Estamos ya en la parte final del año y es un buen momento para hacer balance de los errores que nos han llevado a ostentar la caída más importante de la economía entre los países desarrollados. Si la caída media proyectada para las economías avanzadas es del 5,8% sobre el PIB ¿Por qué España caería un 12,8%?
En primer lugar, hay que señalar que nunca ha sido cierto el dilema entre salud o economía. La prueba más evidente es España, que se ha visto con unas tasas más altas de mortalidad en la pandemia (620 muertos en el mes de agosto) solo superado por Perú y Bélgica. Renunciando a la salud, deberíamos exponer buenos datos dinámicos en la economía, pero los datos del declive económico del segundo trimestre mostraban una tasa interanual del -22,1% (Perú del -30,2%).
En consecuencia, dada la relación muertes por población frente a la caída del PIB, podemos identificar a España como el segundo país que ha gestionado la pandemia.
Y, muy probablemente, no hemos caído más porque, a diferencia del Perú, contamos con una mayor capacidad de financiación por la intervención del BCE en el mercado de deuda que está respaldando la solvencia de los países de la Eurozona, a pesar de la falta de estabilidad presupuestaria vista en los últimos años y que Sánchez se desvinculó de la senda de reducción del déficit.
Los errores de la pandemia
España se ha caracterizado por una gestión política totalmente errónea vistos los resultados. Hemos visto errores en materia de prevención y detección del coronavirus, una evidente insuficiencia en los recursos hospitalarios y, unos retrasos en la imposición de medidas del distanciamiento personal como mascarillas, limitar la concentración de grandes grupos o prohibición de eventos masivos, así como las correspondientes restricciones de movilidad.
El hecho es que a principios de febrero la comunidad científica advirtió sobre la fácil propagación del coronavirus, y el 28 de febrero la OMS, en su informe tras visitar a China, recomendó que se emulara a los chinos y se adoptaran medidas de bloqueo tan drásticas como las que había emprendido el país de origen del virus.
Si en Alemania inmediatamente tomaron medidas reforzando sus fronteras y la cancelación de eventos multitudinarios, en el caso de España, tuvieron que pasar 10 días para poner coto y, en ese tiempo, se siguieron celebrando todo tipo de eventos multitudinarios.
La desinformación fue la baza que jugó el Gobierno de Sánchez. El propio ministro de Sanidad, Salvador Illa, afirmaba el 29 de febrero que no debíamos caer en el alarmismo y que las mascarillas no eran necesarias en España para ir por la calle. Tuvimos que esperar para que el Gobierno hiciera obligatorias las mascarillas con el Real Decreto-ley 21/2020 del 9 de junio, en la vía pública cuando no se pueda garantizar la distancia.
La acción tardía llevó a que los contagios se dispararan, lo que supuso la saturación de los hospitales que no contaban con una alta experiencia ni recursos para afrontar pandemias y propició al auge de la tasa de mortalidad. Una vez el colapso era evidente, la medida de última instancia para doblar la curva de contagios fue paralizar la economía con el confinamiento de la población, provocando su hundimiento. Ni salvaron la salud, ni salvaron la economía.
Más tarde vino la desescalada. Había que llegar a la temporada de turismo para tratar de reflotar el sector y el 21 de junio se finalizaba el estado de alarma. Las prisas demostraron no ser buenas, entramos rápidamente en la segunda oleada, y el tiempo que duró el estado de alarma no se utilizó para fortalecer el sistema sanitario ni planes para la reapertura de escuelas. Tampoco se implementó el sistema de seguimiento recomendado por todos los expertos para la detección y el rastreo de la epidemia.
Han pasado los meses y los test realizados siguen siendo escasos, lo que impide un óptimo rastreo para su identificación. En el siguiente gráfico se nos muestra el número promedio de pruebas realizadas por caso confirmado y España únicamente efectúa 11,4 pruebas por caso confirmado. Lejos de Japón (20,8 pruebas por caso confirmado), Alemania (27,8 pruebas por caso confirmado) y Corea del Sur (76,9 pruebas por caso confirmado).
Factores que no dependían del Gobierno
Para ser justos, hay factores que no dependían del Gobierno español y que han influido en los números rojos de este año. Los países más afectados tienen características comunes: Elevado envejecimiento de la población, zonas urbanas densamente pobladas y habitantes con gran movilidad, y han exhibido una conducta basada en la proximidad física.
Obviamente estos factores influyen, pero no determinan que la economía se adentre en el caos económico más absoluto. La prueba de ello más palpable es Japón, el país más envejecido del mundo, con una alta densidad de población y bien interconectada con China (el origen de la pandemia), ha registrado muy pocas muertes. Y aunque el distanciamiento social cultural, el uso generalizado de máscaras y las aplicaciones han servido como medidas de protección en los países de Asia oriental, siendo Corea del Sur el abanderado del rastreo.
Al mismo tiempo, hay que valorar el turismo que se ha tratado de utilizar como la justificación para el hundimiento del PIB por su elevada contribución en la economía española. Según los datos del INE, el turismo aportó el año pasado el 12,3% sobre el PIB, siendo el motor de la economía por excelencia. Este peso está muy por encima de la media de los países de la OCDE, que aporta el 4,4% del PIB.
Con los cierres totales y parciales a los que se ha enfrentado el sector y las medidas de distancia de seguridad impuestas para evitar los contagios, este sector está sufriendo un verdadero varapalo este año. El verano ha registrado unas caídas no vistas jamás en este sector, con una caída del -69,2%. Debido a la pandemia, el verano se ha visto condicionado por una casi desaparición de la demanda extranjera (con caídas superiores al 80% en número de noches y gasto) y una demanda española en niveles un 30% por debajo de la de 2019, a pesar de la libertad de movimiento que teníamos en verano.
Los turistas nos han dado la espalda. El Reino Unido representa el primer emisor de turistas internacionales y su gobierno lanzó la recomendación de “no viajar a España” por el avance de la pandemia en la segunda oleada. Con esa alerta, la variación anual del turismo británico en el mes de agosto fue de −88,2%.
Dicho esto, si la caída del PIB estuviera justificada por el peso de este sector, en los países en los que el turismo tiene un peso mayor en la economía, sus respectivas economías se hubieran desplomado más que la española, lo que permitiría eludir las responsabilidades de la gestión política de la pandemia y atribuirlo todo a un shock externo que ha impactado en un sector altamente dimensionado como el turístico.
Por ejemplo, Islandia, el país desarrollado que tiene un peso del turismo del 33% sobre la economía (más del doble que la española), se enfrentaría a una contracción del PIB del 7,2% para este año. Se trata de una caída elevada y por encima de la media de las economías avanzadas (-5,8), pero no de mayor intensidad que la española que caerá el 12,8%.