¿Qué se le ha perdido a China en Afganistán?

China Afganistán

China ha empezado a mover ficha para incrementar su participación activa en el país. La semana pasada, una delegación talibán se reunió con el ministro de Asuntos Exteriores chino.

Tras la apresurada salida de Estados Unidos de Afganistán, abandonando casi sin avisar y a la sombra de la noche la base de Bagram, que fue centro neurálgico de su guerra más larga, una serie de artículos empezaron a aparecer en la prensa estadounidense: ¿Aprovechará China el vacío que deja EEUU en Afganistán? También se hacen esa pregunta en editoriales de la prensa India, que mantiene su particular tensión con China tanto por problemas fronterizos como políticos, y con Pakistán, aliado chino y quien es realmente otro de los grandes actores en el Afganistán que dejan atrás Estados Unidos y la OTAN. Más allá de la ansiedad estadounidense en el contexto de creciente rivalidad geopolítica entre potencias, es una pregunta legítima.

Lo cierto es que China ha empezado a mover ficha para incrementar su participación activa en el país. Históricamente muy reacia a enviar sus tropas a conflictos externos, a diferencia de Estados Unidos, es muy poco probable que se embarque en un conflicto como el de Afganistán, considerado como un “enorme riesgo”. “Mucha gente en el Gobierno chino tienen miedo de verse arrastrada a Afganistán. Tienen la idea de que EEUU [abandona Afganistán] para que China recoja los pedazos y repita los errores de EEUU y la Unión Soviética”, sostiene a este diario Andrew Small, analista para Asia del European Council on Foreign Affairs. Pero aun así, China está barajando opciones: ¿qué se le ha perdido en Afganistán?

La semana pasada, una delegación de los talibanes, liderada por el mulá Abdul Ghani Baradar, se reunió con el mismísimo ministro de Exteriores chino, Wang Yi, en la ciudad de Tianjin, en el noreste de China. Tras el encuentro de alto perfil, que duró dos días, Yi afirmó que los talibanes eran una “fuerza política y militar fundamental” en Afganistán, alimentando, de facto, la estatura política internacional de los talibanes. No era la primera vez que China se reunía con los talibanes, con quienes ha mantenido conversaciones en la última década, pero sí la primera vez que lo hace de manera tan pública y cordial.

“China no tiende a percibir Afganistán a través del prisma de las oportunidades, sino de hacer frente a amenazas. La presencia de EEUU [en Afganistán] se entendía como una amenaza geopolítica, pero también como el menor de dos males. Ahora que se han retirado, China está preocupada en varios frentes”, asegura Small. No son, como en otros escenarios de expansión geopolítica china (como en África), las oportunidades de posibles inversiones económicas, ampliación de la Nueva Ruta de la Seda o el control de recursos naturales. Es una amenaza: el terrorismo.

En apenas dos meses, los talibanes han afianzado su control sobre casi el 85% del territorio del país, muchas veces ante la incapacidad de reacción de las fuerzas del Gobierno afgano. Los talibanes controlan también varias fronteras externas, como la de Pakistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán e Irán, así como la frontera con China, una fina franja de terreno sin puestos fronterizos ni infraestructuras. Con el indudable avance sobre el terreno de los talibanes, China no quiere que Afganistán se convierta en un ‘refugio seguro’ para grupos terroristas islámicos o separatistas que pueda afectar a los intereses chinos, no sólo en cuanto a la insurgencia islámica uigur en la provincia china de Xinjiang, sino también a sus intereses económicos en Baluchistán y otras zonas de Pakistán. Y para evitar estallidos de terrorismo en China, Pekín habla hasta con el diablo.

“Pekín mantiene también relaciones con el Gobierno afgano, pero saben que los talibanes son una fuerza política en el país con la que tienen que tratar”, asegura Small.

Entre las preocupaciones de China está el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental (ETIM, en inglés), como China denomina a los militantes extremistas uigures. Según estimaciones del Consejo de Seguridad de la ONU, los diversos grupúsculos del ETIM alcanzaban unos 3.500 combatientes, algunos con base en Afganistán -aunque la mayoría de los atentados que se han registrado en China han sido totalmente internos-. Aun así, China ha redoblado sus esfuerzos contra la expansión o sostén internacional del grupo, ampliando sus relaciones antiterroristas e incluso militares con los países de Asia Central. De hecho, China ha desplegado tropas en la frontera entre Tajikistán y Afganistán, para evitar que terroristas entrenados en los campos talibanes de Afganistán puedan utilizar las rutas de Asia Central.

