La rama de Ingeniería y Arquitectura lidera la empleabilidad, con una tasa de paro del 4,4%, y el desempleo se dispara en Artes y Humanidades (13,4%).
El pasado 4 de marzo, Eurostat publicó las cifras de desempleo del mes de enero en los países de la Eurozona. En estas estadísticas, como viene siendo habitual en los últimos años, España permanece a la cabeza en términos de desempleo. Concretamente, en el primer mes del año, la tasa de paro en nuestro país se situó en el 16%, duplicando la media europea del 8,1%, y coliderando el ranking junto con Grecia (16,2%). Y todo ello obviando el maquillaje que los ERTE están suponiendo a la hora de contabilizar el desempleo real.
Pero hay una cifra que pone aún en peor lugar a España: el desempleo juvenil. En concreto, la tasa de paro entre los menores de 25 años si situó en un sonrojante 39,9%, frente a la media europea del 17,1%.
Las causas de esta problemática son variadas: las altas tasas de abandono escolar, la ineficacia de las políticas activas de empleo, el nefasto modelo laboral español marcado por la dualidad y la temporalidad o un SMI que genera una barrera artificial para los que buscan su primer empleo.
Sin embargo, no podemos pasar por alto otro de los motivos esenciales que explican el poco éxito de los jóvenes (y no tan jóvenes) a la hora de encontrar empleo: el desajuste que existe entre la enseñanza oficial y el mercado laboral. Y no solo en cuanto a los métodos y calidades del sistema educativo, sino en lo relativo a las propias preferencias de los estudiantes. Es decir, las carreras más estudiadas no son precisamente aquellas con mayor demanda laboral por parte de las empresas ni las que mejores salarios reportan, mientras que aquellas ‘con mejores salidas’ no estarían siendo elegidas por los estudiantes. ¿Es este el verdadero problema de la juventud sin futuro?
¿Pocos ingenieros y muchos filósofos?
Si atendemos a la última Encuesta de inserción laboral de titulados universitarios publicada por el INE, la tasa de paro de los universitarios cinco años después de titularse se sitúa 8,0%, mientras que el 6,4% se mantienen inactivos, cifras considerablemente mejores a las experimentadas por el conjunto de los jóvenes y de la sociedad en general. Sin embargo, dentro del amplio grupo universitario hay una enorme disparidad dependiendo de la carrera cursada.
Haciendo una primera clasificación en función al ámbito de conocimiento, podemos corroborar la mencionada brecha. La rama de Ingeniería y Arquitectura lidera la empleabilidad, con una tasa de paro del 4,4%, seguida por la rama de Ciencias de la Salud, con un 4,7%. Con tasas más elevadas se encuentran los graduados en la rama de Ciencias Sociales y Jurídicas (9,6%) y en Ciencias no sanitarias (10,2%), mientras que se dispara aún más en Artes y Humanidades (13,4%).
Pese al claro efecto señalizador de estas estadísticas, lo cierto es que los estudiantes siguen escogiendo mayoritariamente para estudiar las carreras de la rama de las Ciencias Sociales, con 119.396 alumnos graduados en el curso 2013-2014, mientras que la rama con mejores perspectivas, la de las ingenierías, apenas atrajo a 48.229 estudiantes.
Si afinamos aún más la búsqueda y analizando las carreras concretas que presentan las mayores oportunidades de empleo, nos encontramos con los siguientes datos: la Ingeniería en Electrónica es líder con una tasa de empleo del 97,5%, seguida de Desarrollo de software y de aplicaciones e Ingeniería multimedia (97,4%) e Ingeniería en telecomunicación (97,1%).
Por el contrario, las tasas de empleo más bajas se registraron en Filosofía (63,8%), Conservación y restauración (63,8%) e Historia del arte (65,0%).
¿Quiere todo esto decir que un joven apasionado por la filosofía no debería cursar estudios relacionados con este ámbito? No necesariamente. Toda persona debe ser libre de elegir los estudios que cursar y la profesión a la que dedicarse, pero debe asumir que el mercado laboral español va a condenarle a una especial dificultad para conseguir empleo. Es por esto que un análisis más sosegado e informado por parte de los futuros universitarios puede evitar la frustración de expectativas.
En la siguiente tabla observamos las 20 carreras con mejores perspectivas:
Artes y humanidades: pasaporte a la indigencia salarial
Además de la tasa de empleabilidad, el poder adquisitivo que proporciona cada rama académica es otra variable a tener en cuenta a la hora de escoger una u otra. A este respecto, la brecha vuelve a ser clara. De entre los graduados en la rama de Artes y Humanidades, el 28,2% afirman cobrar menos de 1.000 euros por su trabajo, cifra que se reduce hasta el 5,1% entre los ingenieros y arquitectos.
Por el lado contrario, más del 38% de los graduados en la rama de Ingeniería y Arquitectura cobran más de 2.000 euros, algo que solo disfrutan menos del 13% de los que han cursado Artes y Humanidades o el 17% de los titulados en Ciencias Sociales y Jurídicas.
El resto de los tramos salariales, los comprendidos entre 1.000 y 1.999 euros engloban al grueso de los graduados ocupados, con menos deferencias entre titulaciones, aunque la rama de Ciencias no sanitarias cuenta con el mayor porcentaje de mileuristas.
Por otro lado, el INE nos ofrece otros datos de gran interés, como el grado de ‘sobrecualificación autopercibida’. Concretamente, los titulados en Ciencias de la Salud son los que consideran en mayor proporción que su puesto de trabajo es acorde con su nivel de formación universitaria, con el 93,1%, frente al 67,9% de los de Artes y Humanidades. Es decir, el problema no es solo que algunas ramas formativas condenen a sus egresados a sufrir una elevada tasa de paro, sino que, adicionalmente, gran parte ellos encontrarán empleo en labores que no se adecuan a su formación.
Para terminar, destacamos un dato que puede llevar a cualquier joven a replantearse seriamente su futuro: la tasa de paro de los graduados que residen en el extranjero es casi la mitad que la de los que viven en España. En concreto, aquellos universitarios españoles que se han marchado del país soportan una tasa de desempleo del 4,6%, comparada la tasa del 8,3% entre los graduados residentes. Tomando este dato, no es difícil entender la incesante fuga de talentos de nuestro país.