Los chinos proporcionaron una gran parte de los productos que se comerciaron todos los años con Acapulco a través del Galeón de Manila, que eran la fuente de riqueza principal de los españoles de Filipinas. También los chinos fueron los proveedores de los servicios y mantenimientos que necesitaba la comunidad española de Manila y terminaron por controlar la vida económica colonial en las islas, que se estructuró en función de la actividad de los chinos.
En estos momentos de protagonismo espectacular de China en el escenario mundial, los españoles podemos decir con franqueza absoluta que tuvimos un ámbito chino dentro de nuestro Imperio ultramarino y una experiencia de convivencia y relaciones con los chinos que duró más de tres siglos.
El tema de China no es habitual en la historiografía española y, sin embargo, China fue el estímulo para que España saliera a buscar los caminos del mar. Apenas es conocido que españoles y chinos mantuvieron una historia de relaciones estrechas y duraderas, que comenzaron en 1565 con la conquista de Filipinas por Miguel López de Legazpi. Es más, llegar a la China fue el objetivo compartido en distintos momentos por Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, Hernán Cortés y el propio Legazpi, aunque con algunas consideraciones particulares en cada caso. Después de la conquista de México, Hernán Cortés llegó a concebir la Nueva España como un territorio que tenía que hacer su expansión hacia el Pacífico; en una carta dirigida a Carlos I en octubre de 1524 le decía:
“Siendo Dios nuestro Señor servido, tengo que ser causa de que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos de los que hoy en España se tiene noticia; quiera Dios encaminarlo como él se sirva y vuestra cesárea majestad consiga tanto bien, pues creo que con descubrir yo en el Mar del Sur, no le quedará a vuestra excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo”. [1]
Acercamiento español a China: de la diplomacia a la conquista militar
En los primeros años de presencia española en Filipinas, más o menos entre 1565 y 1570, los españoles no tuvieron certeza de si la Corona consideraba las islas como asiento definitivo o como plataforma de expansión hacia China. Legazpi escribió varias cartas a Felipe II y al virrey de México preguntando si el destino final de su expedición era permanecer en Filipinas o seguir hasta China. Su recorrido por las islas fue un acercamiento a China hasta donde le fue posible, y cuando en 1571 llegó a la zona donde establecería la ciudad de Manila, encontró viviendo allí establemente una comunidad de cuarenta chinos, dos de ellos cristianos que habían sido bautizados en Japón por los jesuitas y que se identificaron poniéndose de rodillas y diciendo Ave María cuando los religiosos les mostraron una cruz. En Mindoro, una isla cercana a Manila, había encontrado más de treinta comerciantes chinos procedentes del naufragio de dos juncos, a los que los filipinos habían apresado y estaban vendiendo como esclavos. Legazpi los compró, les concedió la libertad y se interesó por noticias de los lugares de donde venían y del Imperio Chino en su conjunto. En definitiva, Legazpi actuó en estos primeros años preparando el terreno para el paso a China con los medios que tuvo a su alcance: poniéndose lo más cerca posible de China y consiguiendo información mediante un trato exquisito con los chinos que se encontró en su camino [2].
Los eclesiásticos también pensaron en estos primeros años que Filipinas era lugar de paso para entrar en China. De hecho, misiones de frailes y soldados realizaron varias embajadas a la provincia de Fujián, en el sur del país, y recogieron abundante información [3].
Conviene recordar que la imagen que Europa tuvo de China en el siglo XVI se debió en gran medida a la información que proporcionaron en sus escritos dos españoles: Juan González de Mendoza [4] y Bernardino de Escalante [5]. Parte de la descripción de Escalante fue incorporada por Abraham Ortelius en la primera edición española del Theatrum Orbis Terrarum, obra publicada en Amberes en 1588 y de gran difusión en Europa. Era el compendio del saber geográfico en el mundo académico europeo.
Por su parte, los misioneros tuvieron una seguridad absoluta de que era posible la conquista espiritual del Imperio chino. En último término, esto se entiende desde la perspectiva de una fe extraordinaria, pero también porque se sintieron escogidos por Dios para continuar una misión que la Cristiandad europea esperaba desde hacía tres siglos. Desde el siglo VII, en China se había establecido el cristianismo nestoriano, que había llegado hasta Pekín y había conocido una época de prosperidad hasta el siglo XI. Los mongoles de China conocieron esa forma de cristianismo y muchos se convirtieron, incluso algunos miembros de la familia de los kanes. Marco Polo fue testigo de las posiciones de privilegio de los cristianos en la China de los mongoles y nos dejó testimonio de ello [6]. La primera embajada de la Santa Sede a la China de los mongoles la había llevado Juan de Piano Carpini, un franciscano compañero de san Francisco que fue enviado por el papa Inocencio IV y que viajó entre 1245 y 1247 para pedir al Gran Kan la conversión de los tártaros y la renuncia a la conquista de Europa. Después, fray Juan de Montecorvino, enviado por el papa Nicolás IV para evangelizar China, permaneció allí entre 1294 y 1328 y fue el primer arzobispo de Pekín. Esta primera iglesia católica china terminó como consecuencia de la expulsión de los mongoles por la dinastía Ming en 1368 (Marco Polo estuvo en China entre 1271 y 1295) [7]. En gran parte, los religiosos españoles de Filipinas fueron continuadores de estos pioneros. La labor que realizaron en China y en el Sudeste asiático en general, en donde muchos murieron mártires, tuvo también aspectos culturales muy importantes, que todavía no se han valorado suficientemente.
Los gobernadores de Manila quisieron establecer relaciones oficiales con China desde el primer momento y primero lo intentaron por medios diplomáticos. En 1575 dos religiosos y dos soldados estuvieron en la provincia de Fujián, invitados por las autoridades chinas, y durante tres meses recorrieron la provincia y se entrevistaron con los mandarines locales [8]. Fujián fue muy importante para los españoles de Filipinas porque era la provincia más cercana y porque era la más abierta de China, tanto para recibir comerciantes como, sobre todo, para proyectar su propio comercio al exterior, hacia el Mar de la China. Los españoles llegaron a Fujián porque fueron llevados hasta allí por chinos de Fujián, y los miles de chinos que fueron a comerciar a Manila a lo largo del período español, y muchos de los que se quedaron allí, también fueron de Fujián [9].
Como los intentos diplomáticos para el asentamiento en China fracasaron, el gobierno de Manila, y en general toda la comunidad española, se decidió a planificar la conquista militar de China. Es sorprendente que estuvieran convencidos de esa posibilidad, cuando sus recursos eran extraordinariamente desproporcionados respecto de los del Imperio chino. Sólo se puede entender esto si consideramos que situaron la conquista de China en la línea de continuidad de las grandes hazañas americanas de la primera mitad del siglo XVI, que todavía estaban vivas en la memoria colectiva. Desde Manila se hicieron proyectos para conquistar militarmente China en 1576 y en 1584, pero Felipe II nunca los aprobó y esas ideas se abandonaron definitivamente en 1586.
El proyecto más radical lo patrocinó Francisco de Sande, tercer gobernador de Filipinas, que en 1576 aseguró a Felipe II que serían suficientes para conquistar el Imperio chino 4.000 soldados provistos de pica y arcabuz y los navíos, artillería y municiones correspondientes [10]. En su línea belicista, este gobernador suspendió una embajada de Felipe II al emperador chino que llevaba algunos años preparándose en España y México. El embajador frustrado fue el agustino Juan González de Mendoza, que estuvo en México con los regalos preparados, entre ellos varios relojes y pinturas, cosas por las que el emperador había mostrado predilección [11]. También Mateo Ricci llevó relojes y pinturas a Pekín en 1597 [12].
