‘El experimento de Milgram’ en NETFLIX: ¿Hasta dónde puede llegar la obediencia humana?

Netflix - El experimento de Milgram

En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos sobre la obediencia en la Universidad de Yale. La investigación, planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann, pretendía dilucidar la relación de las personas con la autoridad. La violencia del experimento hizo que Milgram fuera tildado de sádico y de monstruo.

“Experimenter: La historia de Stanley Milgram” es un film de 2015 que narra la investigación real llevada a cabo en la universidad de Yale a principios de los años 60. El mencionado psicólogo pretendía indagar acerca de la obediencia del ser humano en situaciones donde el poder, la violencia y el castigo a un tercero estuvieran en juego. Por un lado, en materia cinematográfica, la investigación ya fue llevada a la pantalla en 1979, bajo la dirección de Henri Verneuil para el film francés “I… como Ícaro”. Por otro lado, en materia científica, aún hoy en día el experimento en cuestión –a pesar de las objeciones éticas que merece– sigue siendo una referencia teórica obligada en cualquier programa de estudio psicológico y social.

Según el Experimento de conformidad, realizado por el psicólogo estadounidense Solomon Asch en los años cincuenta del pasado siglo, la percepción propia de un individuo se ve influenciada por la de un grupo mayoritario, ya sea porque se siente presionado por la opinión de la mayoría o porque desconfía de su propia percepción. Sin duda, uno de los experimentos más interesantes en psicología social, muchas veces replicado, es el conocido como de la difusión de la responsabilidad o del espectador apático. Diseñado inicialmente por Darley y Latané en 1968, muestra que si nos hallamos a solas ante una persona que necesita ayuda, un 70% de la población le auxiliará o solicitará auxilio, pero si hay más personas alrededor, tan solo lo hará el 40%.

Muchos de estos estudios han sido controvertidos y considerados por algunos científicos como inmorales y abusivos. Si contextualizamos sus resultados, nos resultan sorprendentes, pero no están tan lejos los ejemplos históricos en los que multitudes se comportaron de ese modo “por obediencia debida”. Que los estudios de psicología social puedan mermar nuestra confianza en el futuro, en la humanidad o en ambas cosas es debatible, pero negarnos a conocer nuestra propia naturaleza es descorazonador. Como argumenta el neurocientífico Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro (Paidós), nos encontramos en el momento histórico en el que las muertes violentas y las agresiones son menos frecuentes. Por tanto, pensar “¿adónde vamos a llegar?” nunca será tan problemático como remontarnos a “de dónde venimos”.

La gran mayoría de los estudios de psicología social que llegaron a estas conclusiones se realizaron en los llamados “países civilizados”. También hay estudios sobre la generosidad o la empatía en poblaciones calificadas como “no civilizadas”, como los bosquimanos del Kalahari y tribus aisladas del Amazonas. Los resultados son muy diferentes, y no precisamente por la tendencia a la maldad de los supuestos salvajes. Estas sociedades son más pródigas en otras formas de generosidad y empatía. Para saber si está en nuestra naturaleza ser abusadores, egoístas o maquiavélicos se deben definir estos conceptos, pues la condición humana no es absoluta.

¿En qué consistía el experimento? Un anuncio en el diario solicitaba participantes para una investigación acerca de la memoria: los sujetos eran agrupados en parejas, recibían la paga antes de iniciar la tarea y era el azar el que determinaba quién interpretaría el rol de “maestro” y quién el de “alumno”. Establecidos los roles, el alumno era sujetado a una silla y sus manos se conectaban a unos electrodos que transmitían descargas eléctricas. Una vez finalizada esta preparación –frente a los ojos del “maestro”– este último era llevado a una sala contigua, desde la cual debía realizarle un test al otro sujeto. Dicho test consistía en la repetición de una serie de palabras y las respuestas del alumno –a quien el maestro ya no veía– eran escuchadas por un parlante. En caso de ser incorrectas, el maestro debía efectuar una descarga eléctrica, la cual aumentaba gradualmente conforme el alumno siguiera respondiendo incorrectamente.

