Un proyecto pionero del investigador español Pau de Soto trazo un mapa minucioso de la red de comunicaciones del Imperio romano de Occidente.
En una de las escenas más irónicas de La vida de Brian, los integrantes del Frente Popular de Judea, tramando una operación para secuestrar a la mujer del prefecto Poncio Pilatos, acaban enzarzándose en una discusión sobre los avances legados por sus invasores. La lista, culminada con la sarcástica pregunta de “¿qué han hecho los romanos por nosotros?”, podría ocupar casi toda la película: el acueducto, el alcantarillado, los baños públicos, el vino, la educación, la sanidad… o las carreteras.
Roma fue una civilización pionera en muchos campos, fascinante, y que sustentó los pilares de su poder y dominio sobre medio mundo en un vasto entramado de calzadas que recorría más de 300.000 kilómetros, según los cálculos de los expertos. Los romanos construyeron vías principales que unían las grandes ciudades del Imperio y funcionaban como redes de transporte —sus trazados todavía encuentran reflejo en las infraestructuras actuales—, otras secundarias para conectar asentamientos más pequeños e incluso caminos esporádicos levantados por las propias legiones durante una campaña militar que luego eran abandonados.
Pero los habitantes de la Antigua Roma y de sus provincias no disponían de un Google Maps que facilitase sus desplazamientos; tampoco de un plano preciso —más allá del Itinerario Antonino y la Tabula de Peutinger— en el que estuviesen dibujadas al detalle todas sus carreteras. Eso es lo que está realizando el investigador español Pau de Soto Cañamares, del Instituto Catalán de Arqueología Clásica, con el proyecto Viator-e, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades: un mapa pormenorizado de las calzadas del Imperio romano de Occidente. Un monumental trabajo que nadie había ejecutado hasta ahora.
“Los estudios arqueológicos sobre vías romanas siempre están dedicados a ámbitos locales o regionales: los investigadores estudian muy detalladamente una calzada o una red local, pero cuando buscas información de un territorio amplio no existe o está incompleto, no hay ningún recurso en el que puedas ver el conjunto de las vías del Imperio romano con trazados precisos“, señala el experto a este periódico. “Mi proyecto consiste en crear un mapa científicamente correcto para que la sociedad y los investigadores lo puedan consultar, descargar y, sobre todo, reutilizar en sus propios proyectos”.
Los objetivos son documentar y digitalizar la totalidad de las calzadas que tejieron los romanos desde Germania hasta la Península Ibérica, pasando por el norte de África y Britania; así como analizar la estructura de la red de transportes para comprobar su impacto en la evolución política y económica de cada territorio y comprender la movilidad y la distribución de distintos productos, como monedas, cerámicas o ánforas. La iniciativa, lanzada en noviembre del año pasado, se encuentra todavía en fase primigenia, pero Pau de Soto ya ha completado el esqueleto de las calzadas de Hispania gracias a sus trabajos previos.
Ampliando las 34 vías recogidas en el Itinerario Antonino, un documento del siglo III que recopilaba las rutas más transitadas del Imperio, el arqueólogo ha digitalizado “más de 1.000 tramos y unos 40.000 kilómetros de vías, tanto principales como secundarias”. En el mapa, que aspira a ser dinámico y completado de forma colaborativa con los estudios aportados por otros investigadores, se detalla la información sobre cada segmento, como su cronología —es decir, cuándo se construyó y hasta cuándo se utilizó— o la vía a la que pertenecía. También se incluyen datos bibliográficos sobre los trabajos que han estudiado ese tramo concreto. Esas investigaciones son la principal fuente a la que se agarra el arqueólogo para su mapa, ahora centrado en el territorio de la Galia.
El mapa de Hispania
En el caso de Hispania, las primeras calzadas levantadas por los romanos, fundamentalmente de uso militar, se remontan a en torno el año 120 a.C en la zona de Cataluña. A medida que fueron conquistando la Península, dieron forma a una imponente red de infraestructuras viarias, como se puede apreciar en el mapa elaborado por Pau de Soto. Algunas de las más importantes fueron la Vía Augusta, de unos 1.500 kilómetros y que iba desde Cádiz hasta los Pirineos bordeando el Mediterráneo —como la A7 de hoy en día—, o la Vía de la Plata, desde Augusta Emerita (Mérida) hasta Asturica Augusta (Astorga).
