“Un juego de suma positiva es un escenario donde los agentes tienen opciones capaces de mejorar a todos al mismo tiempo. Un juego de suma positiva en la vida cotidiana es el intercambio de favores, donde cada persona puede producir un gran beneficio a otra con un coste pequeño.
También entre los primates hayamos algunos ejemplos de suma positiva: se quitan recíprocamente las garrapatas, los cazadores comparten carne siempre que uno de ellos haya derribado a una animal demasiado grande para consumirlo en el acto, y los padres se turnan para evitar que sus hijos se metan en líos.
Una idea clave en la psicología evolutiva, es que la cooperación humana y las emociones sociales que la sustentan, como la compasión, la confianza, la gratitud, la culpa y la cólera, fueron seleccionadas porque permiten que a las personas les vaya bien en los juegos de suma positiva.
Un clásico juego de suma positiva en la vida económica es el comercio de excedentes. Si un agricultor tiene más cereal del que puede comer, y un pastor tiene más leche de la que puede tomar, los dos se beneficiarían si intercambian un poco de trigo por un poco de leche. Como se suele decir, todos salen ganando. Desde luego, un intercambio en un momento concreto sólo merece la pena si existe una división del trabajo; no tendría sentido que un agricultor le diera una fanega de trigo a otro y recibiera una fanega de trigo a cambio. Una idea fundamental de la economía moderna es que la clave de la creación de riqueza es la división del trabajo, en la que los especialistas aprenden a producir un artículo con una creciente rentabilidad y tienen los medios para intercambiar sus productos especializados de manera eficiente.
Los juegos de suma positiva también modifican los incentivos para la violencia. Si estamos intercambiando favores o excedentes con alguien, el socio comercial de pronto es más valioso para nosotros vivo que muerto. Además, tenemos un aliciente para prever lo que quiere, para abastecerle de la mejor forma posible a cambio de lo que queremos nosotros.
Aunque muchos intelectuales, siguiendo a los pasos de san Agustín y san Jerónimo, desprecian a los hombres de negocios por su egoísmo y su codicia, la realidad es que un mercado libre da mucha importancia a la empatía. Un buen empresario ha de mantener satisfechos a sus clientes, de lo contrario vendrá un competidor y se los llevará; y cuantos más clientes atraiga, más rico será. Esta idea, que se denomina dulce comercio, la resumió el economista Samuel Ricard en 1704:
El comercio vincula una personas a otras a través de la utilidad mutua[…]. Mediante el comercio, el hombre aprende a deliberar, a ser honrado, a adquirir modales, a ser prudente y reservado tanto al hablar como al actuar…”