Aunque la epidemia parecía remitir al final del verano, el mayor número de muertes por influenza se registró entre septiembre y noviembre de 1918.
Cuando la primera embestida del coronavirus no está todavía cerca de remitir, los expertos llevan varios días alertando de que el peor escenario puede que aún no haya llegado, de que la pandemia arremeta después del verano con más virulencia. Esa es la situación que temen los científicos que se produzca como resultado de la flexibilización de las medidas de distanciamiento de la población. Porque hasta que no se descubra la vacuna, la enfermedad no podrá ser controlada en su totalidad.
“Existe la posibilidad de que el ataque del virus en Estados Unidos el próximo invierno sea incluso más difícil que el que acabamos de atravesar”, ha asegurado esta semana Robert Redfield, director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Robin Shattock, del Imperial College de Londres y uno de los científicos que encabezan la carrera por encontrar la cura del Covid-19.
“Tradicionalmente, la gente ha pensado que las segundas oleadas de gripe, en términos estacionales, se producían en el invierno”, ha señalado el experto en una entrevista con la prensa británica. “Sin embargo, en este caso se desconoce por ahora “si este virus está ligado a una estación en concreto, pero nos podemos imaginar que cuando comencemos a volver a la vida normal, posiblemente durante el verano, los casos volverán a aumentar“.
Esa es la sentencia de los expertos, y así también lo pone de manifiesto la Historia. Desde que se desató la pandemia del coronavirus, los paralelismos con la gripe española de 1918, que se cobró la vida de unos 50 millones de personas —un cómputo mayor que los soldados y civiles que murieron durante la I Guerra Mundial—, han sido recurrentes: los hospitales de campaña, las mascarillas, la policía en las calles… La última, más que buscar respuestas al caos del presente, se encamina a vislumbrar un futuro incierto.
El rebrote
La gripe española germinó en marzo de 1918 en Camp Funston, en Fort Riley, Kansas (EEUU), donde más de un centenar de soldados contrajeron la enfermedad. La Gran Guerra aún no había alcanzado su desenlace, y los movimientos masivos de tropas contribuyeron a impulsar la propagación de la enfermedad. Países como Francia, Inglaterra, España, Italia, Rusia o México comenzaron a diagnosticar los primeros casos en la antesala del verano, aunque el número de contagios fue bastante limitado, mucho más leve de lo que iba a llegar en los próximos meses.
Esa fue la que hoy se conoce como “primera ola” de una enfermedad que llegó oficialmente a España el 20 de mayo de 1918, cuando el diario El Sol informaba en sus páginas sobre la incidencia del extraño virus. Solo en la primera semana se contabilizaron unos 30.000 casos, que se elevarían a 250.000 para principios de junio, debido sobre todo a la celebración de verbenas y fiestas populares, como las de San Isidro en Madrid. A pesar de todo, la ciudadanía se tomó la enfermedad con indiferencia, dedicándole chascarrillos y canciones de la zarzuela. Y tal como había llegado, para finales de verano parecía haber desparecido.
Pero no fue así: la gripe española, que recibe su nombre por la transparencia de las autoridades de España en relación con el virus, rebrotó con fuerza al iniciarse el otoño. Y hubo dos focos principales, según explica el historiador José Luis Betrán en su obra Historia de las epidemias (La Esfera de los Libros): otra vez las fiestas patronales —en Becedas (Ávila), por ejemplo, se registraron 800 casos unos días después de las celebraciones, que los vecinos identificaron con un supuesto envenenamiento de la sangre del toro sacrificado en la lidia— y el relevo militar: uno de cada nueve soldados enfermó, y murió uno de cada treinta. Estos difuminaron el virus por todo el país.
“El rebrote gripal esta vez no fue sólo en las regiones del centro peninsular sino también en las del Levante, que habían permanecido indemnes durante la primavera”, escribe el historiador. “Fue entre septiembre y noviembre cuando más muertes causó. El ferrocarril parece haber sido de nuevo la pieza clave en su entrada desde Francia, al traer de regreso a nuestro país al medio millón de españoles que habían ido a la vendimia francesa y los miles de portugueses repatriados al acabar la guerra”. El inicio de esta segunda ola también se notó en la política, donde la tensión fue in crescendo. El ministro de Estado, Eduardo Dato, incluso recurrió a la censura para atenuar el estado de alarma.
El mes crítico
El peor mes de todos fue octubre, cuando en España se registró el 45% de los fallecimientos —el cómputo oficial habla de unos 180.000, aunque otros estudios, como sucede con la pandemia del coronavirus, barajan una letalidad mucho mayor, con 260.000 muertos—. En este periodo hubo algunas ciudades en las que la influenza golpeó con especial fuerza, como Zamora, con una tasa de mortalidad del 10.1% por el 3.8% nacional. “El mal que se cierne sobre nosotros es consecuencia de nuestros pecados y falta de gratitud, y por eso ha caído sobre nosotros la venganza de la justicia eterna”, declaró el obispo de la localidad buscando una justificación divina.
En Valencia, solo en octubre, se registraron casi 700 fallecimientos por la gripe española. En Barcelona se suspendieron todas las ceremonias religiosas y se cerraron los colegios. Además, las autoridades municipales montaron lavaderos portátiles y se repartió un litro de lejía a 4.000 familias pobres. La empresa de ataúdes, que ostentaba el monopolio de su producción, se vio desbordada tanto por el elevadísimo número de defunciones como por una huelga de los obreros. Fueron los militares los encargados de ayudar en la sepultura de los muertos. Las deficiencias tanto en material como en personal sanitario provocaron el colapso del sistema y la multiplicación de los cadáveres.
Pero no fue un caso exclusivo de España: la segunda ola arrancó en EEUU en septiembre de 1918 en otro campo de entrenamiento del Ejército, esta vez a las afueras de Boston. Esta arremetida fue devastadora y llegó a su punto máximo en el mes de octubre: en sus 31 días se contabilizaron más de 100.000 muertos. En algunas ciudades como Pittsburgh, la mortalidad se disparó al levantar las medidas de confinamiento, como el cierre de las escuelas o la prohibición de las reuniones públicas, antes de que lo recomendasen las autoridades del país.
A partir de noviembre, la intensidad de la pandemia empezó a remitir. Aún así, todavía se registraría una tercera oleada de casos a principios de 1919, sobre todo en febrero y marzo. Su incidencia fue mucho menor, quizá también porque buena parte de la población había desarrollado anticuerpos para combatirla. ¿Pasará lo mismo con el coronavirus? ¿Volverá a atacar con fuerza después del verano? Al menos, destripando la Historia, se nos presentan evidentes paralelismos para actuar antes de que sea demasiado tarde.