Otro elemento epigráfico fundamental para conocer los trazados de las carreteras romanos son los miliarios, unas columnas cilíndricas de piedra de entre 2 y 4 metros de altura que indicaban el número de millas existentes desde su emplazamiento —sobre todo en puentes, en los templos cercanos o en los arcos monumentales de entrada a las ciudades— hasta el punto de origen de la vía donde se encontraban, que generalmente partía de una localidad. También podían indicar la distancia a una bifurcación de caminos o a un accidente geográfico.
Además, algunos de esos miliarios, que eran como una suerte de señales de tráfico antiguas, indicaban el nombre de la autoridad que promovió la construcción o reparación de la vía y, por lo tanto, la época de su realización. A partir de esta información, en Hispania el mayor volumen de construcción de calzadas se registró cuando Trajano y Adriano, nacidos en Itálica, fueron nombrados emperadores. “Hicieron aquí mucho gasto y mucha propaganda, pero mirando el conjunto de la Península, está todo muy repartido”, explica el arqueólogo Pau de Soto. Otros prínceps como Augusto, Claudio, Vespasiano, Domiciano o Nerva también impulsaron la red de comunicaciones hispana, que destacó por su carácter periférico: resultaba más fácil exportar los productos hasta Roma por el mar que cruzando medio continente.
Elemento de propaganda
Además de servir como mecanismo de transporte de bienes y personas, las calzadas se revelaron en una herramienta más para consolidar el domino de Roma. “Las infraestructuras son un elemento político muy importante: los romanos premiaban o penalizaba a territorios construyendo vías o no en función de su postura en los conflictos bélicos”, señala el impulsor del proyecto Viator-e. “Roma construía unas infraestructuras muy imponentes no solo por su funcionalidad, sino para demostrar el nivel de conocimiento y los beneficios de estar bajo su gobierno. Era un elemento de propaganda básico”.
Pau de Soto también explica que en la actualidad han arraigado algunos mitos sobre las carreteras de la Antigua Roma por culpa de las ficciones, como los cómics de Astérix y Obélix: “Todas las calzadas romanas interurbanas no estaban pavimentadas de piedra, eso es un error tremendamente extendido. Excepto la Vía Apia, el resto no se enlosaban porque los caballos no llevaban herraduras, como mucho se les ataban unas hiposandalias. El mejor firme para ellos era de tierra apisonada, que las convertían en porosas y de grano fino”.
¿Y quiénes fueron los encargados de su construcción? “Aquí hay mucha discusión”, desvela De Soto. “Los investigadores tampoco se ponen de acuerdo. Una teoría que está bastante descartada es que mayoritariamente fuesen militares: los legionarios solo construían las vías que les interesaban a ellos, que se realizaban en época de conquista y eran perecederas, solo para hacer una campaña. Después, seguramente sí que se utilizó mano de obra esclava, pero también muchísimos especialistas, que podían ser libertos o esclavos. Debían de ser cuadrillas especializadas porque eran grandes infraestructuras. Únicamente en casos muy puntuales tenemos noticias del papel del ejército en la construcción de algunas infraestructuras”.
Además de crear un mapa completo de la red de comunicaciones del Imperio romano de Occidente, con el proyecto de Pau de Soto también se podrá reconstruir aproximadamente la cuantía de transportar una mercancía de un punto a otro. “Pero no se trata de intentar establecer el coste concreto de un solo viaje, sino de crear patrones de movilidad o distribución”, remarca. Por ejemplo, desde Hispalis, la Sevilla de la época romana, salía mucho más a cuento comerciar con otras zonas costeras peninsulares y provincias transportando los productos por mar que con el interior, como así reflejan los hallazgos arqueológicos de ánforas cocidas en la provincia de la Bética. Y con Complutum (Alcalá de Henares), sucedía lo contrario: comerciar con la periferia resultaba mucho más caro al incrementarse la distancia a recorrer por los carros.
Es decir, el proyecto pionero de Pau de Soto no solo pretende reconstruir el monumental puzzle de las calzadas del Imperio romano, sino también convertirse en una especie de Google Maps para calcular y comprender la movilidad y distribución de los productos a lo largo de su vastísimo territorio. Un arqueólogo para ejecutar un mapa con el que hubiera soñado Julio César.