En realidad, los proyectos de conquista muestran un gran desconocimiento del mundo chino, de su cultura y de sus costumbres, sobre todo de su capacidad de recursos y de su potencia militar. Algunos años después, el gobernador Rodrigo de Vivero, hombre sensato y prudente, resumió muy bien la posición que debía asumir España en Filipinas:
“En estas Islas se sustenta la opinión que el poder y el buen gobierno de ellas por ahora más consiste en conservar lo ganado que en ganar otras provincias nuevas, pues no teniendo Vuestra Majestad gente para poblarlas y pacificarlas, menos la tendrá para formar nuevos presidios…” [13]
En Filipinas nunca hubo suficientes españoles como para plantear una conquista de China o cualquier forma de expansión fuera de las islas. Incluso habría que considerar la importancia de haber conseguido mantener las islas españolas de la Micronesia desde Filipinas, a pesar de los escasos medios disponibles. Se hicieron contadas expediciones militares a las islas cercanas y a algunas zonas continentales, casi todas durante el siglo XVII, pero no duraron mucho tiempo. En particular, se hicieron expediciones militares a las islas del sur, Mindanao y Joló, que los gobernadores españoles no llegaron a dominar hasta el siglo XIX. También en el siglo XVI se hizo una expedición a Borneo, se establecieron contactos con Camboja, Siam y Japón, y una guarnición militar en Formosa entre 1626 y 1641.
La formación de la comunidad china de Manila
Aunque los intentos de establecer relaciones directas con China y de hacer un asentamiento mediante la vía pacífica y la militar fracasaran, los españoles y los chinos terminaron encontrándose en Filipinas. Muy pronto se estableció en Manila un mundo chino que participó plenamente en la articulación del sistema colonial español en Oriente, hasta el punto de que sin los chinos de Manila, a los que los españoles llamaban sangleyes, es difícil imaginar que la ciudad hubiera podido sobrevivir e incluso que la presencia española en Filipinas hubiera sido posible.
Cientos de chinos llegaban cada año con las mercancías que la comunidad española de Manila compraba para embarcar en el Galeón que cruzaba el Pacífico y las vendía en Acapulco, desde donde se llevaban hasta México a través de un camino lleno de dificultades. Lo que estaba previsto era que regresaran a China después de vender sus mercancías, pero muchos se quedaron en Manila y sus alrededores como comerciantes y como artesanos de todos los oficios imaginables [14]. Durante todo el período colonial, un grupo de españoles muy pequeño vivió dependiendo de una comunidad china que siempre fue mucho mayor, a menudo 20 o 30 veces mayor, tanto para obtener los beneficios del comercio con México, que eran la fuente principal de recursos de los españoles, como para proveerse de todos los productos que necesitaban. Los chinos abastecían Manila de alimentos, construían los edificios, eran plateros, zapateros, cerrajeros, herreros y, en general, proporcionaban a la comunidad de Manila todo lo que pudiera desear. En último término llegaron a especializarse en productos que no eran de la tradición cultural china pero que pedía el mercado español, como imágenes religiosas cristianas, o tipos de tejidos que llegaron a hacerse populares en América y en España, como los famosos mantones de Manila, una prenda que probablemente la hacían los chinos sólo para venderla a los españoles de Filipinas [15].
Domingo de Salazar, primer arzobispo de Manila, hizo en 1588 una rica descripción de la actividad del Parián, el barrio de los chinos situado fuera de las murallas de la ciudad pero siempre al alcance de sus cañones. En 1588 el Parián tenía una historia muy corta, pero ya estaba formado por cuatro calles con cuatro filas de edificios en los que había 150 tiendas y 600 chinos residiendo habitualmente. Hacía referencia también el arzobispo a otros chinos que residían fuera del Parián: 100 al otro lado del río Pasig y otros 300 distribuidos por las orillas y en la ribera del mar, la mayoría casados y muchos de ellos cristianos.
Decía el arzobispo:
“Hay mercado público en la Plaza de Manila todos los días de cosas de comer, como gallinas, puercos, patos, caza de venados, puercos de monte y búfalos, pescado, leña y otros bastimentos, y hortalizas y muchas mercaderías de China que se venden por las calles. Cada año llegan de China a Manila 20 navíos o más de mercaderías, cada uno con 100 hombres o más, que tratan en Manila desde noviembre hasta mayo, siete meses en los que comercian, y después regresan. Llevan de 200.000 pesos para arriba en mercaderías, además de 10.000 en bastimentos, como harina, bizcochos, azúcar, manteca, naranjas, nueces, castañas, piñones, higos, ciruelas, granadas, peras y otras frutas, tocinos y jamones, en tanta abundancia que todo el año hay sustento para la ciudad y para el aprovisionamiento de las armadas y flotas: y llevan muchos caballos y vacas de los que se va abasteciendo Filipinas. De dos años a esta parte llegan navíos de particulares de Japón, Macao, Siam y de otras partes con mercancías para tratar en Manila. Mediante ese comercio, los unos y los otros se van aficionando a nuestra amistad y trato y se van convirtiendo muchos de las dichas naciones. Y de esta tierra llevan para la suya reales de plata, oro, cera, algodón y palo para tintas y caracoles menudos, que es como moneda en su tierra y de mucho provecho para otras cosas y los estiman en mucho, y lo que ellos traen es seda en seda labrada y rasos, damascos negros y de colores, brocateles y otras telas, de que ya es muy común la noticia, y mucha ropa de algodón blanca y negra y los dichos bastimentos.” [16]
La variedad de productos chinos en Manila era extraordinaria, pero el producto fundamental de las transacciones y de los envíos a Acapulco era la seda. Las exportaciones de seda terminaron identificándose con China, tanto por su abundancia como porque el cultivo de moreras y la artesanía de la seda representaban muy bien la armonía entre el desarrollo agrícola y la producción artesanal, valores que Confucio había señalado como esenciales para la sociedad china.
Lo que los españoles podían ofrecer a cambio era la plata de las minas americanas, y eso era lo que los chinos querían. La corriente de plata americana a China a través de Filipinas fue tan abundante que muy pronto las monedas mexicanas fueron usadas en China para los intercambios. Los chinos de Filipinas controlaron toda la plata que llegaba cada año de México y dominaron por completo la vida comercial de Filipinas. Es muy difícil hacer un cálculo sobre la cantidad de plata americana que pasó a México a través del comercio del Galeón de Manila. La Corona española reguló el comercio entre Manila y Acapulco estableciendo una cantidad límite a la venta de los productos que llegaban al virreinato, que se incrementó desde 500.000 pesos en el siglo XVII hasta 1.500.000 pesos desde 1776. Aunque estas limitaciones permitirían hacer un cálculo sencillo, la práctica permanente del fraude hace muy complicada una valoración real de la cantidad de plata llegada a Filipinas a través del Galeón de Manila. Aunque no hay datos para hacer una estimación pero entada del fraude, amaronón fundamentada del fraude, sabemos que, a principios del siglo XVII, las ventas de productos asiáticos en México llegaron a cinco millones de pesos, cuando la cantidad permitida era de 500.000 [17].
Por tanto, se puede decir que entre los españoles y los chinos se estableció una relación de dependencia mutua en la que unos y otros aportaron lo que necesitaban; no siempre la convivencia fue pacífica, pero la realidad fue que llegaron a entenderse y que pocas naciones europeas pueden mostrar una experiencia de relación tan larga con el mundo chino como la que tuvieron los españoles de Filipinas.
Por otra parte, en la Manila española se podían encontrar los arquetipos más vanguardistas que tiene planteados en la actualidad nuestro mundo occidental, sobre todo la convivencia en una sociedad multicultural. El abigarramiento étnico de la ciudad la convirtió en la más exótica del dominio colonial español en su conjunto. Probablemente fue uno de los experimentos más originales de convivencia multiétnica dentro del mundo conocido por los occidentales: en Manila había filipinos, chinos, japoneses, indios, armenios, españoles europeos y españoles americanos, indígenas americanos y negros. No vivieron completamente juntos, pero sí habitualmente cercanos. A mediados del siglo XVIII, un jesuita que conocía muy bien la vida de Manila nos dejó un testimonio muy interesante del cosmopolitismo de la ciudad, que llegó a producir hasta una forma de lengua española particular.
