Gastad, gastad malditos

Hiperinflación en Venezuela

Un plan que promete la recuperación mediante gasto y que no contempla reformas estructurales de la administración del Estado es un plan de enterramiento de la economía.

“Prometí 800.000 puestos de trabajo y mi gobierno destruyó 800.000 empleos. La realidad me calló para siempre. Porque son los empresarios quienes crean las oportunidades laborales, no el Estado” Felipe González

Esta semana se ha presentado el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía española, nombre a la altura de la pomposidad que Sánchez y su gobierno requieren en todas sus acciones. Con un eslogan impactante, España puede, que sustituye, 60.000 muertos más tarde, un millón y medio de desempleados adicionales después y un 15% más pobres al olvidado Salimos más fuertes de mayo.

Sabemos que los muy ricos son hoy aún más ricos que en 2017. No hay que buscar la razón en el neoliberalismo que nos invade, en la explotación de los trabajadores, sino en las políticas de gasto de los gobiernos, que no hacen sino generar deuda que los mercados absorben como caníbales, arropados por los bancos centrales. Tiempo atrás, esos mismos bancos centrales eran los guardianes de la ortodoxia. La ortodoxia, en economía, se basa en algunas ideas muy sencillas: no se puede gastar indefinidamente lo que no se tiene, hay que guardar para los malos tiempos… Eso ya pasó a la historia, y todos los bancos centrales, dirigidos por altos funcionarios del Estado más preocupados por mantener su cargo que por su independencia, se afanan en la tarea de salir de la crisis aplicando las mismas recetas que nos han metido en ella.

Kristalina Georgieva, directora gerente (presidenta) del Fondo Monetario Internacional, mandaba en abril pasado un mensaje muy claro: “Gasten todo lo que puedan, pero guarden los recibos, no queremos que la transparencia y la rendición de cuentas queden atrás.” El otrora martillo de herejes, el Cerbero de la ortodoxia que socialdemócratas, socialistas y comunistas trataban de ahuyentar con el azufre del gasto, recomienda hoy aplicar las mismas medidas que llevan aplicando los principales gobiernos del G20 desde hace años. Así, sólo Alemania, de entre los grandes, mantiene políticas de estabilidad presupuestaria, con niveles de deuda por debajo del 60% del PIB. Francia lleva más de cuarenta años consecutivos sin lograr el equilibrio en sus cuentas públicas, con una deuda pública que alcanza el 98% del PIB; Italia, otros tantos, con más de un 134% de deuda. El último año que Japón ingresó más de lo que gastó, un magro 0.59%, fue en 1992; su deuda pública alcanza el 235%. El Reino Unido ha alcanzado superávit en sus cuentas públicas sólo en cinco de los últimos cuarenta años, y una deuda del 85% del PIB. Incluso los EE. UU., el campeón del neoliberalismo para tantos, presenta peores cifras que el Reino Unido, con sólo tres años de superávit en los últimos cuarenta, el último de ellos hace veinte años, y una deuda de más del 5,6% sobre el PIB, que representa más de 1,1 billones de euros.

Tal dependencia de los “estímulos”, el sinónimo buenista del gasto, señala a las claras el dopaje al que está sometido nuestro sistema financiero.

Tan falsa es la recuperación como falsa es la fortaleza de los mercados, en máximos históricos pese a la crisis del C19; cuando Trump, aún convaleciente de su enfermedad, comunicó el pasado día 7 que cerraba el grifo de los estímulos, el derrumbe fue tan brutal como repentino, pasando de una subida del 0.6% a una caída del 0.9% en sólo diez minutos. Cuando, preocupado por la reacción de los índices, da marcha atrás en su posición reclamando un “big deal” (vaivenes tan habituales como intervencionistas a los que nos tiene acostumbrados), los mercados asiáticos y los futuros del Dow se disparan al alza. Tal dependencia de los “estímulos”, el sinónimo buenista del gasto, señala a las claras el dopaje al que está sometido nuestro sistema financiero. Nos recuerdan que Keynes pedía gastar en la fase mala del ciclo económico para amortiguar la caída, pero se olvidan del párrafo en el que pedía aplicar el ahorro generado en la falsa alcista para hacerlo. Ninguna economía puede sobrevivir endeudada de por vida, por mucho que el de Cambridge despreciase las consecuencias futuras con su “a largo plazo, todos muertos”, algo que Niall Ferguson atribuyó a su falta de descendencia.

U.S. benchmarks

Mientras eso ocurre en todas las economías avanzadas del mundo, Sánchez presenta su plan de recuperación basado en cuatro ejes fundamentales: gastar, gastar, gastar y gastar. Da igual que sea en transición ecológica, en cohesión social y territorial, en digitalización o en igualdad de género. Lo importante son los 140.000 millones que Sánchez promete que vendrán de Europa, sin estar aún aprobados y obviando que la cifra real, deduciendo las reducciones en distintas partidas, será inferior a los 90.000 millones. Un plan que promete 800.000 empleos sin contar con los empresarios, como declaró el presidente de CEPYME, es un brindis al sol. Un plan que promete la recuperación mediante gasto y que no contempla reformas estructurales de la administración del Estado es un plan de enterramiento de la economía, porque basarlo todo en el gasto y en la deuda no es más que, empleando terminología de rugby, una patada a seguir.

Seguir planteando, en el siglo XXI, que debe ser la Administración el motor del cambio tecnológico es creer en el subsidio como medio de progreso. Por supuesto, el Plan de Sánchez no sólo no apoya a las personas, a los empresarios creadores de empleo, sino que pretende, una vez más, machacar a impuestos a todos cuando promete “una Modernización (con mayúscula en la nota de Moncloa) del sistema fiscal incrementando la progresividad y redistribución de los recursos para lograr un crecimiento inclusivo y sostenible.” Como diría el profesor Rodríguez Braun, paga Ud., señora.

España saldría más fuerte, prometió el presidente en mayo. Ahora, meses después, con la mayor crisis social, sanitaria y económica desde la Guerra Civil, nos dice que España puede. Y sin duda podrá, pero con él fuera de Moncloa. Entonces, y sólo entonces, podremos plantearnos el cambio que necesita el país.

Vozpopuli