Experimenter 1

Tres aspectos importantes a tener en cuenta: En primer lugar, la prueba en su totalidad estaba monitoreada por un profesional –vestido con una bata blanca– que se encontraba en la habitación junto a quien efectuaba el rol de “maestro” y se limitaba a tomar notas. Segundo, antes de iniciar el test, el “maestro” recibía sobre su propia mano una descarga de prueba, lo cual le permitía dimensionar no solo la noción del “alumno” a la hora de recibirla, sino también imaginar la posible sensación frente al incremento de la graduación, cuando las respuestas eran sucesivamente incorrectas. El tercer aspecto es que el maestro no podía ver, pero sí escuchar al alumno: escuchar no solo las respuestas del test, sino también cada queja y cada grito de dolor; el maestro podía escuchar cada vez que el alumno pedía por favor que se detuviera la prueba. Vale aclarar que esto último, ocurría en todas y cada una de las experiencias realizadas.

Pero como la sinopsis de la película en cuestión lo indica, el experimento era sobre la obediencia y no sobre la memoria, por lo que en realidad, el sujeto que interpretaba el rol de “maestro” era el único y verdadero objeto de estudio. Quien interpretaba el rol de “alumno”, era un integrante del cuerpo de investigadores; y no solo el sorteo no era tal, sino que no existían descargas eléctricas reales –exceptuando aquella que recibía el “maestro” como muestra al inicio del experimento– mientras que las quejas, los gritos de dolor y las suplicas, eran grabaciones ya listas y pensadas para la investigación misma… La verdadera investigación entonces reposaba en observar la respuesta del “maestro” frente al dolor del “alumno” y en qué medida el primero continuaba con la prueba, a pesar de lo que oía.

Experimenter 2

Si el simple planteo del experimento resulta alarmante o aterrador, más lo es el hecho de enterarnos de que aproximadamente el 70% de los participantes, continuaron con su rol de “maestro” hasta el final, a pesar del claro desconsuelo que manifestaba aquel a quien él creía “alumno”.

“Los actos crueles no los cometen individuos crueles, sino sujetos comunes que intentan alcanzar el éxito en sus tareas normales.”

Como dijimos al inicio, son muchas las objeciones éticas que merece el experimento de Milgram que aquí no desarrollaremos, pero que Experimenter: La historia de Stanley Milgram se encarga de mostrar a la perfección. Aunque lo que en este caso sí resulta oportuno observar, es que al igual que en “The Stanford prison experiment” (2015) –film que relata el experimento sobre cárceles realizado en la universidad de Stanford– la identificación con un rol de poder, la obediencia extrema a una tarea asignada, los alcances de la violencia humana y la aparente falta de empatía, se presentan en ambas películas –es decir, en ambos experimentos– como conductas inherentes al ser humano, presentes en individuos que por fuera de la situación en cuestión, declararon no haberse creído capaces de “llegar hasta ese punto”.

Experimenter 3

El aspecto crucial es la obediencia. Stanley Milgram inicia la investigación a raíz del juicio a Adolf Eichmann, quien fue un oficial encargado de la tarea logística de reunión de guetos y organización de los transportes hacia los campos de concentración durante el nazismo. Lo interesante –y terrible– en dicho juicio, que despierta el interés del psicólogo, es que Eichmann no negó ninguno de los crímenes contra la humanidad que se le imputaban, sino que sus fundamentos a la hora de la defensa, reposaban en un argumento que lamentablemente ha sido escuchado también en Argentina, dentro del marco de la última dictadura militar: la obediencia debida.

Aunque Stanley Milgram era consciente de la problemática “conexión” directa entre lo que pasaba en un laboratorio y acontecimientos de crueldad histórica como el Holocausto, lo cierto es que el experimento se convirtió rápidamente en una referencia cultural del siglo XX -y lo que llevamos del XXI-, casi un sustituto secular de las parábolas bíblicas y los relatos mitológicos moralizantes en la era de la ciencia y la técnica triunfante. Desde los años setenta la obra de Milgram se ha venido empleando sucesivamente para criticar y explicar la conducta de los genocidas nazis, la guerra del Vietnam, el famoso juicio de Patty Hearst o, más recientemente, las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib.