“Estando una hora en el Tuley o Puente de Manila se verán pasar casi todas las naciones de Europa, Asia, América y África; se verán sus trajes y se oirán sus lenguas. El prodigio es que todos estos para comunicarse entre sí hablan en español; ¡pero cómo!. Cada nación ha formado una jerigonza por donde se entienden. Yo oí un día un gran pleito entre un sangley, un armenio y creo que un malabar; todos hablaban español y yo no entendía a ninguno, por no haber estudiado entonces sus vocabularios.” [18]
La organización de Filipinas
Antes de tratar sobre el comercio del Galeón de Manila y las relaciones entre españoles y chinos, me parece conveniente considerar, aunque sólo sea sumariamente, el marco en el que ambas cuestiones deben insertarse, es decir, la situación de Filipinas dentro del Imperio español.
Filipinas se estructuró como una provincia dependiente del Virreinato de Nueva España (México), con un gobernador que en la práctica era independiente porque el virrey estaba demasiado lejos, alrededor de dos meses duraba el viaje de Acapulco a Manila y de cinco a siete meses el de Manila a Acapulco. Los contactos entre Manila y Madrid, considerando que las necesidades de la administración implicaban necesariamente viajes de ida y vuelta, requerían en el mejor de los casos un tiempo de tres años. Se entiende que el cronista dominico Baltasar de asegurara a mediados del siglo XVII que gobernar Filipinas desde Madrid era un milagro de los mayores que en este mundo hacía posible la providencia de Dios; porque cuando llegaba el alimento político de las disposiciones de Madrid a Manila, que era la parte más remota de la Monarquía, por más calor que aplicara el real corazón del Consejo de Indias, llegaba por lo menos frío19. La administración de justicia la ejercía la Audiencia, un tribunal de cuatro o cinco magistrados, y la administración eclesiástica un arzobispo. El gobernador, la Audiencia y el arzobispo residían en Manila, en donde había también una guarnición permanente para la protección de la ciudad y de la provincia. Fuera de Manila, los distritos se administraban por medio de gobernadores locales llamados alcaldes mayores, pero, sobre todo, en los lugares alejados de Manila fueron los misioneros los que hicieron toda la labor, la suya de evangelización y en cierto modo la de civilizadores e incluso la de gobernantes, en cuanto que eran el canal por el que llegaban las disposiciones del gobierno de Manila a los lugares más alejados del archipiélago. En muchos de estos lugares de Filipinas, los únicos españoles que podían ver los filipinos eran los misioneros y algunas veces el alcalde mayor [20].
Por eso, los mercaderes fueron los auténticos dominadores del ritmo de la vida de Manila: en el comercio estaban la riqueza y el poder para unos pocos y la posibilidad de vivir establemente para todos. Manila quedó así marcada como un enclave occidental en un mundo oriental, sostenido por los intercambios con México. En 1593 se estableció el monopolio del comercio con China a favor de los vecinos de Manila. Podrían cargar en Manila mercancía por valor de 250.000 pesos y venderla en Acapulco por 500.000. Tenían derecho a carga los vecinos de la ciudad que hubieran residido en Manila al menos durante diez años, porque los privilegios del comercio estaban dirigidos a estimular que acudieran pobladores de España y de México. Representantes de mercaderes mexicanos canalizaban inversiones procedentes del virreinato, y los manileños de menos medios podían recurrir a préstamos de los grandes comerciantes, de las órdenes religiosas o de los mismos chinos. Por lo tanto, los chinos participaban en el control del comercio del Galeón porque eran los abastecedores de las mercancías y también porque intervenían en la financiación de los vecinos de Manila para preparar sus cargas para la venta en la feria de Acapulco. De hecho, los pesos que llegaban de Acapulco terminaban en su mayor parte en manos de los chinos, que la enviaban a China en donde las ganancias eran considerables porque el valor de la plata se duplicaba [21].
El Galeón de Manila y el viaje hacia Acapulco
Pocos años después del asentamiento español en Filipinas, ya era conocida en México la solidez de los galeones construidos en las islas que se empleaban para la navegación del Pacífico. En efecto, Filipinas era rica en maderas de extraordinaria calidad para la construcción naval. En la estructura se empleaban la teca y el molave para aprovechar su dureza y resistencia frente a los embates del mar y los ataques de la broma, un molusco que se alimenta de madera y que se adhería al casco hasta destrozarlo. La estructura se revestía de lanang, una madera que tenía la propiedad de combinar resistencia y flexibilidad, de manera que, en caso de conflicto, los proyectiles que impactaban en el casco podían rebotar. En cuanto al tamaño, el galeón que se hizo más habitual en las travesías del Pacífico fue un navío grande, de alto bordo y con la forma característica de media luna que tenían todos los galeones, resaltada por las construcciones en la proa y la popa de dos superestructuras llamadas castillos. Era un navío seguro, pero también poco ágil a causa de su gran peso y de su forma; podía resistir las acometidas de las aguas del océano con eficacia, pero era muy lento, cabeceaba constantemente y resultaba poco manejable en la complicada travesía que debía realizar entre las islas de Filipinas, en la navegación entre Manila y el embocadero de san Bernardino por el que se adentraba en el Pacífico.
A pesar de la solidez del galeón, el cruce del Pacífico era tan duro que necesitaba repararse en los dos puertos (Acapulco y Manila), especialmente en el de Manila para afrontar la larga y penosa derrota hasta Acapulco. Los galeones solían llegar siempre con daños considerables en la arboladura, el aparejo y el casco, de manera que para las reparaciones era necesario contar con muchos artesanos (carpinteros, herreros, toneleros, calafates,…) y con un presupuesto bastante elevado. En 1573, solo en las labores de calafateado trabajaron en la ribera de Cavite 666 calafates españoles y 402 calafates chinos, lo cual supuso un gasto para la Real Hacienda de 5.455 pesos [22].
En los primeros años de la historia de esta nueva ruta de la seda, los viajes los hicieron varios barcos pequeños navegando juntos, pero las preferencias de los vecinos de Manila se decantaron pronto por un galeón de gran tamaño, aunque algunos años hicieron el viaje dos. A fines del siglo XVI, trabajadores malayos y chinos construyeron en Cavite navíos de hasta 700 toneladas y durante los dos siglos siguientes el tamaño siguió aumentando todavía más hasta alcanzar algunos las 2.000 toneladas, como el Santísima Trinidad, construido a mediados del siglo XVIII. La Corona española puso una limitación al tamaño del Galeón de Manila en 1593 para regular el comercio de Acapulco y evitar que salieran grandes cantidades de plata de las minas americanas hacia China, pero estas limitaciones nunca se cumplieron. La primera regulación oficial del comercio del Pacífico de 1593 también dispuso que podría cargarse mercancía en Manila por valor de 250.000 pesos y venderse en Acapulco por 500.000. En 1702 la carga de mercancía se elevó hasta 300.000 pesos y la venta en Acapulco a 600.000 pesos, y en 1776 el permiso de carga subió hasta 500.000 pesos y la venta en Acapulco a un millón [23]. Con todo, el Galeón de Manila hizo sus viajes a Acapulco de manera habitual con más carga de la permitida y regresó desde Acapulco con más plata de la que estaba oficialmente previsto.
En cuanto al viaje, todos los que lo conocieron -y especialmente los que lo sufrieron- estuvieron de acuerdo en que fue la experiencia más terrible de sus vidas. Hay muchos testimonios que lo acreditan, aunque los más conocidos son los de tres grandes viajeros: Francesco Carletti, un comerciante florentino que fue de Manila a Acapulco en 1596, el clérigo español Pedro Cubero Sebastián, que hizo esa misma ruta entre 1678 y 1679, y el napolitano Giovanni Francesco Gemelli Careri, que viajó en 1697. Se destacan estos tres testimonios porque estos grandes viajeros dejaron extensos relatos de sus recorridos por gran parte del mundo, de manera que sus juicios sobre la travesía entre Manila y Acapulco tienen el valor añadido de provenir de personas con gran experiencia en los caminos de mar y tierra de la época. No obstante, hay otros testimonios de funcionarios, comerciantes y otros vecinos de Manila que viajaron menos, pero que, a su modo, plasmaron en referencias más breves -aunque no menos intensas- las calamidades que sufrían habitualmente los tripulantes y pasajeros del Galeón de Manila.
