran pregunta, que resuelve ‘Clivages Politiques et Inegalité Sociales‘, es dónde se encuentran exactamente los brahmanes españoles. El trabajo, un análisis de más de 50 democracias a lo largo de más de 600 páginas editado por Piketty, la española Clara Martínez-Toledano y Amory Gethin, da la respuesta: la izquierda brahmán española es Unidas Podemos (y, por extensión, Más País). Para más inri, el PSOE es una de las izquierdas menos brahmanes de toda Europa.
“Si Podemos se corresponde a la perfección con el modelo de ‘izquierda brahmánica’, el PSOE se ha mantenido como el partido de los electores con menos estabilidad y formación de las generaciones anteriores, lo que ha contribuido a frenar esta transición hacia un sistema de élites múltiples”, explica el trabajo. La primera razón es histórica. Como añade Martínez-Toledano a El Confidencial, “al igual que ocurre con Portugal, en países con una democracia más reciente el sistema de élites múltiples está menos desarrollado”.
“A Podemos lo identificamos como ‘brahmán’ no por su discurso, sino por el perfil de sus votantes”, matiza la economista, profesora de la escuela de negocios del Imperial College de Londres y coordinadora del equipo de investigación. “Más País encaja mucho más con el perfil brahmánico porque su discurso es mucho más verde“. Son los dos partidos que representan el perfil de lo brahmán, al menos por ahora.
Además, España no es Francia, donde el Partido Socialista francés ha perdido mucho más voto de clase obrera. “En España nos cuesta cambiar”, recuerda la economista. “El que votaba en los años 70 al PSOE probablemente lo ha seguido votando aunque no le guste mucho, especialmente en los pueblos donde votar a UP no tendría tanto sentido porque no sería tan eficiente por las características del sistema electoral español”.
Hay otras razones por las que España no es por completo un sistema multiélite. La más importante probablemente sea el componente regionialista, que provoca que en Cataluña las izquierdas y derechas pacten sin grandes dramas. “En una situación como la de Cataluña o incluso País Vasco en la que los más ricos votan a la izquierda, se reduce la tendencia al sistema de élites múltiples”. Además, Martínez-Toledano sospecha que es posible que en España la correlación entre renta y educación sea más fuerte que en otros países, por lo que no es tan fácil encontrar dos élites completamente separadas.
Pero el factor clave en la ruptura española es la generacional: Podemos o en su momento Ciudadanos se llevaban un voto de mayor formación porque eran jóvenes los que los votaban, probablemente por el abandono de los partidos tradicionales, mientras las personas de más edad siguen votando a PSOE y PP. Esto abre grandes interrogantes en el medio plazo: si todas las democracias terminan evolucionando hacia un sistema de élites múltiples, ¿se enfrenta España hacia una inexorable ‘brahmanización’ de la izquierda como ha ocurrido en otros países?
La gran tarta verde
Si atendemos a la evolución histórica de las democracias occidentales que los autores presentan en su libro, cada vez habrá una competencia mayor por hacerse con el voto brahmánico porque hay más brahmanes; es decir, más personas formadas que conformen esa élite intelectual. “En todos los países los partidos verdes están creciendo a pasos agigantados y este discurso cobra cada vez más importancia, por lo que habrá cada vez más interés por atraer ese voto”, señala Martínez-Toledano.
El porcentaje de población universitaria aún era muy bajo en los años 50, por lo que los partidos de izquierda eran partidos de clase. Como resume la profesora, “era más fácil que hubiese partidos de clase que gustasen a todos”. A medida que la educación universitaria se democratiza, los partidos de izquierda se ven obligados a atender a los intereses de ambos, educados y no educados, que no siempre coinciden. Por un lado, aparece una élite intelectual de izquierda. De manera paralela, en algunos países, las clases populares son seducidas por partidos que les ofrecen una “redistribución interna de la riqueza”. Es decir, los partidos de extrema derecha antinmigración como el Frente Nacional o Vox.
“Mi intuición es que en unas décadas los partidos verdes serán los que terminen gobernando“, añade Martínez-Toledano. La clave se encuentra en quién recogerá ese guante que ha caído en un terreno intermedio entre al menos tres partidos: UP, Más País y PSOE. “Dependerá de qué pase con Podemos y si Más País es capaz de comerles terreno, porque tienen más potencial en el componente brahmán, ya que algunos de los comentarios de Podemos como los relacionados con la casta no calan entre los brahmán”, añade.
“Unidas Podemos es una formación cada vez más escorada a la izquierda, con un espacio político muy reducido en comparación con hace unos años”, valoran por su parte Aleix Martí, coordinador de la cátedra Ideograma-UPF de Comunicación Política y Democracia de la Pompeu Fabra, y Eduardo Tena, politólogo e investigador sobre derecha radical populista y partidos políticos que analizaron recientemente el futuro de Más País. “Si bien inicialmente sí que se podría hablar de un perfil de votantes que encajaría con la izquierda brahmánica, no parece que siga siendo así hoy. Tanto el hecho de coaligarse con Izquierda Unida como la reducción del electorado y el cambio discursivo nos hablarían de una izquierda más obrerista“. Una candidatura de Yolanda Díaz profundizaría en esa línea “obrerista”.
Las pistas señalan al partido de Iñigo Errejón que, como explican, es el que mejor representa los valores postmateriales referidos por Ronald Inglehart, como la reducción de la jornada laboral o la desigualdad que supone la falta de tiempo libre. “Con el valor añadido del discurso verde, Más País intenta crear una ventana de oportunidad, postulándose como la ‘izquierda brahmánica’ en España, pero su éxito dependerá del conflicto de apoderamiento de estas temáticas con las otras dos formaciones”, añaden. “Ya que sabemos, por referencias de otros países, que cuando los partidos verdes son aún jóvenes, y no están muy asentados en el sistema político, sus temas pueden ser más fácilmente ‘captados’ por los partidos tradicionales“.
