Un metanálisis de 2.500 estudios ha dado con la clave tras el debate de si el uso prolongado de la tecnología es dañina para los niños y adolescentes. No son las horas, sino en la información que pueden consumir
La tecnología se ha convertido en el mejor aliado y a la vez en el peor enemigo para la vida cotidiana. Resulta complicado alejar a los niños de los ordenadores y móviles, y este desafío se potencia cuando se incluyen en el ámbito académico o en el ocio que comparten con sus amigos y familiares. Su uso no para de aumentar en las últimas décadas, y varias investigaciones han explorado cómo puede influir en la salud, el bienestar y la educación. Sin embargo, los resultados de los trabajos —tanto de lo bueno como de lo malo— han sido heterogéneos.
Una revisión de más de 2.500 estudios confirma la disparidad de beneficios y perjuicios, pero ha dado con una nueva clave: el problema no son las nuevas tecnologías, sino el contenido que los jóvenes ven y consumen con ellas. Taren Sanders, investigador del Instituto de Psicología Positiva y Educación de la Universidad Católica de Australia (ACU), y su equipo de expertos analizaron 2.451 estudios de casi dos millones de participantes de hasta 18 años de edad; y armonizaron todos los efectos en un trabajo 102 metanálisis, que se publica hoy en ‘Nature Human Behaviour’.
De ellos, se quedaron con 43 resultados que cumplían con sus criterios de certeza estadística, y los dividieron por sus consecuencias para la salud y para la educación. Estos resultados incluyen efectos como la depresión, la alimentación, la alteración de la composición corporal, la alfabetización, la comprensión lectora o el aprendizaje en general.
La conclusión a la que llegaron es que el contenido desempeña un papel importante a la hora de determinar los posibles beneficios o perjuicios de la exposición de los jóvenes a los medios de comunicación basados en pantallas. «De hecho, el uso educativo de las pantallas está positivamente relacionado con los resultados educativos», comentan en el estudio, prueban que han llevado a algunos investigadores a argumentar que se requiere un enfoque más matizado de las directrices sobre el uso de pantallas. «No deberían enfocarse en cuánto tiempo deben usarlos, sino qué ven durante los ratos y horas que utilizan los dispositivos electrónicos», explica Ismael Sanz, profesor de la Rey Juan Carlos y experto en Educación.
En lo que respecta a la salud, descubrieron que la publicidad digital aumentaba la ingesta de alimentos poco saludables y el consumo de pornografía a edad temprana. Además, el contenido de redes sociales se asociaba a un ligero aumento del riesgo de depresión. Sin embargo, otros resultados sugerían que una exposición prolongada podría no tener efectos adversos sobre la salud mental de los niños —y podría, de hecho, beneficiar su bienestar— siempre que «la exposición no alcance niveles extremos, como más de 7 horas al día».
En el caso de los videojuegos, las pruebas mostraron que jugar a ellos durante jornadas maratonianas podían empeorar la composición corporal, provocando sobrepeso por el sedentarismo o dolores en la espalda por mantener una mala postura.
Con el impacto en la educación, los investigadores se toparon con una curiosidad: su efecto cambiaba dependiendo del dispositivo que se usaba por encima del contenido que se consumía. Es cierto que encontraron evidencias que relacionaban un peor rendimiento académico y una pobre alfabetización por ver la televisión en general. Sin embargo, también hallaron pruebas de que si el contenido del programa era educativo o si el niño veía el programa con uno de sus padres, esta exposición se asociaba con una mejor comprensión lectora.
Por otro lado, cuando en la consola se jugaban videojuegos que estaban diseñados específicamente para la educación, como enseñar matemáticas o aprender historia, beneficiaba al aprendizaje. Dispositivos como pizarras interactivas o libros electrónicos también mejoraban enormemente el aprendizaje y la comprensión lectora. A pesar de las conclusiones del estudio, los expertos advierten de que no se debe bajar la guardia. «Todavía queda mucho por hacer, pero queda casi evidente que no se debería asociar negativamente el uso de las pantallas con aspectos perjudiciales para los jóvenes, o al menos no a la ligera», concluye Ismael Sanz.
Javier Palomo, ABC