Tú le puedes pedir a tu familia, amigos y compañeros —de la escuela o del trabajo—, que te llamen de una cierta manera, y si ellos acceden, perfecto. Tal vez te guste que te llamen con una palabra que has inventado, o tomada de un libro de ficción, un apodo, o con la palabra que fuera, y esto ha sucedido en toda la historia humana.
Alejandro III de Macedonia, fue mejor conocido como “Alejandro Magno”. Cayó Julio César Augusto Germánico, recibió el sobrenombre de “Calígula”. A Isabel I de Castilla se le identifica como “Isabel la Católica”.
En México, José Doroteo Arango Arámbula, un bandolero que se hizo jefe de la Revolución a inicios del siglo XX, se conoce como Pancho Villa. Al sangriento asesino argentino, Ernesto Guevara Lynch, se le motejó como “El Che”.
En la galaxia del rock, a Ozzy Osbourne se le nombraba “El príncipe de la oscuridad”. Al gran bajista de Red Hot Chili Peppers, se le conoce como Flea (pulga). En el futbol, a Lionel Messi se le ha identificado con ese mismo apodo: “La pulga”. En el baseball está “Mookie” Betts, cuyo nombre real es Markus Lynn Betts.
Hasta ahí todo bien. El problema inicia cuando quieres que el Estado obligue a todos, con leyes, a que te llamen como tú deseas, o a usar una larga lista de neologismos —palabras inventadas—, sustituyendo a otras, ya establecidas. Y más grave, si no lo hacen de acuerdo a tus expectativas, que reciban un castigo legal.
Además, peor aún, que el Estado deba gastar fortunas en imponer los caprichos lingüísticos de una minoría, por rabiosa que fuera, invirtiendo el dinero de nuestros impuestos en tales despropósitos de naturaleza totalitaria, en lugar de usarlos en seguridad, por ejemplo.
Pero vamos por partes. El así llamado “lenguaje inclusivo” se inventó en los convulsos años sesenta, por parte de grupos feministas, sobre todo, que pensaban que la mujer no tenía “visibilidad”, y que habría que dársela a través de modificaciones al lenguaje. Pero también grupos de afrodescendientes se sumaron y buscaron que la palabra “negro”, no fuera identificada con algo “negativo”.
Tales agrupaciones buscaban en un principio evitar la discriminación, pero a través de una herramienta que no se debe retorcer: el lenguaje. Debería entenderse que ningún idioma es en sí mismo discriminatorio, como algunos radicales alegan, diciendo que integra históricamente cargas patriarcales. El lenguaje no fue hecho para ofender a nadie. Se ofende sólo al usarse con una clara intención de ofender.
De esta manera, las feministas radicales quisieron empezar a imponer -por ley- el uso de un lenguaje más “neutral”, alejado del uso del género. Ejemplos de esto son las profesiones u oficios. Propusieron que en lugar de decir: “policeman”, se dijera: “police officer”; en lugar de “mailman”, que se usara: “postal worker”.
Se empezó a impulsar lo que se llama “desdoblamiento”: “Saludo a los venezolanos y a las venezolanas”; “démos la bienvenida a niños y niñas”. Eso no debería sorprender a nadie, puesto que en español se ha usado desde hace mucho: “señoras y señores”, o bien: “damas y caballeros”.
También se buscó imponer el uso del símbolo “@”. En lugar de escribir “todos y todas”, se empezó a escribir “tod@s”. Luego se quiso adoptar el uso de la letra “x”, o de la “e”: “todxs”, o “todes”.
En cuanto al uso de la palabra “negro” como negativo, se propuso por ejemplo, no usar “oveja negra” como sinónimo de alguien con mala conducta, usando mejor “renegado”. En inglés, no usar “blackmail”, sino usar “extortion”.
La ONU, que sin duda defiende una agenda globalista, y en no pocos casos es rehén de ciertos grupos que se autodefinen como “víctimas” o “vulnerables” y que buscan se les “reparen” supuestas afectaciones históricas luego de siglos en que sus antepasados las habrían sufrido, ha difundido guías de recomendaciones para el uso del “lenguaje inclusivo”.
Propone sustituir: “el refugiado”, por “la persona refugiada”; o bien, “el sobreviviente”, por “la persona sobreviviente”. También señalan que se debe cambiar el uso de: “los padres”, por: “los padres y las madres”, o por “las madres y los padres”.
La ONU dedica páginas web al “Gender-inclusive language”.
En España y América Latina, los gobiernos —de izquierda en su mayoría— han ido integrando el así llamado “lenguaje inclusivo” en sus discursos y comunicados oficiales.
En ciertos países se han promulgado ya leyes que prohíben el uso de un lenguaje “discriminativo”, aunque en los absurdos tiempos donde todo es sólo percepción, y la auto-percepción está por encima aún de la biología, es muy complicado saber qué podrá resultar ofensivo para alguien que se asume de entrada como “víctima”.
