El problema de Pedro Sánchez es de origen, del momento y modo en cómo llegó a la presidencia del Gobierno. No se puede pretender gobernar con una cifra tan escasa de diputados del propio grupo en un parlamento que cuenta con 350 escaños.
Ya transcurren casi dos años y medio de Sánchez como presidente del Gobierno, y el balance económico es desalentador. Es obvio que la crisis sanitaria ha intensificado -y mucho- la caída económica. Pero también es verdad que el deterioro económico no se debe única y exclusivamente a la coyuntura actual. Además, tiene peor comportamiento por la equivocada gestión de toda la situación derivada de la pandemia. El impacto del virus en la economía no ha tenido la misma fuerza en todos los países, pues quienes han sido previsores y han gestionado mejor, han podido tomar medidas más suaves, incluso no cerrar la economía y ahora cuentan con una fortaleza económica estructura muy superior a la española.
En este balance pesa mucho la forma de hacer política de Pedro Sánchez, aplicada también a la política económica. Su problema es de origen, del momento y modo en cómo llegó a la presidencia del Gobierno. No se puede pretender gobernar con una cifra tan escasa de diputados del propio grupo en un parlamento que cuenta con 350 escaños. Se puede alcanzar el poder, pero no gobernar. De manera que tiene que estar sometido a las alianzas que él ha querido tener: los comunistas y los independentistas, que llevan a aplicar políticas perjudiciales para la economía, como las últimas imposiciones que ha aceptado al limitar el precio máximo de los alquileres o prolongar la paralización de los desahucios.
Cuando Sánchez deje el Gobierno, su legado será malo no ya por los datos de nivel que presente, sino sobre todo por tres elementos: la tendencia de agudización del empeoramiento por la inseguridad generada, por la ausencia de reformas e intervencionismo creciente y por las propuestas populistas de incremento de gasto y subida de impuestos que habrán desestabilizado la economía. Ese balance, tras dos años y medio, ya se comienza a vislumbrar de manera clara.
Todo eso, lo que ha desatado no es otra cosa que la desconfianza en la política económica que se aplicará ahora. Vuelve al recuerdo de los agentes económicos la grave y larga crisis de no hace tanto tiempo. Y esos agentes económicos, principalmente las familias y las empresas, han intensificado su prudencia ante el empeoramiento de expectativas tras la gestión ineficiente del Gobierno a lo largo de estos meses, donde han cerrado la economía y han motivado el fin de muchas empresas. De hecho, desgraciadamente, la actual crisis puede llegar a ser, en el tiempo y la profundidad, peor que la anterior.
Por ejemplo, uno de los sectores donde más cae la actividad en España es en el sector industrial. Dicho sector, que es el segundo por importancia en la economía española, es el que más rápidamente reacciona frente a unas expectativas, pues las inversiones que realiza son cuantiosas y para acometerlas tiene que tener muy en cuenta las perspectivas de la economía. ¿Y qué vemos en la industria? Que esas malas expectativas están haciendo efecto en forma de postergar o anular inversiones.
El Índice de Producción Industrial (IPI) cae un 0,6% interanual, con una caída del 6,2% desde que gobierna Sánchez y un retroceso en el acumulado del año del 11,5%.
Caída industrial confirmada por la cifra de negocios de la industria, que desciende un 3,3% interanual, que se eleva hasta una caída del 14,1% en el acumulado del año y un retroceso de 10,7 puntos respecto al momento en el que se produjo la moción de censura.
En cuanto al tejido empresarial, el panorama no es mejor: la creación de empresas disminuye un 25,3% desde mayo de 2018, período en el que la disolución de sociedades se incrementa un 6,5%.
Tampoco son mejores los datos de inversión extranjera recibida, que cae 15.440,9 millones desde que Sánchez gobierna, ni los de deuda, que crece en 119.577 millones desde que llegó al poder.
Todo ello desemboca en una caída de actividad económica que será de doble dígito en 2020, cercana a un descenso del 14% del PIB, que generará una pérdida de más de 1.540.000 empleos, según sus propios documentos enviados a Bruselas, de los que a día de hoy llevamos ya 697.500 puestos de trabajo destruidos en términos interanuales (que en el ámbito privado superan los 800.000) y 508.500 parados adicionales.
Ése es el balance que está dejando Sánchez hasta el momento, con peores previsiones de cara al futuro. Una economía atenazada por la incertidumbre, con su estructura económica dañada por el cierre productivo motivado por la falta de medidas tempranas en el ámbito sanitario, y sin reformas que permitan minimizar los problemas y que posibiliten dinamizar la economía para volver a crecer de manera rápida, sólida y robusta, de manera que la gestión equivocada hace que los indicadores económicos se deterioren cada vez más.