En la época en que Milgram dirigió sus experimentos la violencia política parecía el problema más grave que enfrentaba la civilización, y sus conclusiones proporcionaban una explicación consistente de la violencia individual, entendida en su esencia como una patología agravada por el “autoritarismo” del estado y por la tendencia irracional de los individuos a obedecer órdenes injustas. Lo cierto es que esta interpretación encajaba bien en el traumatizado zeitgeist liberal de la guerra fría.

¿Se parece la conducta de la mayoría de los hombres al Eichmann descrito por Hannah Arendt como un “pobre burócrata” que solo sigue órdenes? Contra esta lectura rápida y atractiva, el propio experimento mostró que no todos los individuos estaban tan dispuestos a obedecer órdenes arbitrarias. Por otra parte, la obediencia irracional a la autoridad sigue sin ser la única explicación. El propio Milgram consideró la hipótesis de que los participantes accedieran a administrar dolor simplemente porque el experimento les dispensaba una oportunidad única para ser “sádicos y brutales”.

La obediencia debida, es una causa que exime de responsabilidad penal por delitos cometidos, en el cumplimiento de una orden impartida por un superior jerárquico. ¿Qué quiere decir esto? Que tanto Eichmann –y todos los involucrados en el régimen nazi- como los militares que participaron durante el gobierno de facto en nuestro país, alegaron no ser responsables de las acciones cometidas, ya que solo estaban respetando y acatando órdenes que le eran impuestas. Pero ¿Qué es lo más llamativo aún? Que a los participantes del experimento de Milgram –cuando este finalizaba– se les revelaba toda la verdad detrás de la investigación, y se les preguntaba por qué continuaron a pesar de los gritos, a pesar de la incomodidad que ellos mismos denunciaban sentir mientras seguían con la prueba; la respuesta de todos ellos era la misma: estaban obedeciendo las órdenes. Suponían que el hombre de bata blanca que presenciaba el experimento “de memoria”, era el responsable de lo que allí ocurría, y si este les decía que “sigan” –a pesar de los gritos del “alumno”– entonces ellos debían seguir.

Dato: Cabe destacar que el detalle de la bata blanca –que puede parecer menor– en realidad es de gran importancia y no fue puesto en la prueba de manera aleatoria: esta prenda implícitamente inspira idoneidad y/o profesionalismo. Es decir, que un factor determinante en la des-responsabilización propia –de aquellos que habían efectuado el rol de “maestros”– recaía en el estar en presencia de alguien “que sabía”.

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Son muchos los aspectos que invitan a la reflexión y el análisis en el caso verídico detrás de Experimenter: La historia de Stanley Milgram, y es por esta razón que aún hoy en día se sigue estudiando y continúa siendo provechoso, tanto en relación con el comportamiento humano, como a los límites éticos que los profesionales de la psicología –y de cualquier ámbito– deben cumplir.  Pero a lo que nosotros como espectadores respecta, este film de 2015 que relata la vida del psicólogo responsable del experimento; así como la ya mencionada “The Stanford prison experiment” también de 2015, resultan dos ejemplos más que ricos para considerar la responsabilidad más allá de lo jurídico, aquella responsabilidad que se empareja con lo humano y su sensibilidad, excediendo lo legal. Así como también, al tratarse de dos títulos que relatan investigaciones reales, ambos casos sirven para replantearse la condición humana y los alcances de su conducta.

Entre las más desalentadoras conclusiones del experimento Milgram destaca la que afecta a esos valores de los que solemos enorgullecernos pero que constantemente sobrevaloramos. Si en condiciones teóricamente amables, como las de un laboratorio, no optamos por la única decisión moralmente posible, rebelarnos, tal vez nuestro sentido moral resulte al cabo muy inferior a nuestro instinto de obediencia. “Bastan unos pocos cambios en las rúbricas de un periódico, una llamada desde el Consejo del destacamento, órdenes que emanan de una persona con charreteras, y ahí tenemos a uno que va a ser conducido a matar sin dificultad”, anota Milgram.