La partida de Manila solía hacerse entre mediados de junio y mediados de julio y constituía el acontecimiento más sonado del año para el vecindario. El galeón se preparaba en el puerto de Cavite y después se acercaba a Manila, en donde el gobernador entregaba los pliegos de documentos oficiales, el arzobispo bendecía la nave con sus navegantes y los dominicos organizaban una procesión para llevar desde la iglesia de su convento hasta el galeón una imagen de la Virgen del Rosario, conocida como la Naval, para que los llevara a Acapulco con su intercesión poderosa ante Dios. La derrota desde la bahía de Manila hasta el embocadero de san Bernardino era muy complicada a causa del gran tamaño del galeón y su escasa agilidad para sortear los peligros de la navegación entre las islas. Después, ponía rumbo al norte hasta alcanzar la corriente de Kuro Shivo, por encima de los cuarenta grados de latitud, que lo adentraba en el Pacífico hasta llegar a las costas de California, en una de las rutas marítimas sin escalas más largas de la historia.
Era muy difícil que el Galeón de Manila se librara de los efectos de los temporales. La época de huracanes comenzaba en septiembre y se contaba con ellos para empujar al galeón en su camino, pero en bastantes ocasiones su fuerza y persistencia causaron naufragios con pérdida de la gente y de la mercancía; y también arribadas, es decir, regresos del galeón a Filipinas porque los daños causados le impedían continuar la navegación. También las arribadas eran un desastre económico, porque los vecinos de Manila perdían las remesas de plata de ese año y no podían cargar el doble del permiso al año siguiente, esto en el mejor de los casos, es decir, que en la arribada no se hubieran dañado las mercancías. El relato del viaje a Acapulco de Pedro Cubero Sebastián (desde fin de junio de 1678 hasta mediados de enero de 1679) es muy útil para comprobar el doble efecto de las tempestades: empujar al galeón y dejar a la gente aterrorizada y maltrecha. Cubero se detiene en señalar las medidas que ordenó el piloto para disponer el velamen de manera adecuada para aprovechar los vientos y después anota que el temporal les hizo avanzar en su camino hacia el este cincuenta leguas. En cuanto a los efectos sobre la gente, hace algunos comentarios que nos ayudan a comprender el alcance del miedo en personas agotadas que llevaban entonces cuatro meses de duro viaje. El galeón avanzaba con más velocidad que nunca, mientras que las olas pasaban de una parte a otra con tal estrépito que cada vez que daban en el costado del navío parecían piezas de artillería. La tempestad duró ochenta horas durante las cuales todos se movieron aterrorizados en torno a Pedro Cubero, al que suplicaban que intercediese por la misericordia divina. Pusieron en una de las velas reliquias de un lignum crucis, de san Francisco Javier y de otros santos, “porque en este furioso temporal –comenta Cubero–, después de Dios, solo en aquella boneta (la vela con las reliquias) consistía el librarse el galeón de aquella tempestad tan furiosa”. El efecto del huracán sobre los que lo padecieron fue tal que durante varios días estuvieron dominados por el terror y fueron incapaces de recuperar el ritmo normal de la vida a bordo del galeón [24].
Naufragios y arribadas daban lugar a una cadena de acontecimientos calamitosos que sumían a Manila en la penuria: los vecinos perdían el dinero invertido, las viudas y huérfanos de los que morían quedaban desasistidos, así como todos los necesitados de la ciudad, porque la labor social dependía en gran manera de las cofradías que obtenían sus recursos de los beneficios producidos por el comercio del galeón. Nos puede servir el testimonio de fray Pedro de Mejorada, provincial de los dominicos de Filipinas, que expuso al rey las consecuencias de los malos años de comercio en estos términos:
“Todos, Señor, participan de las influencias de sus limosnas (de los comerciantes), los colegios, hospitales, huérfanas, doncellas, viudas desamparadas. Los conventos dependen de estas limosnas, ya para el ornato de sus templos y decencia de sus altares, ya con misas y otras limosnas que dan para el sustento de pobres monasterios. La clerecía la mayor parte de ella o ya de misas o ya de capellanías tienen en eso vinculado el sustento. El Colegio de niñas de la Misericordia, que es el erario de esta república, tiene a su cargo dar a corresponder el dinero que dejaron y dejan muchos vecinos piadosos, que es mucho, y si las ferias padecen atrasos se suspenden las limosnas porque para reintegrar el capital de la fundación es necesario que vaya y vuelva la plata algunos años” [25].
En cuanto a la alimentación, en un viaje que duraba de cinco a siete meses, era necesario embarcar una enorme cantidad de productos, entre los que abundaban el bizcocho o galleta, las salazones de carne y pescado y las legumbres secas. Además, solían llevarse animales vivos para comer carne fresca al menos en la primera etapa del viaje, así como verduras y frutas que se consumían rápidamente. Para el abastecimiento del galeón Nuestra Señora de Guía y Santo Cristo de la Misericordia, que hizo viaje a Acapulco en 1730, se gastaron 10.169 pesos en una amplia gama de productos, entre los que había 1.800 arrobas de bizcocho de trigo, 475 arrobas de carne seca de vaca, 225 arrobas de carne de cerdo en salmuera, 235 gallinas ponedoras en cuatro gallineros de madera y dos partidas que se refieren a la celebración de los oficios religiosos: una arroba de vino de Castilla para misas y una arroba de harina de trigo para hostias [26].
El número de personas que se embarcaba fue incrementándose a medida que aumentó el tamaño de los galeones, aunque siempre el espacio disponible para moverse por el navío fue muy reducida, porque la cubierta solía ocuparse con las cajas de pertenencias de la gente y fardos de mercaderías, hasta el punto de estorbar las maniobras de la marinería en los casos en los que la navegación se hacía conflictiva por huracanes o por la presencia de barcos enemigos. De hecho, el término zafarrancho hace alusión a la necesidad de dejar libre la cubierta quitando los ranchos, es decir, los espacios de habitación que formaban grupos de personas con sus cajas correspondientes [27].
En estas condiciones de hacinamiento de personas, animales y equipaje durante tanto tiempo, era necesario procurar actividades de entretenimiento que aliviaran la tensión. Para ello se recurría a apuestas, aunque estaban prohibidos los naipes y los juegos de azar. Se apostaba por cuestiones relativas a la travesía, como la fecha del avistamiento de California, la llegada a Acapulco y cosas por el estilo. También se permitían unas representaciones jocosas organizadas por la marinería que consistían en parodias de juicios de las autoridades del galeón, a las que acusaban de algo relacionado con sus oficios y las sentenciaban a proporcionar chocolate y golosinas que se repartían entre los marineros. Esta parodia de juicio se solía hacer cuando se tenían los primeros indicios de la proximidad de las costas de California, que popularmente se llamaban señas. Pedro Cubero cuenta en el relato de su viaje que las vieron el 27 de noviembre, cuando llevaban cinco meses de navegación, y especifica en qué consistían.