Ahí está la cuestión: ¿qué ficha tiene que mover el PSOE?
Los ‘pijoprogres’ y el juego a dos bandas
Sergio del Molino dedica un capítulo de ‘Contra la España vacía’ a lo que denomina los ‘pijoprogres’, que bien puede tratarse de una variante endémica de la izquierda brahmán. Los define irónicamente como “cualquier individuo con gafas”, “intelectuales a lo tosco” que “se sienten cómodos en la democracia liberal porque es un ecosistema hecho a su medida”. Un término generalmente utilizado para referirse al votante tradicional del PSOE pero que, significativamente, Del Molino aplica también al perfil ‘bobo’ de Más País, país al que afirma haber votado en las elecciones de 2019, y que “protagonizó uno de los fracasos más rotundos de la democracia española”.
La digresión del periodista muestra las dificultades de los partidos emergentes para consolidarse y la baza de los partidos tradicionales para aprovecharse de ese voto. “Están jugando a los dos juegos y por el momento les está funcionando”, coincide Martínez-Toledano, que recuerda que en la composición del gobierno hay una parte más cercana al PSOE tradicional de clase, como José Luis Ábalos o Adriana Lastra, y otra más tecnócrata, como “Nadia Calviño o Teresa Ribera, que es el típico ejemplo de lo brahmánico y viene de un instituto internacional de medio ambiente con sede en París”.
Sin embargo, el PSOE se enfrentará a los mismos problemas que los partidos de la izquierda tradicional. “Es muy difícil hacer políticas que gusten a los educados y no educados con baja renta”, valora Martínez-Toledano. “Intentan hacerlo para todo pero es difícil, porque, por un lado, entre los menos educados les come el terreno Vox, porque hay gente que no se siente representada; y, por otro, gran parte de los educados no se creen al PSOE y pueden irse a UP o a Más País porque los ven más frescos”.
Es posible que algunas de estas ideas puedan parecer contraintuitivas en un momento en el que la derecha parece haber vuelto, pero se trata de procesos lentos y profundos de décadas de duración. Por ejemplo, Martínez-Toledano recuerda que aunque el bipartidismo ha vuelto a recuperar terreno perdido, el futuro tiene pinta de multipartidista. El PSOE, mientras tanto, ha tomado nota y en España 2050 recoge algunas de las ideas redistributivas propuestas por el equipo de Piketty, que ha colaborado en el apartado dedicado a la reducción de la pobreza y la desigualdad como la herencia pública universal.
“Lo que parecería más lógico sería que el PSOE optara por atraer nuevos votantes de perfil más joven y educado, ya que los que siguen respondiendo al viejo patrón de voto ‘hereditario’ son los de mayor edad, por lo que necesitará crecer hacia públicos distintos para mantener su electorado a medio y largo plazo“, valoran Martí y Tena. “De hecho, ya podemos encontrar algunos indicadores en ese sentido: en las últimas campañas a las generales de 2019 varios de los spots electorales del partido iban claramente dirigidos a un público más joven, y apelaban a temáticas como el feminismo o el ecologismo”. Crear un ministerio de Transición Ecológica o la pelea con UP por capitalizar el feminismo van en esa misma línea “de apelar a votantes más centrados en cuestiones postmateriales”.
Otras visiones
La hipótesis propuesta por Piketty y su equipo ha sido criticada en alguna ocasión. Tarik Abou-Chadi de la Universidad de Zúrich y Simon Hix de la London School of Economics, la otra gran escuela económica europea, señalaban que más que mirar a izquierda y derecha, el clivaje se encuentra en la emergencia de partidos verdes y radicales de derechas, y que las nuevas clases medias están mucho más preocupadas por la redistribución de lo que defienden.
“Con mayores niveles de educación, la posibilidad de votar a un partido de derecha radical se reduce fuertemente, y se incrementa la de hacerlo a los partidos de izquierda verde”, recordaban los autores. “Lo que nos lleva a pensar que el efecto educativo de votar a la izquierda o la derecha se debe a los partidos verdes y de derecha radical, no a la izquierda y derecha tradicionales“. Además, los autores recordaban que en la izquierda, todos los niveles de educación apoyan más la redistribución económica que en la derecha. No obstante, Martínez-Toledano recuerda que en España esa evolución está presente incluso si se sustrae de la ecuación a partidos como Podemos.
El politólogo de la Universidad Rey Juan Carlos Javier Lorente, por su parte, recuerda que no es nada que no se haya estudiado en la politología desde hace décadas. En su opinión, la educación es clave ante todo en lo que concierne a la lealtad de los votantes: lo que genera un electorado más formado es más deslealtad, es decir, “volatilidad”. “Lo que provoca es que el votante se adapte mejor a la oferta, que innove más porque dispone de información más completa”, recuerda. Los atajos heurísticos que suelen realizarse con los partidos tradicionales (“no me he leído los presupuestos pero si los míos dicen que son malos, serán malos”), tienen menos importancia.
Es una tesis que ha expuesto desde los años 80 Russell J. Dalton en libros como ‘Parties without Partisans’: el voto es cada vez más volátil y, por lo tanto, difícil de prever, ya que responde a la aparición de nuevas ofertas o alternativas. “Creo que es bastante más complejo que pensar que los partidos tienen electorados naturales”, valora Lorente. La batalla está aún por librarse.