Si hoy el país asiático sale reforzado de la crisis, en el siglo XVII fue la élite china la que se enredó en una maraña monetaria y comercial que benefició a España antes de hundirlas a las dos.
Alguien en Wuhan, China, come un animal exótico. España se despeña en la recesión económica. Ya conocen la trágica y devastadora secuencia de acontecimientos entre ambos sucesos. En el siglo XVII se produjo una crisis monetaria durante el reinado de la dinastía Ming en China pero el resultado entonces fue que la Monarquía Hispánica afianzó el imperio y su dominio mundial. Mientras ahora el gobierno y las comunidades autónomas se desesperan al lidiar con las complicaciones y el intrincado mercado chino para la controvertida adquisición de material sanitario —y aparentemente el país asiático sale reforzado en su aspiración de erigirse en la potencia hegemónica mundial—, en el XVII fue la élite china la que se enredó en una maraña monetaria y comercial con España, de la que dependían secretamente para su subsistencia.
A finales del siglo XVI, durante el declive de la dinastía Ming en la China imperial, sus estadistas reformularon su anómalo sistema monetario y como resultado, el imperio de los Austrias, a miles de kilómetros, despegó definitivamente. Causa y efecto sin alas de mariposa. Esta secuencia no es tan conocida y menos aún su resultado: todo acabó mal para ambos imperios. Los Austrias no perdieron el dominio mundial en la batalla de Rocroi en 1642, lo hicieron en el mercado financiero y comercial con China.
China no tenía apenas plata y tuvo que hacer compras masivas a España a precios desorbitados para que se sostuviera su sistema monetarioEl primer detalle de esta historia es que el “gigante asiático” no despertó en el siglo XX tal y como se difundió en prensa y revistas hace dos décadas. El PIB de China era el mayor del mundo en los siglos XVI y XVII, —Dennis O. Flynn y Arturo Giráldez, ‘Imperial Monetary Policy in Global Perspective’—. Sin embargo, la agotada dinastía Ming se enfrentó a una crisis política y financiera: para entonces ya usaban papel-moneda.
De hecho, fue el primer estado que usó los billetes, pero debido, entre otras complicaciones, al comercio por mar con los europeos, que traían plata, perdió el respaldo de los comerciantes. La confianza en el sello oficial del papel moneda emitido por el imperio cayó en picado y si un medio de pago deja de percibirse como fiable, suben los precios: la temida inflación. Se abrió un debate sobre la moneda.
Patrón plata
En realidad, los chinos se habían adelantado varios siglos al emitir papel-moneda hacia 1300 sin un metal precioso como el oro o la plata que lo respaldara, es decir, exactamente igual a lo que ocurre ahora y no como entonces, donde en el resto del mundo la moneda era convertible. De hecho, en China, desde el siglo XIV se había prohibido el uso del oro y la plata como medio de pago y los billetes que emitieron, el ‘Da Ming Baochao’, nunca fueron convertibles, -Frederick W. Mote ‘Imperial China 900-1880’ (Harvard University Press)- Los estadistas de la dinastía Ming habían introducido el dinero Fiat, que se basa en la confianza del propio estado-emisor.
El mismo sistema que en el resto del mundo no se impuso definitivamente hasta seis siglos más tarde, cuando Richard Nixon dio el cerrojazo final a la convertibilidad del dólar en 1971, curiosamente el presidente de EEUU que retomó la diplomacia con la China comunista. Sin embargo, en la China de la dinastía Ming del siglo XVI, el intento de introducir el papel moneda estatal tipo Fiat, resultó inútil, porque el precio de la plata desplazó el valor nominal de los billetes en poco tiempo.
Resplandor en El Escorial
Ante la crisis de confianza y la avalancha comercial extranjera, optaron por seguir al resto y para paliar la inflación, la dinastía Ming tomó la decisión de acuñar monedas de plata a finales del XVI. El propio metal la respaldaba porque tenía valor intrínseco, de forma que recuperarían el control monetario si era aceptado, como de hecho ocurrió inicialmente. Además de adoptar el patrón plata, comenzaron a recaudar los impuestos también con el metal, lo que forzó un incremento mayor de la demanda.
La decisión tuvo una repercusión crucial a miles de kilómetros. Concretamente en El Escorial, desde donde Felipe II dominaba a su vez territorios que daban la vuelta al mundo hasta llegar por la puerta de atrás de nuevo a China desde las Filipinas, atravesando primero el océano atlántico y el pacífico después. El mundo ya era global. El problema del nuevo sistema de los Ming es que China no tenía apenas minas de plata.