¿Debe el Estado imponer una forma de hablar a los ciudadanos? En México lo ha hecho para los trabajadores de gobierno. ¿Está eso dentro de sus cometidos? ¿No está violando los derechos humanos?
Al menos en una democracia que se precie de serlo, en una democracia liberal en sentido clásico (sin concesiones a las excepciones planteadas por el multiculturalismo), las autoridades no pueden forzar a nadie a pensar de una manera, ni a vestirse de una manera, ni a hablar de una manera. Todo eso viola los derechos humanos.
La verdad de las cosas es que el globalismo socialista es el que impulsa el “lenguaje inclusivo” en todo el orbe mediante instituciones a las que tiene postradas a su servicio. El concepto de imponer una forma de hablar a la gente es propio de una dictadura, del totalitarismo.
Un claro ejemplo de esto se expresa en el gran libro de George Orwell, 1984, donde la dictadura totalitaria del Partido obliga a todos a usar la “Neolengua”, con el objetivo de controlar los pensamientos y por tanto las acciones.
Los gobiernos e instituciones serviles al globalismo, llevan a cabo un verdadero atentado contra la libertad de expresión al buscar implantar una forma de hablar homogénea a nivel mundial.
Eso va mucho con su agenda: un solo gobierno, una sola religión, una sola moneda, un solo lenguaje. Es la vieja idea del “igualitarismo” —a la fuerza— de Marx, el “padre del odio”.
A los defensores a ultranza de ese “lenguaje inclusivo” hay que recordarles que es totalitario, socialista y antidemocrático. Es un “oficialismo lingüístico”. Nunca fue sometido a votación si deseábamos usarlo o no. Tampoco votamos a favor de este control del lenguaje.
Por lo tanto no se le puede llamar, tampoco, “incluyente”. ¿A quiénes “incluye”, si deja fuera a las mayorías”? Es, de fondo, muy excluyente. Y discrimina a todo aquel que piense distinto y se rehúse a usarlo en su vida cotidiana.
El problema es que ya muchas personas han perdido sus empleos en gobiernos y en universidades, tanto profesores como alumnos, por negarse a seguir el jueguito totalitario, impositivo, de esta neo-lengua orwelliana.
Ha llegado el día en que los gobiernos socialistas del mundo dejan de lado a las mayorías y cogobiernan con sus bases sociales electorales (con los supremacismos socialistas: el feminista, el homosexual, el afro-americano o indigenista). Que por supuesto son esos autollamados “grupos vulnerables”, que imponen a las mayorías sus condiciones e ideas, haciéndose las eternas “víctimas”.
Y ahora todos debemos pagar el precio de los supuestos maltratos históricos que habrían experimentados sus antepasados, de una u otra forma.
Proponemos ante esta situación que el uso de la neo-lengua inclusiva sea optativo, pero jamás obligatoria, de manera que nadie se vea sin trabajo para mantener a su familia, o echado de las aulas, sólo porque aún tiene pensamiento propio y disiente de usar todo ese retorcimiento de la lengua al que nos quieren someter.
Urge legislar en este sentido: que hable así quien quiera, pero se respete al que piense distinto. Al final del día, la “corrección” política es totalitaria.
Aún peor cuando hasta los bancos ya tienen en sus sitios web todo un apartado para quedar bien con estos enfadosos wokes neo-maoístas y proporcionan guías de tal neolengua a sus cuentahabientes. Es ridículo. No vamos al banco para ver sermones sobre cómo habremos de hablar.
Los gobiernos socialistas aplican estas estrategias de usos obligados del lenguaje para segmentar a la sociedad, para dividirla, para polarizarla, controlarla mejor y aceitar su base electorera con asistencialismo.
La neolengua orwelliana, o “lenguaje inclusivo” nació dentro de grupos asociados a lo que llamo el “marxismo civil”. No le llamo “marxismo cultural”, porque esta maligna doctrina es “cultural” en todas sus vertientes, en tanto que cultura es todo lo que hace el ser humano.
El marxismo original plantea la necesidad (sin otra opción) de hacer una revolución proletaria armada. Todo lo demás era descalificado como “burgués”. Como las izquierdas hoy ya no plantean una lucha armada, pelean entonces en todos los frentes, pero el objetivo siempre será polarizar a la sociedad, dividirla, segmentarla, y tomar el poder.
Así, el “marxismo civil” ya no es revolucionario, sino reformista: avanza en la medida en que logra imponer leyes socialistas. En ello coincide con el progresismo, cuyos grupos de minorías rabiosas presionan y cabildean para cuajar sus delirios y plasmarlos en las leyes.
De esta manera, la unidad de las derechas en Hispanoamérica es una prioridad, en defensa de la libertad de expresión y de pensamiento, de nuestros derechos humanos, para legislar en torno de la No-obligatoriedad de neolenguas y extravagancias para complacer a minorías que excluyen a las mayorías.