“Estas señas nos señalan haber ya pasado el golfo del archipiélago … Llámanles los marineros porras, porque son unas raíces a manera de gaves coloradas, que es lo mismo que si aquí dijéramos remolachas: estas tienen unas hojas muy anchas a manera de penca de palma… Cuanto más nos vamos acercando a tierra vienen juntas en cantidad y los marineros les llaman balsas; encima de estas balsas vienen unos pescados a manera de monillos (que) juegan encima de las balsas. Estas son las señas, y es tanta la alegría que causa a los navegantes de aquel galeón, más que el día que llegan al puerto (Acapulco).” [28]
A bordo del galeón, la manifestación externa y casi de oficio de esta alegría por encontrar las señas era la pantomima de juicio de residencia que los marineros hacían. Lo cuenta Cubero de esta manera:
“Los marineros, vestidos ridículamente, hacen un tribunal y traen presos a toda la gente de más importancia del galeón, comenzando desde el general, y a cada uno le toman su residencia…era cosa de reír y fue un día de mucha alegría. Luego los condenaban y sentenciaban; uno que diese chocolate, otro bizcocho, otro dulces… Digo esto para que se vea con cuánta alegría se celebra el día que se descubren las señas” [29]
Sin embargo, esta parte final del viaje tenía también su cara amarga, porque a la llegada a California se producía la mayor cantidad de muertes entre los que llegaban enfermos, agotados y hambrientos. Según el relato de Pedro Cubero, echaban al mar cada día tres o cuatro cadáveres, de manera que en quince días echaron al mar noventa y dos. En Manila embarcaron alrededor de 400 personas y en el transcurso del viaje fallecieron por diversas causas 308; llegaron a Acapulco 192 muy debilitados, nueve de ellos tanto que fallecieron en el puerto a pesar de las asistencias30. No obstante, también muchos recuperaban la salud cuando los galeones tocaban en las costas de California y los enfermos de escorbuto podían abastecerse de alimentos frescos, especialmente cítricos.
Con unos datos tan terroríficos, podría resultar sorprendente que los comerciantes se aventuraran a realizar semejante viaje e incluso a reiterarlo. La razón es que, como línea comercial, el Galeón de Manila proporcionaba unas ganancias fabulosas. Gemelli Careri, el viajero de Nápoles que navegó de Manila a Acapulco en 1697, dice que se conseguía una rentabilidad de entre el 150 y el 200% para los mercaderes y del 9% para los agentes. Era habitual aceptar préstamos al 50% con la seguridad de que se obtendrían beneficios [31]. Pero conviene dejar claramente expuesto que el Galeón de Manila fue mucho más que una línea comercial: además de sedas y loza, de Filipinas llegaron a México plantas como la palma de coco, el mango o el tamarindo, y unas formas de arte y artesanía que conformaron el estilo propio mexicano para siempre.
Las relaciones entre españoles y chinos. Los problemas
En Manila, españoles y chinos siempre tuvieron el convencimiento de que su dependencia era compartida. De otra forma, no sería posible comprender cómo, después de los alzamientos de los chinos, que se produjeron en varias ocasiones durante el siglo XVII, y de las represiones tan contundentes de los españoles, siempre y rápidamente los chinos regresaban, los españoles los admitían y se recuperaban las relaciones como se habían dejado. Además, con una presencia china que cada vez se hizo más abundante y que se extendió por todas las islas.
El problema de fondo era que los españoles contemplaban a los chinos con una actitud que se movía entre la alteridad y el temor. Alteridad quiere decir que los chinos eran considerados tan distintos de los españoles que era difícil integrarlos en la sociedad. En la idea española de los chinos entraron desde el primer momento dos notas fundamentales: la necesidad de contar con ellos y el temor que les producía tener tan cerca a un grupo humano tan distinto y tan abundante. Abundante hasta el punto de llegar a desequilibrios tan grandes en Manila como de 2.000 españoles, como mucho, frente a 10.000, 20.000 y a veces 30.000 chinos a lo largo del siglo XVII [32]. Distinto hasta el punto de que los españoles no tuvieron una categoría de finida para situarlos. Los españoles consideraron a los filipinos como habían hecho con la población nativa de América, es decir, como indios, y en la documentación se les llamaba indios. En cambio, los chinos eran considerados como extranjeros, aunque como unos extranjeros necesarios. Por ejemplo, los chinos no pagaron tributo ni hicieron servicios personales como hicieron los filipinos [33]. Sus obligaciones fiscales fueron el pago de impuestos al comercio, el pago de licencias para establecerse en las islas, también el pago de licencias para juegos de azar y muchas ayudas extraordinarias que pagaban de buen grado para mantenerse en buenas relaciones con las autoridades de Manila. Por su singularidad, podía destacar que los chinos de Manila colaboraron con una cantidad importante para ayudar a Felipe V en la toma de Barcelona durante la Guerra de Sucesión española. Sin embargo, en México, en el siglo XVII, a los asiáticos que llegaban en el Galeón de Manila se les conocía como “indios chinos” y, en consecuencia, se les permitía moverse tanto entre los españoles como entre los indios, porque no les afectaba la política de separación residencial. De todas maneras, esto fue el resultado de una confusión absoluta, porque con el nombre de “indios chinos” se conocía a todos los asiáticos, ya fueran filipinos, chinos o de cualquier otro país.
En una descripción de los chinos que hizo en 1576 el gobernador Francisco de Sande señaló que, por todas las islas Filipinas, los chinos eran conocidos como sangleyes, es decir, como gente que viene y va, aludiendo al comercio regular entre China y Manila [34]. El término indicaba una cercanía de los chinos, pero también la referencia a gente que viene y va era una referencia a gente extraña, a gente que no pertenecía al mundo filipino ni al mundo español. En otras palabras, eran claramente otros, aunque fueran vecinos.
Durante el siglo XVI, salvo en los momentos en que se impusieron los proyectos de conquista que al final no aprobó la Corona, los españoles tuvieron un concepto de los chinos de Filipinas en el que el temor y la sospecha permanecieron mitigados. Los cambios más importantes llegaron por las consecuencias desastrosas del primer alzamiento chino de octubre de 1603 y de la primera expulsión masiva de chinos que se decretó por su causa. Este alzamiento no fue completamente inesperado: algunas voces destacadas entre los vecinos de Manila, como las del obispo Domingo de Salazar35 y el oidor Antonio de Morga [36], habían advertido reiteradamente del peligro que suponía una presencia china tan numerosa y tan cercana. En todo caso, después del alzamiento de 1603, las numerosas muertes sufridas por los dos bandos y la comprobación de las pérdidas económicas que acompañaban a la ausencia de los chinos, marcaron la relación de dependencia y los sentimientos de temor y recelo. Por otra parte, el rápido regreso de los chinos a Manila, que ya había recuperado la normalidad en 1606 [37], también dejó bien marcado para el futuro el convencimiento de los chinos de las ventajas que les proporcionaba mantener la cercanía con los españoles. A fines del siglo XVI, los propios chinos de Manila ofrecieron ayuda a las autoridades españolas para entrar en China, con el objeto de desviar la atención de los españoles hacia China continental y asegurar la vida tranquila y próspera de su comunidad en la comarca de Manila [38].
Los remedios: asimilación por conversión o expulsión
Las actitudes de temor y recelo se acentuaron a lo largo del siglo XVII, a causa de otros episodios de enfrentamiento ocurridos en 1639, 1662 y 1686 que terminaron con la expulsión de los chinos o con planteamientos sobre la conveniencia de expulsarlos. No obstante, invariablemente terminaba imponiéndose la realidad de la dependencia que la comunidad española de Manila tenía de los sangleyes del Parián y, en consecuencia, el mundo chino de Manila se recomponía a notable velocidad. Sin embargo, a fines del siglo XVII, la Corona asumió seriamente la conveniencia de radicalizar su actitud respecto de los chinos de Filipinas, planteando a las autoridades de Manila la necesidad de expulsar de las islas a los no cristianos y haciendo que los que llegaban cada año en los champanes regresaran inmediatamente después de terminar la venta de mercancías a los manileños. Una Real Cédula de 1686 ordenó la expulsión de los chinos no cristianos, después de que la Corona hubiera estudiado la cuestión detenidamente, con el asesoramiento de una junta de teólogos y con el parecer de personas experimentadas en el trato con los chinos en Filipinas. Aun así, dejó abierta una puerta estableciendo un plazo de dos meses para sopesar los casos de los chinos que manifestaran su deseo de convertirse al cristianismo, con firmes manifestaciones de mantenerse en la fe católica. La Real Cédula puso en manos de la Audiencia de Manila determinar la fecha de su aplicación, lo cual dio lugar a un intenso y muy extenso debate sobre la conveniencia de la expulsión que duró más de medio siglo, aunque, en principio, la Audiencia había fijado un tiempo de siete meses [39].