En poco tiempo tuvieron que acceder al mercado internacional para compras masivas que sostuvieran su sistema monetario, respaldado íntegramente por el metal. ¿Y quién poseía las mayores explotaciones mineras de plata? Si ahora es China quien posee la llave de la producción del vital material sanitario y puede establecer las condiciones de venta y los precios, entonces era el Reino de España el que disponía de la posición de fuerza para el comercio.
La moneda China había pasado a depender del comercio de plata con España: el precio se disparó y se llenaron las arcas de la corona de los AustriasPrecisamente, poco antes de la crisis china, los españoles habían descubierto los yacimientos del Potosí en Perú en 1545 además de México. Japón disponía también de una importante producción, pero el imperio español lideraba el mercado. La nueva situación se convirtió pronto en una anomalía ya que el proceso de extracción de la plata era muy costoso y en Europa, el resto de las monarquías habían recurrido, como la española, a la práctica habitual del envilecimiento monetario. El sistema era antiguo: los romanos ya lo habían introducido siglos antes incluyendo un menor porcentaje de plata por uno mayor de cobre en la aleación, según el momento, ya fuera debido a un aumento de la deuda del reino o a la falta de liquidez. El resultado casi siempre era el mismo: inflación.
Pero lo que nadie esperaba cuando la administración real española inició los proyectos de extracción de materias primas en el Nuevo Mundo era que China respaldara por completo su moneda con plata. El momento mágico: la dinastía Habsburgo en plena expansión y dominación mundial disponía no solo de las mayores reservas y de la producción, sino también de las rutas comerciales con el Galeón de Manila, la mayor de las empresa comerciales de las flotas del imperio español, tanto en en recorrido como en mercancías y valor: una aventura grandiosa que había tardado en gestarse y que estaba casi en su apogeo. El mundo en sus manos.
Burbuja monetaria
Con el control de la producción y casi de la distribución, a pesar de las potencias emergentes como Gran Bretaña y Holanda que competían por el negocio en Asia, la posición era de una gran ventaja: la monetarización de la economía China había pasado a depender en gran media del comercio de plata con España. Como consecuencia, el precio del metal se disparó, enriqueciendo las arcas de la corona española. Una gran cantidad de la plata del Nuevo Mundo, dos tercios al menos, tenía como destino China. En España, en cambio, apenas llegó, porque se desviaba al lucrativo mercado asiático, que necesitaba el metal para poder hacer seguir funcionando su economía. De hecho, Felipe IV retiró la moneda de plata por cobre o aleaciones de plata y cobre, el vellón, en 1625, cuando las deudas comenzaron a anticipar la gran regresión económica de la década de los 40.
Lo increíble fue que la política monetaria de la dinastía Ming, indirectamente, financió las guerras del imperio español y su dominio mundialLo más increíble era que la dinastía Ming, indirectamente, había estado financiando desde finales del XVI y principios del XVII, las guerras del imperio español para consolidar su dominio mundial. Según Flynn y Giráldez, de no haber existido la demanda de plata china, sencillamente no habría habido imperio. Aunque no fuera evidentemente la única condición, es bastante razonable: la Monarquía Hispánica, llevaba ya un siglo, desde los Reyes Católicos sentando las bases de un imperio, pero dispuso de unos fabulosos ingresos para financiarse justo cuando más lo necesitaba, debido a la inmensa extensión que había alcanzado. Es una visión relativamente reciente en la historiografía que gana fuerza.
Según este contexto, la corona española se nutría de un beneficio económico inusual: los costes de producción elevados de la obtención de la plata fueron barridos por la elevada demanda china, que provocó un importante alza del precio del metal, muy por encima de su valor, duplicando al del mercado europeo. El viento de popa asiático soplaba con fuerza, pero existía una pequeña complicación: se había formado una burbuja, y todas las burbujas tienden a estallar.
Mientras que en Europa el precio de la plata se mantuvo estable, en China se produjo un repentino exceso de demanda, atesoramiento y especulación a un mismo tiempo. Provocó una situación única en la historia económica, casi rocambolesca: la disparidad de precios entre China y Europa era tan acusada que con la plata española se podía comprar oro en China cuyo valor en Europa era notablemente mayor.
Con la perspectiva de los siglos, la política de la dinastía Ming resultó ruinosa, tal y como explica el historiador Charles Mann: “Era como si para comprar un diario por un dólar uno tuviera que fabricar y vender antes otra cosa para conseguir ese billete de un dólar”. El imperio español tampoco se salvó de su propia trampa. La enorme producción de Potosí y México azuzada por la especulación y los precios chinos inundó el mercado y la sobreoferta hizo el resto: los precios de China y Europa acabaron por igualarse.
