La peste negra y otras pandemias favorecieron el aumento de los salarios, pero el impacto puede ser diferente esta vez, según opinan los economistas.
Las pandemias del pasado han cambiado la balanza del poder de negociación a favor de los trabajadores y no de los empresarios, pero no existe ninguna certeza de que el nuevo coronavirus tenga hoy ese mismo efecto y llegue a reducir la brecha entre pobres y ricos.
Los historiadores económicos han pensado, durante mucho tiempo, que la peste negra, entre otras pandemias, tuvo un impacto significativo en la forma de repartir los ingresos entre quienes poseían tierras y otros bienes, por un lado, y aquellos que realizaban la mano de obra, por otro.
La forma más directa y brutal que muestra ese impacto es el cambio en la oferta de mano de obra. Los virus y las bacterias matan a los trabajadores, y estos se vuelven más escasos como resultado. Para los que sobreviven, los salarios aumentan. Al mismo tiempo, la tierra y otros bienes permanecen indemnes, pero los rendimientos de sus propietarios disminuyen. El resultado es una distribución más equitativa de los salarios.
La peste negra, una infección bacteriana que devastó las poblaciones de Europa y Asia a mediados del siglo XIV, es la pandemia más estudiada de épocas pasadas. Se sigue debatiendo el alcance total de sus consecuencias, pero casi con certeza tuvo como resultado unos salarios más elevados para los trabajadores en el noroeste de Europa.
El aumento en los salarios puede haber inspirado además la búsqueda de formas de incrementar la productividad y ahorrar en costes laborales, lo que finalmente dio lugar a la ‘gran divergencia’, un periodo en el que los salarios de los países occidentales aumentaron con respecto a los del resto del mundo. Existen ejemplos, como la sustitución de bueyes por caballos como fuente de energía agrícola y el cambio de cultivar cereales a criar ovejas para la obtención de lana.
La peste negra no fue la única pandemia que tuvo un impacto económico duradero. En un artículo publicado este mes por el ‘National Bureau of Economic Research’, tres economistas examinaron 15 brotes diferentes que representaron cada uno más de 100.000 muertes, siendo la gripe española la más mortal de todas: se cobró aproximadamente 100 millones de vidas entre 1918 y 1920.
Descubrieron que los salarios reales, en general, aumentaron durante tres décadas después de cada brote, hasta un 5% en su punto máximo. Durante ese mismo periodo, la tasa de interés natural —una medida del rendimiento del capital— disminuyó en un punto y medio porcentual. En general, las pandemias redujeron la brecha de ingresos entre los trabajadores y los propietarios de capital.
El brote viral actual ya se ha cobrado más de 170.000 vidas y ese total aumentará. Si la pandemia se hubiera dejado sin control, la cifra sería mucho mayor y su impacto en la desigualdad sería, probablemente, similar al de las pandemias anteriores.
Pero esta vez los gobiernos de todo el mundo han tomado medidas sin precedentes para detener la propagación del virus, cerrando grandes zonas de la economía mundial con el objetivo de salvar vidas. Esas medidas han limitado el impacto en la población activa, puesto que la tendencia del covid-19 es matar a las personas mayores que pueden estar en edad de jubilación, perdonando con frecuencia la vida a personas en edad activa o más jóvenes.
Por esta razón, el historiador de la Universidad de Stanford Walter Scheidel no espera ver un impacto en los salarios. “El grupo de población activa entrante se ve menos afectado, por lo que no podemos esperar una escasez de mano de obra”, dijo Scheidel, cuyo libro de 2017, ‘The Great Leveler‘, examinó los impulsores de la desigualdad desde la Edad de Piedra.
Es también la opinión de Òscar Jordà, economista en el Federal Reserve Bank of San Francisco y uno de los autores del documento de trabajo publicado en ‘The National Bureau of Economic Research’. “No espero que los salarios respondan como en pandemias previas”, escribió como respuesta a una pregunta enviada por ‘e-mail’.
Esto no quiere decir que la pandemia no tendrá en absoluto un impacto sobre la desigualdad. Después de haber experimentado dos crisis económicas importantes desde 2007, es probable que las personas ahorren más, lo que reduciría la rentabilidad del capital. Por otro lado, los gobiernos pedirán más préstamos para financiar gastos de emergencia, lo que tenderá a elevar las tasas de interés a medida que aumente la demanda de crédito. En general, Jordà espera que los rendimientos disminuyan ligeramente, lo que podría reducir la brecha de ingresos.
“El aumento del ahorro privado se puede deshacer en cierta medida mediante el desahorro público”, escribió Jordà. “Los gobiernos están acumulando deuda rápidamente, tal y como deben hacer en estos momentos de crisis, y ese será otro factor que impulsará la tasa natural real. En términos netos, aún espero un ligero descenso”.
Y puede haber más empleos en algunas economías avanzadas que optan por retornar al país de origen la producción de fármacos, equipos médicos y otros bienes esenciales. Al mismo tiempo, un menor comercio internacional dará lugar a un crecimiento global más lento.
“Algunos de los empleos que se habían ido fuera del país regresarán”, dijo Angus Deaton, profesor de economía en la Universidad de Princeton. “Habrá una mayor diversidad de fuentes de recursos como materiales esenciales y medicinas. Esto traería niveles más bajos de PIB y una menor desigualdad en ingresos, porque habrá personas que, teniendo un nivel de educación más bajo, volverán a conseguir empleo”.
Una pregunta clave para el futuro de la desigualdad de ingresos es cómo se revertirá la acumulación de deuda pública. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, muchos países aumentaron los impuestos a los ricos, reduciendo la desigualdad de ingresos. Pero ese no fue el enfoque que se tomó tras la crisis financiera global de 2008.
Hay otras formas en que las catástrofes, como las pandemias y las guerras, remodelan las estructuras de ingresos, ejemplificadas principalmente por la Revolución rusa. La gente puede y hará un juicio sobre cómo su sistema de gobierno hizo frente al desafío y sobre si se necesitan cambios.
Scheidel, de Stanford, cree que esa es la forma más probable de que el nuevo coronavirus altere la desigualdad de ingresos, aunque piensa que realmente no cambiará mucho.
“Si las preferencias políticas se alteran lo suficiente, puede darse un cambio transformador”, dijo. “Las intervenciones actuales se han vendido como una salvación para nuestras economías y nuestras sociedades, pero también están destinadas a salvar el orden existente. Si fallan, podríamos ver cambios significativos”.