En casi 300 páginas, el hombre que inventó y desarrolló la prueba educativa por excelencia revela lo que ha aprendido y desvela algunos de los entresijos de dicho sistema.
París, 1995. El físico alemán Andreas Schleicher, uno de los responsables de proyectos del departamento de educación de la OCDE, está reunido con los representantes de 28 países para presentarles su idea más reciente: un examen global que permita comparar a nivel internacional el rendimiento de cada sistema educativo y establecer herramientas para la mejora. La respuesta es fría. Algunos dicen que es imposible, otros que no debería hacerse y otros señalan que la OCDE no debería meterse en eso. A pesar del desánimo, Schleicher siguió fiel a su proyecto y pidió a su superior que “teniendo en cuenta que aún no hay consenso sobre este proyecto, pregunte a los países si podemos realizar una prueba piloto”.
El resto es historia educativa. El 4 de diciembre de 2001 se hicieron públicos los resultados de las primeras pruebas PISA, que desde entonces se han convertido en la vara de medir global. Quizá porque desde un primer momento causaron una inesperada consternación. Los franceses, que en aquella reunión de los años noventa habían alardeado de su sistema educativo, descubrieron sorprendidos que no habían salido muy bien parados y adujeron que el examen debía de estar mal diseñado. Los alemanes, por su parte, sufrieron un ‘shock de PISA’ por los bajos resultados y durante meses la educación se convirtió en un tema de debate en los medios de comunicación germanos. Pronto Schleicher recibiría una llamada de Brasil solicitando su participación en la siguiente oleada del informe.
Esta es una de las historias que forman parte de ‘World Class. How to Build a 21st-Century School System‘, el libro que el propio Schleicher acaba de publicar recogiendo su experiencia de 20 años como responsable del informe PISA. En él combina de forma bastante original las memorias personales con el análisis de datos que caracterizan los informes publicados por la organización. Un enfoque en el que defiende que la educación debe ser antes una ciencia que un arte, mientras dedica el libro a los profesores, ya que “dedican su vida —a menudo en condiciones difíciles y raramente con el agradecimiento que merecen— a ayudar a que la próxima generación cumpla sus sueños”.
¿Qué dice el gurú de PISA sobre España? En comparación con otros países, que el alemán elogia o critica con mayor detalle, nuestro país recibe menos menciones, una positiva y otra relativamente negativa. En concreto, Schleicher destaca la capacidad de España (y de Italia, Portugal, Bélgica y Suiza) a la hora de conseguir que los estudiantes inmigrantes hayan mejorado sus notas en 23 puntos, reduciendo la brecha entre ellos y los nacidos aquí. La otra mención explícita a nuestro país no es tan elogiosa, ya que recuerda que los profesores españoles se encuentran en los puestos más bajos en las habilidades aritméticas, junto a Italia, Rusia, Polonia, Estonia y EEUU.
Una de las afirmaciones más chocantes es que “durante la última década, no ha habido virtualmente ninguna mejora en los resultados de los estudiantes occidentales, aunque el gasto educativo haya aumentado casi en un 20% durante ese periodo”. Como recuerda el alemán, la mayoría de los países que han mejorado son aquellos que tenían más margen para hacerlo. Mientras tanto, en muchas naciones, “la calidad de la educación que un estudiante recibe puede ser anticipada por su código postal”. Sin embargo, Schleicher anima al lector a no desanimarse, recordando que los estudiantes del 10% más pobre de Vietnam y Estonia salen ganando en la comparación con el 10% más rico de Latinoamérica y se encuentran en la media de los países desarrollados. El cambio es posible.
Los mitos que PISA ha desmontado
El libro es un buen índice hacia lo que PISA ha ido desvelando poco a poco, desde su creación hace ya casi dos décadas. Uno de los apartados más interesantes es aquel en el que Schleicher identifica algunos de los mitos más consolidados respecto a la educación y que el programa ha contribuido a derribar. Muchas de ellas pasan por renunciar al determinismo social: “La privación no es el destino”, afirma. Recuerda que “PISA ha demostrado que eso es falso: no hay nada inevitable a la hora de que un grupo social lo haga mejor o peor en el colegio o en la vida”. Y vuelve a utilizar el ejemplo de los estudiantes pobres de Estonia, Shanghái o Vietnam. Otro mito: que los estudiantes inmigrantes hacen bajar el nivel educativo de un país.