Para hacer balance, podría decirse que los españoles habían aprendido a fines del siglo XVI que su economía dependía de los chinos por completo, lo cual significaba que debían aprender a convivir con ellos tanto para su propia supervivencia como para que, al menos algunos, pudieran hacer una buena fortuna antes de regresar a México o a España. Hay que entender que esto afectaba tanto a las personas como a la continuidad de Filipinas como dominio español. También a lo largo del siglo XVI se había ido perfilando la imagen del chino como original, como comerciante, hábil artesano de cualquier oficio, buen agricultor y pescador y acaparador de moneda de plata.
No obstante, el chino aparecía también como peligroso por la posibilidad de alzarse contra los españoles, e igualmente como peligroso por la influencia que su comportamiento moral y algunas manifestaciones de su religión tenían entre los neófitos filipinos e incluso entre los españoles cristianos viejos. Pueden citarse, por ejemplo, las polémicas suscitadas por la asistencia de los españoles a las comedias y celebraciones del año nuevo chino. Para la comunidad española, encerrada en las murallas de Manila, la asistencia a estas celebraciones era un elemento de diversión extraordinario y exótico, pero los religiosos estaban convencidos de que la presencia de los españoles en estos festejos era participar en actividades religiosas chinas. Las fiestas chinas continuaron celebrándose en el Parián, con los desfiles de máscaras y dragones y con el acompañamiento de fuegos artificiales, pero fue prohibida la asistencia de los españoles porque los religiosos las calificaron como “celebraciones propias de gente extraña que viene a sembrar idolatrías y supersticiones en tierra de cristianos”40. El problema se estaba planteando entonces también en China, a causa de las variaciones de los programas de adaptación cultural promovidos por San Francisco Xavier, que Mateo Ricci siguió fielmente y que abandonó su sucesor, Nicolás Longobardi41. En Filipinas, lo mismo que en China, los problemas derivados de los ritos chinos incrementaron la desconfianza entre los chinos y los españoles.
En último término, el mejor remedio para solucionar estos problemas fue la asimilación de los chinos mediante la conversión al cristianismo. Los españoles trataron de organizar la convivencia con los chinos de manera que fuera posible aprovechar las ventajas y eliminar los problemas que implicaba su presencia. Lo hicieron por medio de tres medidas que fueron aplicadas simultáneamente: la regulación de las entradas de chinos en Filipinas, el control fiscal y el control espacial. La regulación de las entradas y el control fiscal llegaron a identificarse, porque a los chinos que se quedaban en las islas se les obligaba a pagar una licencia de radicación, que se convirtió en una importante cantidad de recursos públicos. El control espacial se intentó conseguir concentrando a la población china en el Parián, un barrio propio fuera de las murallas de Manila pero a tiro de cañón de sus baterías. En la realidad, no fue posible poner control en las licencias de radicación, que dieron lugar a muchos fraudes de los que se beneficiaron con frecuencia los oidores de la Audiencia de Manila, ni tampoco se pudo evitar que los chinos terminaran estableciéndose fuera del Parián, especialmente en los alrededores de Manila, aunque progresivamente se fueron extendiendo por la isla de Luzón primero y por el resto del archipiélago después.
Por otra parte, en el proceso de asimilación del chino en el espacio filipino y en las categorías mentales de los españoles, fue imponiéndose como elemento clave la religión, de manera que las conversiones al cristianismo fueron utilizadas también como filtro depurador de la comunidad china. En general, el sangley y el mestizo de sangley cristianos eran mejor asumidos por el mundo español porque estaban más cerca de los españoles. Son muy abundantes los testimonios en los que se puede comprobar la mayor cercanía y confianza de los españoles hacia los sangleyes cristianos, a los que se llegaron a encomendar servicios fundamentales para el abasto de los españoles. Los panaderos de Manila fueron chinos habitualmente y los documentos hablan de la calidad y variedad del pan. Sin embargo, en ocasiones el incremento de la tensión en la convivencia entre españoles y chinos dieron lugar a situaciones pintorescas. En 1686, cuando todavía colgaban a las puertas del Parián los cuerpos de algunos chinos ajusticiados como sospechosos de preparar una revuelta, algunos vecinos de Manila acusaron a los panaderos de haber metido vidrio molido en el pan para atentar contra la vida de los españoles.
Al final, el pleito se anuló y los panaderos chinos fueron absueltos, pero los autos son muy interesantes por los testimonios que vecinos de Manila muy cualificados hicieron en apoyo de la inocencia de los sangleyes. Entre ellos podemos citar al prior del Convento de San Pablo, al maestre de campo Fernando de Bobadilla y al almirante Juan de Vargas Machuca, padrino de bautismo de uno de los panaderos acusados. El testimonio de estos y de otros muchos vecinos de Manila estaba de acuerdo con la argumentación del abogado defensor en la causa, que mostraba la incoherencia de la acusación porque los panaderos chinos casi formaban parte del vecindario de la ciudad, “por estar algunos casados en ella y con hijos, y no es de presumir que tuviesen intención de matar a los españoles”, cuando eran los primeros interesados en mantener sus vidas y las de sus familias. En los cuatro hornos de Manila trabajaban entonces 37 chinos, de los cuales 32 eran infieles y cinco cristianos. La media de edad de los cristianos era de casi 50 años, la de residencia en Manila de más de 25 años y dos estaban casados con mujeres cristianas, uno con una filipina y otro con una mestiza de sangley [42].
A través de cuestiones como la de los panaderos, se entiende que el factor fundamental para la asimilación y la convivencia pacífica era la conversión. Por eso, en 1686 se determinó la expulsión de Filipinas de los chinos infieles. La orden permitía que los labradores y artesanos chinos cristianos se establecieran en el lugar que desearan de las islas, mientras que los comerciantes cristianos deberían residir obligatoriamente en el Parián. El comercio de los chinos que llegaban en sus champanes todos los años, que era vital para la economía colonial, no se interrumpió, pero estos comerciantes no podían salir del Parián y tenían que regresar a China cuando terminaran las ventas.
La aplicación de esta orden no fue fácil por el temor a que la expulsión de los chinos infieles paralizara la vida económica de Filipinas. En todo caso, el largo debate de más de medio siglo que se produjo generó una gran cantidad de documentación, en la que se incidía nuevamente en la importancia de la conversión, es decir, del elemento religioso, en el proceso de asimilación del chino al mundo colonial de Filipinas.
Oficialmente, el proceso de expulsión de los chinos no cristianos terminó en 1755 con la salida de las islas de 3.693, cantidad que no reflejaba el número real de chinos infieles porque muchos andaban por Filipinas fuera del control de las autoridades de Manila [43]. Para valorar mejor la dimensión del problema, disponemos de los resultados de las visitas hechas a las provincias de la comarca de Manila por el oidor Pedro Calderón Enríquez en la primera mitad del siglo XVIII. En 1741 había en esa zona 25.000 mestizos de sangley, la cuarta parte de la población tributaria total, y a esta cantidad había que añadir más de 4.000 chinos infieles en el Parián y otros 4.000, también infieles, en los alrededores de Manila [44]. La incorporación de los mestizos de sangley había sido buena y todos los testimonios suelen ser favorables a su presencia en Filipinas. Vamos a tomar dos de los más cualificados: el de la Audiencia de Manila, que decía al rey en 1695 que los mestizos de sangley se criaban y educaban como sus demás vasallos, sin distinción alguna. Y el del arzobispo de Manila, que también se dirigió al rey en 1738 asegurando que los mestizos eran muy útiles para la vida de las islas y contrarios a los mismos sangleyes [45].