En los años en los que Stanley Milgram propuso a los ciudadanos que frieran a sus semejantes, la sombra de Vietnam comenzaba a ensombrecer la manera en que los Estados Unidos se veían a sí mismos. La influencia de aquella guerra injusta y de las matanzas cometidas por americanos medios en los experimentos de Milgram, como inspiración o ejemplo, es notable. El psicólogo así lo manifiesta en el libro: “Medidas terribles somo el uso de napalm contra civiles en Vietnam, la destrucción de la población india americana y otras atrocidades tuvieron su origen en la autoridad de una nación democrática”.

En realidad, el experimento Milgram no hacía más que iluminar, con los pesos y medidas del laboratorio, una tétrica faz de la naturaleza humana ya sospechada, que se hace explícita por ejemplo en la brillante y bienhumorada pluma del escritor George Orwell: “En el momento en que escribo estas líneas, seres humanos altamente civilizados vuelan sobre mi cabeza tratando de matarme. No tienen sentimiento alguno de enemistad contra mí como individuo ni tampoco lo tengo yo contra ellos. Como se dice, no hacen otra cosa que ‘cumplir con su deber’. La mayor parte de ellos, estoy yo plenamente convencido, son personas de buenos sentimientos, cumplidoras de la ley, que jamás soñarían en sus vidas privadas con cometer un asesinato. Por otra parte, si consigue una de ellas hacerme saltar en pedazos con una bomba bien colocada, no por ello dejará de dormir tranquilamente”.

Medio siglo después del experimento Milgram sorprende que las críticas al modo de proceder del investigador no cuestionen tanto el ensayo en sí -inmaculadamente replicado en otros laboratorios- como sus intenciones. Algunos dijeron entonces que Milgram ‘lavaba’ la actividad homicida del régimen nazi al afirmar que “cualquiera de nosotros podría ser un genocida en potencia” (crítica, por cierto, que también recibió Arendt por su ‘banalidad del mal’). Otros sospecharon acerca de lo que realmente había ‘medido’ aquel experimento. ¿Demostraba que el individuo es de natural conformista y grupal y prefiere que decida la comunidad antes que hacerlo él o probaba, más bien, que la esencia de la obediencia es la cosificación, sentirnos meros instrumentos de fuerzas superiores?

Más allá de su interpretación, las espectaculares implicaciones del célebre experimento Milgram lleva cinco décadas seduciendo a la cultura popular. Libros, películas, piezas teatrales e incluso una mención especial en un capítulo de los Simpsons. Este mismo año hemos podido ver ‘Experimenter’, el filme de Michael Almereyda -con Peter Sarsgaard dando vida al doctor Milgram- o ‘Idiota’, obra de teatro de Israel Errejalde inspirada libremente en la prueba.

Milgram concluye su libro con una advertencia destinada a aquellos que piensen que estos “asuntos de nazis” son ya cosas del pasado que no les incumben. Y su advertencia resuena con un eco amenazador en la primavera populista en la que el planeta -con Estados Unidos a la cabeza- parece adentrarse: “Estos resultados nos presentan la posibilidad de que no sea posible contar con la naturaleza humana o -de manera más concreta- con el tipo de carácter forjado en la sociedad democrática estadounidense para aislar a sus ciudadanos de la brutalidad y del trato inhumano una vez que caen bajo la dirección de una autoridad malévola. Un tanto por ciento muy grande de la gente hace lo que se le dice que haga, sin tener en cuenta el contenido de su acción, y sin trabas impuestas por su conciencia, siempre que perciba que la orden tiene su origen en una autoridad legítima”.

En resumidas cuentas, Experimenter: La historia de Stanley Milgram” se suma a esa lista de películas y series que cualquier aficionado al comportamiento del hombre o cualquier inquisitivo frente a la mente humana, no puede perderse de ver.

Corto

Película