El alemán vuelve a incidir en que una mayor inversión económica en educación no garantiza por sí misma mejores resultados, una vez se supera la barrera de los 50.000 dólares invertidos entre los seis y 15 años (España destina de media 74.946). “Los países necesitan invertir en educación si quieren que sus ciudadanos sean más productivos, pero meter más dinero no mejora la educación automáticamente”, escribe. La clave está en qué gastarlo y añade que es preferible invertir en los profesores que en reducir el tamaño de las clases, pues PISA ha descubierto que, aunque es una medida políticamente popular, “no hay evidencias de que sea lo mejor”. Más bien puede ser “una distracción de fondos que podrían resultar más útiles pagando mejor a los profesores”.
Haciendo gala de la dedicatoria del libro, Schleicher recuerda que los mejores sistemas educativos tienen algo en común: dar prioridad a la calidad de los profesores. Una de las frases que el físico repite a lo largo de todo el libro es que “la calidad de un sistema educativo nunca excede la calidad de sus profesores”. De ahí que sea clave “atraer, desarrollar y retener a los mejores”. El germano propone imitar el modelo de la empresa privada, que ha desarrollado herramientas que le permiten optimizar su mano de obra. Con un matiz aparentemente sorprendente: no es necesario que los profesores sean los que obtienen mejores notas, como ocurre en Finlandia. Es un lujo que pocos se pueden permitir y en la mayoría de países los profesores están en la media nacional. Pero eso no los hace peores. La clave se encuentra en su formación.
Otras leyendas a derribar son la supuesta utilidad de la segregación escolar y del tiempo destinado al estudio. Schleicher lo deja claro: ninguno de los países con un alto grado de separación entre estudiantes por sus habilidades se encuentra entre los sistemas que mejores resultados obtienen o en los que más estudiantes de primer nivel se encuentran. En lo que respecta al trabajo fuera de casa, los datos muestran que “los países con más horas de clase y más trabajo en casa lo hacen peor”. La razón es que importa tanto la cantidad como la calidad. De hecho este último factor es mucho más determinante.
La receta del éxito
Es tentador buscar en las páginas del libro una posible guía para descubrir los secretos de la mejora educacional. La sinopsis del libro ya advierte de que eso no significa “copiar y pegar soluciones de otros colegios y países”, sino extraer pequeñas lecciones de dichas prácticas. La primera y más importante es que todos los países de alto rendimiento “han convencido a sus ciudadanos de que merece la pena invertir en el futuro a través de la educación, en lugar de emplearlo en recompensas inmediatas. Y que es mejor competir en la calidad de la mano de obra”. Sin embargo, Scleicher matiza que no hay ningún país que esté determinado por su cultura para el fracaso y que este es un factor menos importante de lo que se piensa.
Pero no basta con esa voluntad, prosigue Schleicher, que añade que tener la seguridad de que “todos los estudiantes pueden aprender” es obligatorio. Es lo que ocurre en Estonia, Canadá, Finlandia o Japón, donde existe una voluntad común de que todos los estudiantes obtengan los mayores estándares de aprendizaje, al contrario de lo que ocurre en aquellas naciones donde se divide a los niños desde una edad temprana. Los sistemas que mejor funcionan adaptan sus formas de enseñanza a las necesidades de cada alumno, velan por su bienestar y “saben que los estudiantes ordinarios pueden tener habilidades extraordinarias”. De ahí que el alemán dedique una cuarta parte de su libro a la equidad en la educación y las dificultades que existen para alcanzarla.
Es algo en lo que insiste una y otra vez Schleicher, quizás alarmado ante la posibilidad de que PISA se convierta en una competición entre países en que se olvide que el éxito pasa por que todo el mundo gane, especialmente los más desfavorecidos: “Los mejores sistemas educativos proporcionan formación de gran calidad a cada estrato para que todos se beneficien de una enseñanza excelente”. De ahí que termine el libro recordando el motivo que le ha llevado a escribirlo, ver a los niños de los barrios pobres de Shanghái aprendiendo de los mejores profesores del país. Fue entonces cuando se dio cuenta de que “una educación universal de calidad para todos es un objetivo que se encuentra a nuestro alcance”.