El sangley rechazable era el sangley infiel, para el que el oidor Pedro Calderón y otras autoridades de Manila y Madrid reservaron el espacio mental que en España se había dedicado a judíos y musulmanes, es decir, la categoría de grupos con los que la única solución era la expulsión del país, una vez comprobado que una política de separación residencial era ineficaz en la práctica y especialmente grave en la convivencia de los chinos infieles con los indios cristianos. Los argumentos de derecho empleados por Calderón fueron desde las Sagradas Escrituras y las Partidas, hasta las disposiciones de las Recopilaciones de leyes de los Reinos de Castilla e Indias. De nuevo quedaba de manifiesto que el factor fundamental que hacía al chino distinto era su infidelidad. Calderón todavía precisa más este valor y lo pone por encima del conocimiento de la lengua, al proponer que a los sangleyes cristianos casados que residían en la comarca de Manila debía ponérseles plazo para que aprendieran español o la lengua del país, de manera que pudieran asistir a la doctrina en sus parroquias. Sólo si no aprendieran alguna de estas lenguas debían trasladarse a algún pueblo con párroco que supiera chino, es decir, a los pueblos de Tondo, Binondo o Santa Cruz, inmediatos a Manila [46].
Por otra parte, una consecuencia muy importante de estas noticias es que la presencia de tan gran número de mestizos de sangley en la comarca de Manila había empezado a conformarla definitivamente como una zona de asimilación china por la conversión y el mestizaje chino-filipino.
En conclusión, contempladas con la perspectiva del tiempo, las relaciones de dependencia de españoles y chinos en Filipinas revelan que ambos aplicaron poderosos factores de protección. Los chinos, con el dominio de la vida económica, haciéndose imprescindibles para asegurar su permanencia en el país; los españoles aprovechando a los chinos para asegurar la continuidad de una pequeña comunidad en Oriente, aplicando unos elementos de recuperación de recursos mediante el control fiscal y las donaciones extraordinarias pero frecuentes de los chinos, y protegiéndose de ellos por la vía de la asimilación a través de las conversiones y el mestizaje.
No quiero terminar sin advertir que centrar la atención en exceso en las sublevaciones de los chinos y en las reacciones consecuentes de los españoles perturba el acercamiento a otra realidad: la que contempla el esfuerzo de ambos grupos por entenderse, con la aceptación convencida de la inviabilidad de una vida separada en Filipinas.
NOTAS
- Cartas de relación de Hernán Cortes a Carlos I. México, octubre de 1524: Cartas y Relaciones de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, Colegidas e ilustradas por Don Pascual de Gayangos, París, Imprenta Central de los Ferrocarriles, 1866, p. 308.
- Legazpi a Felipe II, Cebú, 23 de julio de 1567. Legazpi al virrey de Nueva España, Martín Enríquez de Almansa, Manila, 11 de agosto de 1572: Archivo General de Indias (AGI), Patronato, 24, R. 23.
- Martín de Rada, OSA, a Martín Enríquez de Almansa, Cebú, 8 de julio de 1569: AGI, Filipinas, 79. Martín Enríquez de Almansa al rey, México, 31 de octubre de 1576: Archivo Histórico Nacional (AHN), Diversos, Cartas de Indias, 238.Ver sobre este tema los trabajos de PORRAS, J. L. Sínodo de Manila de 1582, Madrid, CSIC, 1988 y OLLÉ, M. La invención de China. Percepciones y estrategias durante el siglo XVII, Rodery Ptak y Thomas O. Höllmann, vol 9, Wiesbaden, 2000.
- GONZÁLEZ DE MENDOZA, J. Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China, sabidas así por los libros de los mismos chinas, como por relación de religiosos y otras personas que han estado en dicho reino, Roma, 1585.
- ESCALANTE, B. Discurso de la navegación que los portugueses hacen a los reinos y provincias del Oriente, y de la noticia que se tiene de las grandezas del gran reino de la China, Sevilla, 1577.
- ROPERO, A. Mártires y perseguidores. Historia general de las persecuciones (siglos I-X), Barcelona, CLIE, 2010, pp. 499-500. PIÑERO, A. Los cristianismos derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos?, Madrid, EDAF, 2007, pp. 254-255.
- PHILLIPS, W.D. Jr. “Voluntary Strangers: European Merchants and Missionaries in Asia during the Late Middle Ages”, The Stranger in medieval society, ed. F.R.P. Akehurst and Stephanie Cain Van D´Elden, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1998, pp. 14-26.
- Martín Enriquez, virrey de Nueva España, a Felipe II, México, 31 de octubre de 1576: AHN, Diversos, Cartas de Indias, 238. El conde de Coruña, virrey de Nueva España, a Felipe II, México, 26 de octubre de 1581: AGI, México, 20. Relación de la tierra de la China y del viaje que hicieron a ella desde Filipinas los padres fray Martín de Rada y fray Jerónimo Marín, Manila, 1575: Real Academia de la Historia, Salazar-Jesuitas, t. 102, ff. 224-229. RODRÍGUEZ, I. Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús, Manila, 1978, vol. XIV, doc. 66, pp. 262-330.
- Sobre la procedencia de los chinos de Filipinas, ver GARCÍA-ABÁSOLO, A. “El mundo chino del Imperio español”, Un Océano de intercambios, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2008, t. 1, pp. 117-140. Para una visión más amplia sobre los chinos de Filipinas se puede ver GARCÍA-ABÁSOLO, A. Murallas de piedra y cañones de seda. Chinos en el Imperio español: siglos XVI a XVIII, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad y Eurosemillas, 2012.
- Francisco de Sande, gobernador de Filipinas, a Felipe II, Manila, 7 de junio de 1576: AGI, Filipinas, 6.
- Francisco de Sande al virrey de México, México, 25 de enero de 1582: AGI, México, 20. Carta que su majestad [Felipe II] escribió al rey de China, Badajoz, 11 de junio de 1580: AGI, Patronato, 24, R. 51. Otra carta al rey de China fechada en Santarem, el 5 de junio de 1581: AGI, Patronato, 24, R. 54.
- Sobre la estancia de los jesuitas Mateo Ricci y Diego Pantoja en Pekín, ver el trabajo de ZHANG KAI, Diego de Pantoja y China, Pekín, Editorial de la Biblioteca de Beijing, 1997.
- Rodrigo de Vivero, gobernador de Filipinas, a Felipe III, Manila, 25 de agosto de 1608: AGI, Filipinas, 7.
- El estudio clásico sobre el Galeón de Manila es el de SCHURZ, W.L. The Manila Galleon, New York, E.P. Dutton, 1939 (El Galeón de Manila, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1992).
- ORTIZ ARMENGOL, P. Letras en Filipinas, Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1999, pp. 215-222.
- Informe del obispo de Manila, fray Domingo de Salazar, sobre el censo de las Islas Filipinas. Manila, 25 de junio de 1588: AGI, Filipinas, 74.
- Sobre la importancia de la plata americana que pasó a Asia a través del Galeón de Manila, pueden verse VALDÉS LAKOWSKY, V. De las minas al mar. Historia de la plata mexicana en Asia: 1565-1834, México, FCE, 1987, y FLYNN, D. O. y GIRÁLDEZ, A. “Born with a “Silver Spoon”: The Origin of World Trade in 1571”, Journal of World History, Vol. 6, Nº. 2, 1995, University of Hawai’i Press. BROOK, Timothy. Vermeer´s Hat. The Seventeenth Century and the Dawn of the Global Word. Londres, Profile Books, 2009, p. 172. Brook señala que China importó cinco mil toneladas de plata en la primera mitad del siglo XVII, procedentes al cincuenta por ciento de las minas americanas y de Japón.
- MURILLO VELARDE, P. Geographía histórica de las Islas Philipinas, del África y de sus islas adyacentes, Madrid, 1752, t. VIII, p. 52.
