Dicen algunos negacionistas que el coronavirus no existe. Es bastante peor que eso: no se conoce su genoma.
Hay varios artículos publicados en revistas científicas que aparentan lo contrario, pero no aportan nada de lo que cabía esperar, empezando por el que los “expertos” toman como canon, que es del de Na Zhu publicado el año pasado en el New England Journal of Medicine (1).
Es el núcleo de cualquier debate sobre el coronavirus y la pandemia. Si no se conoce la composición genómica del coronavirus, no tiene sentido hablar de la prueba PCR, ni de “positivos”, ni “casos”, ni “brotes”. Tampoco tiene sentido hablar de cepas o mutaciones, por más que desde el inicio de la histeria proliferan los estudios seudocientíficos sobre dichas variantes.
En las bases de datos de coronavirus aparecen casi medio millón de secuencias genéticas diferentes que dicen representar a otras tantas cepas del mismo virus. Esas secuenciaciones tienen una cosa en común: no se han obtenido de un tejido orgánico. Lo que los científicos consideran como tal es un ensamblaje que realizan los programas informáticos a partir de las bases de datos de genomas de virus.
En un estudio publicado en junio del año pasado (2), los investigadores de los CDC (Centros de Control de Enfermedades) admitieron que sólo habían tomado 37 pares de bases de un genoma, que tiene un total de unos 30.000 nucléotidos. Eso significa que sólo el 0,001% de la secuencia genómica del coronavirus procede del mundo real, de muestras de tejido orgánico. El resto ha salido de un ordenador.
Si alguien está preocupado porque el virus de haya “escapado” de algún laboratorio misterioso, debería preocuparse mucho más al saber que se ha “escapado” de un ordenador.
La misma preocupación debería mostrar si le dicen que hay medio millón de variantes distintas de perros o gatos.
Lo que los “expertos” consideran como genoma del coronavirus deriva del mismo vicio que sacude a grandes sectores de la ciencia moderna: la informática. Las secuencias no se han extraído de la realidad sino de un ordenador o, al menos, se completan gracias a él. Se trata, pues, de modelos informáticos en los que hay un poco de todo. Incluso es posible encontrar secuencias que forman parte del genoma humano o que los virus comparten con los seres humanos.
Desde su descubrimiento por June Almeida en 1964, se han obtenido numerosas micrografías del coronavirus. Las imágenes revelan que su tamaño es extremadamente variable. Según Zhu, el ancho de banda oscila de 60 a 140 nanómetros, más del doble. Es como encontrar un ser humano de 1,70 de altura y otro de 4 metros. Pero incluso se han encontrado coronavirus, reales o supuestos, con tamaños inferiores o superiores a los límites establecidos por Zhu.
Es más que evidente que, tanto por el genoma como por el tamaño, cuando muchos científicos hablan de coronavirus aluden, en realidad, a partículas orgánicas de muy diferente tipo que, en ocasiones, ni siquieran son virus.
(1) A Novel Coronavirus from Patients with Pneumonia in China
(2) Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2 from Patient with Coronavirus Disease
https://www.youtube.com/watch?v=k9cMplxWvqg