Estamos abocados al rescate europeo y la benevolencia luterana, mientras la clase política reactualiza el goyesco duelo a garrotazos.
Daños económicos y reputacionales devuelven a España al pelotón de los torpes en el tablero de la Unión Europea. Y nos remiten a la desalentadora respuesta que, para españoles enzarzados en una guerra fratricida, propuso Hemingway 400 años después de que la formulara el poeta John Donne: “¿Por quién doblan las campanas?”.
Estamos abocados al rescate europeo y la benevolencia luterana. Es el invisible hilo de seda que hilvana las declaraciones de la presidenta del BCE, Christine Lagarde; el gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, y la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño.
Lagarde nos consuela: gracias a la integración comercial de la UE, los fuertes nos ayudarán por la cuenta que les trae.Les interesa nuestra recuperación para que ellos puedan seguir siendo los fuertes y nosotros los subsidiados. O los menesterosos. Porque a medida que se aleja el virus, se acercan la catástrofe económica y una década de sacrificios. Como siempre, desigualmente repartidos.
Otros jinetes cabalgan cada vez más cerca. Baja el sonido de los aplausos y sube el ruido de cacerolas. El paro, la pobreza y el hambre desplazan a los ataúdes, mientras Sánchez y Simón desplazan en la tele a los bancos de alimentos y las colas en los comedores sociales. De fondo, una clase política reactualizando en el Congreso el goyesco duelo a garrotazos entre los dos partidos de la centralidad.
Solidaria pero exigente, Europa ya no se fía de nosotros y pone condiciones. No hay ayuda financiera sin ajustes. Léase ‘recortes’. Y no habrá plan de ajuste creíble (ahorro, subida de impuestos, supresión del gasto superfluo, etc.) sin un pacto de Estado de varias legislaturas. PSOE y PP deberían encabezarlo cuando haya pasado lo peor de la crisis sanitaria, según el lúcido diagnóstico del gobernador del Banco de España, cuyas previsiones económicas para la España que viene no pueden ser más negras ni más duraderas en los consabidos indicadores de PIB (hasta un 9,5% de caída), paro, deuda y déficit.
El pacto no está ni se lo espera. Los llamamientos de Sánchez a la unidad vienen con defecto de fábrica y solo son invitaciones al alistamiento en los planes de Moncloa, so pena de incurrir en delito de lesa patria. Por su parte, el líder del PP, Pablo Casado, ya ha decidido convertir el ruido de las cacerolas en la canción del verano, sin dejar de endosar miles de muertos por coronavirus a la negligencia del Gobierno.
Estamos en vísperas de enfrentarnos a decisiones necesariamente restrictivas y, por tanto, dolorosas, sobre todo para las capas más vulnerables de la población. Ahí aparece Nadia Calviño, con la balsámica intención de hacernos ver reformas donde otros vemos recortes, mientras celebra la iniciativa franco-alemana de subvencionarnos (transferencias no reembolsables) con cargo a la caja única de la UE y anuncia un plan de “reformas” a medio plazo para la reconstrucción del país ¿Con la esperanza de que el PP esté por la labor de sumarse, después de haberse sentido ninguneado durante la cuarentena?
No lo creo. Cuando hayamos salido del túnel, se producirá una incontenible demanda de urnas a la que se sumarán encantados todos los partidos, excepto el PSOE y Podemos, que en estos últimos meses estuvieron cerca del poder, pero lejos de la gloria, sobreviviendo con la ocasional ayuda de costaleros menores. Hoy lo volveremos a ver, con ocasión de la última prórroga del estado de alarma que el Gobierno va a pedir en el Congreso.