- SANTA CRUZ, B. Historia de la Provincia del Santo Rosario de Filipinas, Japón y China del Sagrado Orden de Predicadores. Tomo segundo. Escrito por el M.R.P. Baltasar de Santa Cruz, Catedrático de Prima en la Universidad y Colegio de Santo Tomás de Manila, Prior del Convento de dicha Ciudad, Rector del Colegio Provincial de la Provincia del Santo Oficio, Zaragoza, por Pascual Bueno, 1693, p. 21.
- Para una visión breve pero experta de la historia de Filipinas en el periodo español se puede ver el trabajo de DÍAZ-TRECHUELO, L. Filipinas, la gran desconocida 1565-1898, Pamplona, EUNSA, 2001. 21 Ver FLYNN, D.O. y GIRÁLDEZ, A. “Born with a ‘Silver Spoon’…”, op. cit.
- Traslado Auténtico de la cuenta y relación jurada presentada por los Oficiales Reales de los ramos y nervios de esta Real Hacienda de estas Islas Filipinas. Con carta de la Audiencia de 3 de julio de 1754: AGI, Filipinas, 570. 23 SCHURZ, W. L. El Galeón de Manila, prólogo de Leoncio Cabrero, traduc. de Pedro Ortiz Armengol, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, p. 162.
- Traslado Auténtico de la cuenta y relación jurada presentada por los Oficiales Reales de los ramos y nervios de esta Real Hacienda de estas Islas Filipinas. Con carta de la Audiencia de 3 de julio de 1754: AGI, Filipinas, 570.
- SCHURZ, W. L. El Galeón de Manila, prólogo de Leoncio Cabrero, traduc. de Pedro Ortiz Armengol, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, p. 162.
- CUBERO SEBASTIÁN, P. Breve relación de la peregrinación que ha hecho de la mayor parte del mundo don Pedro Cubero Sebastián, predicador apostólico del Asia, natural del reino de Aragón; con las cosas más singulares que le han sucedido y visto entre tan bárbaras naciones, su religión, ritos, ceremonias y otras cosas memorables y curiosas que ha podido inquirir; con el viaje de España por tierra hasta las Indias Orientales, Madrid, impreso por Juan García Infanzón, 1680, pp. 329-330.
- Fray Pedro de Mejorada al rey, Manila, 22 de julio de 1713: AGI, Filipinas, 296.
- Avíos y bastimentos que llevó el Galeón Nuestra Señora de Guía y Santo Cristo de la Misericordia, de la carrera de ese año (1730). Es Traslado auténtico de la cuenta y relación presentada por los Oficiales Reales este presente año del valor de la Real Hacienda de ellas de su cargo, sus gastos y situaciones por lo respectivo del año pasado de 1730. Año de 1731, ff. 135 y ss.: AGI, Filipinas, 533.
- PÉREZ MALLAÍNA, P. E. Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias. Siglo XVI, Sevilla, Servicio de Publicaciones de la Diputación, pp. 139-148.
- CUBERO SEBASTIÁN, P. Op. cit., pp. 333-335.
- Ibídem, pp. 335-336.
- Ibíd., pp. 334-335.
- GEMELLI CARERI, G.F. Giro del Mondo. Parte Quinta. Continente le cose piu agguardevoli vedute nell’ isole Filippine. In questa seconda edizione di molto accresciuto e ricorretto e di nuove figure adornato. In Napoli, Nella Stamperia di Giuseppe Roselli 1708. El libro tercero de la parte quinta lo dedica a relatar el viaje de Manila a Acapulco, deteniéndose a hacer una descripción de las islas Marianas. Las apreciaciones sobre los beneficios del comercio del galeón se encuentran en los ff. 182-183.
- El padre Francisco Colin estimó que la población china en 1603 pasaba de 20.000 mientras que los españoles de Manila eran alrededor de 800 (Labor evangélica, ministerios apostólicos de los obreros de la Compañía de Jesús, fundación y progresos de su provincia en las Islas Filipinas. Historiados por el padre Francisco Colin, provincial de la misma Compañía, calificador del Santo Oficio y su comisario en la gobernación de Sambianga y su distrito. Parte Primera. Sacada de los manuscritos del padre Pedro Chirino, el primero de la Compañía que pasó de los Reinos de España a estas Islas por orden y a costa de la Católica y Real Majestad. En Madrid, por José Fernández Buendía, Año de 1663, libro tercero, p. 491).
- En 1627, a instancias del dominico fray Melchor Manzano, se promulgó una Real Cédula en beneficio de los chinos convertidos al cristianismo que estaban en el Parián de Manila, disponiendo que no se les cobrara tributo durante los primeros diez años siguientes a su conversión y que después lo pagaran el tributo de los naturales de Filipinas, es decir, un peso y dos tomines, lo cual era bastante menos que el importe de las licencias que debían pagar para quedarse en Filipinas, que era de entre ocho y nueve pesos anuales. Real Cedula. Madrid, 14 de junio de 1627: AGI, Filipinas, 340, L. 3, ff. 397r-398r.
- Francisco de Sande a Felipe II, Manila, 7 de junio de 1576: AGI, Filipinas, 6, R. 3, N. 26.
- Domingo de Salazar, obispo de Manila, a Felipe II, Manila, 27 de junio de 1588: AGI, Filipinas, 74, N. 34.
- MORGA, A. (De), Sucesos de las Islas Filipinas, Madrid, ed. W.E. Retana, 1909, pp. 224-226.
- Díaz de Guiral, fiscal de la Audiencia de Manila, a Felipe II, Manila, 9 de julio de 1606: AGI, Filipinas, 19.
- CH’EN CHING-HO, The Chinese Community in the Sicteenth Century Philippines, Tokyo, 1968, p. 90.
- Real Cédula dirigida al presidente y oidores de la Audiencia de Manila, Buen Retiro, 14 de noviembre de 1686: AGI, Filipinas, 331, L. 8, ff. 84v-85v. Carta de la Audiencia de Manila a Carlos II, Manila, 12 de junio de 1689: AGI, Filipinas, 202. Ver sobre el tema GARCÍA-ABÁSOLO, A. “La difícil convivencia entre españoles y chinos en Filipinas”, Élites urbanas en Hispanoamérica, Coord. Luis Navarro García, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005, pp. 487-494.
- Auto de Cristóbal Salvatierra (O.P.), sobre representaciones de comedias de los chinos. Manila, 15 de febrero de 1592: AGI, Filipinas, 6, R. 7, N. 90.
- ZHANG KAI. Diego de Pantoja y China, op. cit., p. 16.
- Ver sobre esta revuelta GARCÍA-ABÁSOLO, A. Murallas de piedra…, op. cit, pp. 103-123.
- Cartas de Pedro Manuel de Arandía, gobernador de Filipinas, a Julián de Arriaga, secretario de Marina e Indias,
Manila, 15 y 16 de julio de 1756: AGI, Filipinas, 160. Sobre los efectos limitados de la expulsión escribió el gobernador Francisco de la Torre en carta al rey de 17 de julio de 1764: AGI, Filipinas, 681. - Pedro Calderón Enríquez, oidor de la Audiencia, al rey, Manila, 14 de julio de 1746. Acompaña Testimonio de Reales Cédulas en que SM aprueba lo que ejecutó en la numeración que hizo de las provincias de Tondo y Cavite por el Señor Oidor Licenciado Pedro Calderón Enríquez, y certificados de jueces oficiales reales sobre el planteo del nuevo arreglo en cinco provincias de las seis que comprendía el ramo de bagamundos y aumento que se causó a la Real Hacienda de 25.000 pesos de renta al año y lo demás: AGI, Filipinas, 152. Pedro Calderón Enríquez a Fernando VI, Manila, 8 de julio de 1758: AGI, Filipinas, 573A.
- La Audiencia de Manila a Carlos II, Manila, 18 de junio de 1695: AGI, Filipinas, 202.
- Pedro Calderón Enríquez, oidor de la Audiencia de Manila, a Felipe V, Manila, 10 de julio de 1741: AGI, Filipinas, 202.