Pero la amenaza terrorista contra china va más allá de los grupos uigures. Los talibanes tienen amplia relación con el Tehreek-e-Taliban Pakistán (TTP), insurgentes pakistaníes (unos 5.000 combatientes, según la ONU) que, desde la frontera afgana, atentan contra intereses extranjeros en Baluchistán, donde los chinos operan el puerto de Gwadar. El pasado mayo, se atribuyeron la autoría de un atentado con coche bomba en un hotel en el que precisamente se alojaba el embajador Chino en Pakistán. Paralelamente, grupos separatistas baluches (bajo el paraguas del Baloch Raaji Aajoi Sangar) han reafirmado su actitud anti-china, con atentados varios contra intereses económicos chinos en Pakistán, que suman más de 60.000 millones del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) lanzado en 2015.

La relación de China con los Talibanes data de la década de los 90, pero hasta el momento no ha sido “totalmente exitosa” en la contención del terrorismo, apunta Small. A diferencia de sus relaciones con Pakistán o con otros gobiernos de Asia Central, los talibanes son un interlocutor más complejo y cuyas ambiciones van más allá de la política habitual, un interlocutor “incómodo” para China: “El éxito ha sido ‘mixto’, China no ha conseguido que los talibanes expulsen o ejecuten [a miembros de grupos considerados terroristas por China], pero sí ‘bajar un poco’ el nivel. China sabe que hay limitaciones a lo que los talibanes están dispuestos a hacer”.

Porque los talibanes también ganan en esa relación con China, especialmente legitimidad internacional, pero no solo. China, como miembro del G5, es importante en cuanto a las políticas de sanciones económicas conjuntas que se quieran aplicar a los talibanes y, a más largo plazo, puede ser un inversor clave para infraestructuras. Más allá de lograr hacerse con la mayor proporción del territorio afgano, los talibanes están también intentando demostrar -a su público interno, pero también en una hipotética defensa internacional de un estado talibán- que son capaces de gestionar los territorios que van conquistando, manteniendo parte de la estructura estatal y restableciendo incluso algunos servicios básicos como el agua corriente, electricidad o recogida de basuras.

Esta misma semana, los talibanes se hicieron con su segunda capital provincial, subiendo de nivel sus ‘conquistas’, después de ir asegurando territorios mayormente rurales. A largo plazo, buenas relaciones con China podría implicar inversiones desde Pekín que, como se ha visto en otras partes del mundo, no suele tener muy en cuenta el historial en derechos humanos de los gobiernos en los que invierte.

¿Desvío de la Ruta de la Seda?

“Si la situación fuera más benigna, en términos de seguridad, China tendría más intereses económicos para Afganistán, un país que ofrece posibilidades interesantes: es un país ‘hub’ para los ejes de transporte a través de Eurasia, hay también considerables recursos naturales… Pero la situación de seguridad nunca ha hecho esto posible. China es realista en cuanto a la promesa [económica de Afganistán]”, sostiene Small.

China cuenta con intereses mineros en la mina de cobre de Aynak y proyectos energéticos en Amu Darya, que han estado sin embargo estancados durante muchos años. El pasado mes, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino Zhao Lijian confirmó que Pekín y el Gobierno afgano están teniendo discusiones sobre la opción de extender el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) hasta Afganistán, con la construcción de autopistas (de Kabul a Peshawar), trenes (a Kandahar) y oleoductos. Esa ampliación podría multiplicar el flujo de carga en la Nueva Ruta de la Seda, pero lo cierto es que Pekín puede esperar, y así se lo ha hecho saber a un Gobierno afgano desesperado por inversión china: la estabilidad económica debe preceder a nuevos compromisos económicos serios.

A Afganistán se le llama “la tumba de los imperios”. Desde Alejandro Magno a Estados Unidos, pasando por Genghis Khan, los británicos o la Unión Soviética, grandes imperios del momento intentaron invadir y controlar Afganistán para acabar chocando contra un muro de sangre y arena. China no quiere ser el siguiente, ¿pero podrá evitarlo?

El Confidencial