¿Qué ocurría mientras tanto en la corte española? A pesar del comercio de la plata, la deuda por las continuas guerras siguió aumentando. Según el historiador John Lynch, el recurso habitual de Felipe IV a la acuñación del Vellón entre 1621 y 1625 -la moneda de plata envilecida-, es decir, más dinero, de menor valor, conllevó lógicamente un periodo de inflación en la década siguiente. Coincidió con el estallido de la burbuja china, que se llevó por delante a la dinastía Ming: la rápida pérdida de valor del metal atesorado indujo a una recesión, disturbios y revueltas: sus gobernantes habían acumulado enormes toneladas de plata justo cuando los precios se igualaron. En general, se había atesorado la moneda. Aunque sigue siendo discutido, lo cierto es que supuso el final de los Ming que fueron sustituidos por la nueva dinastía Quing.
El precio del poder
Se ha expuesto a menudo el excesivo derroche en guerras de los Habsburgo, pero también es cierto que dotar la mayor parte del presupuesto a los costes bélicos garantizaba en definitiva su estatus de potencia hegemónica. El problema no sólo consistía en que la corona se hubiera expuesto excesivamente a la demanda china, existían otras tantas dificultades como las relacionadas con los virreinatos de Perú y México. Felipe III trató de esquivar el contrabando y la corrucpción prohibiendo el intercambio entre ambas regiones y centralizando el comercio en Manila. Los virreinatos de Perú y México se estaban enriqueciendo desmesuradamente con el contrabando —José Luis Gasch Tomás, ‘The Atlantic World and the Manila Galleons’—, pero lo verdaderamente peligroso consistió en que la base de los ingresos descansaba sobre un escenario objetivamente inestable.
La burbuja que creó el patrón plata adoptado por China y fomentada por el comercio resultó inviable: sencillamente no podían comprar la moneda a precios elevados para usarla después en las transacciones económicas comerciales con el resto de potencias, entre ellas, la propia corona española. Prácticamente operaban perdiendo valor a pesar de su elevada producción de seda y porcelana, que tenían una gran demanda. Mientras, una buena parte de las arcas del imperio de los Habsburgo provenían de un mercado inflado. En Rocroi, los costosos tercios de Flandes lucharon aún pagados con la plata, y la realidad es que la derrota no fue decisiva, ni siquiera en el plano militar, como ya se ha apuntado en numerosas ocasiones. Sin embargo, la fecha del declive, 1642, es prácticamente correcta, solo que por otro motivo: el desplome de los ingresos de las minas americanas y el estallido de la burbuja asiática.
Aunque el imperio español no desapareciera, ni en ese siglo, ni en el siguiente, fue el comienzo del fin. La puntilla de la ruina recorrió de nuevo la enorme distancia en sentido inverso: la burbuja acabó estallando y el precio de la plata volvió al equilibrio previo, aunque posteriormente se desestabilizara de nuevo ya en el XVIII.
La gran recesión
La historia es a veces tan caprichosa que arroja paradojas sorprendentes: un acontecimiento aislado y aparentemente inconexo en China sobre la confianza en su sistema monetario provocó un ‘shock’ en los precios de la plata y una errática gestión en España de la oportunidad y los recursos hizo el resto. Cuando la ilusión china se desvaneció, el Imperio Español comenzó su largo declive, asumiendo de nuevo los altos costes de la extracción de las minas sin un mercado favorable, expuesto de nuevo a la especulación y a la corrupción y condicionado por una drástica reducción de la demanda anterior a partir de 1630 aproximadamente.
Las arcas se vaciaron, se estabilizó el precio de la plata y las minas dejaron de ser el gran potosí: fueron rentables un tiempo, pero no decisivas y desde luego, incapaces de sostener el gasto militar y administrativo que suponía el inmenso imperio. Con el desplome de la demanda de plata y la política monetaria inflacionista del vellón, los precios en Castilla se elevarón constantemente desde finales de los años 20 y hasta más allá de la mitad de siglo, aunque no existan datos concluyentes, como apuntó John Elliot en ‘Spain, Europe and the Wider World, 1500-1800’. Es indiferente que alguien percibiera el riesgo para evitar el desplome debido a otros tantos factores en juego de la época, pero cuando en Rocroi se rindieron los últimos soldados, en Madrid, la administración de la corona estaba ya en la ruina y sin un plan alternativo a la vista.