Según denunció Corinna Larssen al ex comisario Villarejo, los servicios de inteligencia y el rey Juan Carlos quisieron conculcar la voluntad del pueblo español y quitar a Mariano Rajoy de la presidencia del Gobierno para entregársela a Soraya Sáenz de Santamaría.
«El Rey me dijo que quería quitar a Rajoy». Esta es una de las frases que la ex amante del rey Juan Carlos, Corinna Larssen, dijo al ex comisario Villarejo, según ha publicado OkDiario. Fue el ex policía quien sacó el tema: el entonces presidente del Gobierno había descubierto un complot político para quitarlo de en medio y que fuese sustituido por la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, casualmente la máxima responsable de los servicios de inteligencia. «Han pillado al Troll [por Félix Sanz Roldán, entonces director del CNI] y a otros. Y han pillado al Emérito. A todos reunidos», dice Villarejo en la grabación. A esta información contestó Corinna Larssen: «Eso lo sabía desde hace tiempo. El Emérito me dijo que quería quitar a Rajoy. Que no le gustaba».
Nuevamente los servicios de inteligencia como cimiento del poder que ejerció el rey Juan Carlos durante sus 39 años en la Jefatura del Estado. «El rey Juan Carlos I, una figura decorativa según muchos […] con la solapada complicidad de generales, políticos acomodaticios y validos palaciegos, supo convertirse en el verdadero amo del país, en un poder fáctico real sin precedentes en la Historia de España», afirma el coronel Amadeo Martínez Inglés en su libro Juan Carlos I. El último Borbón.
Para ejercer ese poder, el rey Juan Carlos se dio cuenta de que, además del primer apoyo que tuvo de los generales franquistas, necesitaba ser el hombre mejor informado de España. Para ello, precisaba controlar los servicios de inteligencia, y, en particular, los del Estado Mayor y lo que a partir de 1977 fue el CESID.
¿Cómo ejercía ese poder frente a los presidentes elegidos democráticamente por el pueblo? Según el coronel Martínez Inglés, el rey ejercía una función de jefe de un Gobierno en la sombra que decidía y, posteriormente, presionaba a los legítimos presidentes para que hicieran suyas las decisiones adoptadas en Zarzuela.
Martínez Inglés afirma que durante la época de Adolfo Suárez, el rey Juan Carlos «casi ejerció de “dictador máximo” al utilizar como marioneta al presidente del Gobierno […] Con la llegada de los socialistas al poder, en 1982, el último Borbón todavía se crecería más en su subterráneo poder».
El rey Juan Carlos no tuvo ningún inconveniente en ayudar a los socialistas en desmontar el aparato franquista del Ejército. Eso sí, según afirma Martínez Inglés, a costa de ser él quien diese el visto bueno a todas las decisiones importantes del gobierno de Felipe González, tanto las legales como las gestadas por los servicios de inteligencia, por ejemplo, en la guerra sucia contra ETA.
«Recibiría para ello el monarca información privilegiada y directa del CESID, desde la misma creación de este organismo centralizado de Inteligencia en 1977. Después, a partir de octubre de 1981, cuando colocó al frente del mismo a su íntimo amigo y confidente el coronel Alonso Manglano, su relación con este centro de información del Estado sería continua, especial, secreta y estrechísima. En concreto, el antiguo “paraca” reconvertido en jefe supremo de los militares/espías españoles, que hizo, sirviendo dócilmente a su amo, una brillantísima carrera militar, le informaría regularmente, durante años y años, en La Zarzuela (a veces a altas horas de la madrugada), facilitándole documentos secretos supersensibles. Emilio Alonso Manglano puso a disposición del último Borbón, una y otra vez, datos y análisis de los distintos departamentos de «La Casa» de los que nunca jamás dispondría (o dispondría mucho más tarde) el Gobierno legítimo de la nación, que sería «puenteado» constantemente por el general», afirma Martínez Inglés.
El rey recibía estos dossiers ultrasecretos y, cuando despachaba con los respectivos presidentes de Gobierno, gustaba de bromear con ellos. En medio de la reunión, en la que se hacía el ignorante sobre asuntos que conocía a la perfección mientras el presidente de turno se lucía ante el rey, Juan Carlos de Borbón soltaba, siempre entre risas, bombas informativas de las que el jefe del Ejecutivo era absolutamente desconocedor. Al final de esos despachos se producía el hecho que dictaba quién gobernaba realmente. Así lo explica Martínez Inglés: «cuando su perplejo interlocutor todavía no se había repuesto de la sorpresa inicial, Don Juan Carlos se permitía «proponerle», más como amigo que como superior jerárquico institucional, la decisión o decisiones que, según él, un inteligente hombre de Estado debería tomar para reconducir la situación de forma conveniente».