El ’emprecario’: Lo que queda del capitalismo después de pagar los impuestos

Emprecario

Silvio Lorusso se dio cuenta de que tal vez él mismo era un ’emprecario’ cuando un reportaje de un gran medio italiano lo presentó como un trabajador precario, no como un emprendedor. Pero ha descubierto que no está solo.

Hace unos años, uno de los grandes periódicos italianos entrevistó al escritor, artista y diseñador Silvio Lorusso para un reportaje sobre la juventud cosmopolita transalpina. Ante el periodista, Lorusso explicó que había estudiado en diferentes ciudades europeas (actualmente vive en Róterdam, pero ha pasado y colabora con universidades italianas, portuguesas y holandesas, como muestra su nutrido currículo), en qué consistía su trabajo de investigación doctoral (“los regímenes retóricos ocultos en los sistemas tecnosociales”) y, de pasada, reconoció lo mucho que le costaba encontrar trabajo en su país natal.

Cuando abrió el periódico, Lorusso se topó con una imagen en espejo con la que no esperaba encontrarse. En la fotografía, aparecía con una cara más triste de la que recordaba haber puesto, y el titular era “¿Qué ocurrió con nuestros sueños?”. “Para mi sorpresa, yo, que consideraba que controlaba mi propio destino, había sido reducido a una víctima, un mero hecho estadístico, un cliché generacional: me habían sacado del armario como trabajador precario”, explica. “Así que en lugar de hacer lo que normalmente haría (alimentar mi ego compartiendo el artículo en todas mis redes sociales), no hice nada”.

“Los emprecarios somos supuestamente independientes, pero es una falsa autonomía”

El reportaje, no obstante, siguió dando vueltas en la cabeza de Lorusso. ¿Y si efectivamente era un trabajador más precario de lo que pensaba, en lugar del burbujeante y polifacético joven que veía cada día al mirarse al espejo? En otras palabras, ¿era un emprendedor o un joven precario? Poco a poco, la disyuntiva comenzó a concretarse en un mismo concepto. Tal vez era ambas cosas, un emprendedor precario, parte del ‘emprecariado’ (en inglés, ‘entreprecariat’). Y quizá no fuese el único en esa situación. Es posible que todos seamos ya ‘emprecarios’ o lo vayamos a ser pronto, pues en esa encrucijada es donde se encuentran cada vez más trabajadores hoy, entre condiciones materiales de escasez y exigencias laborales semejantes a las del emprendimiento.

‘Emprecariado’ terminaría convirtiéndose en el título de su primer libro, que lleva el subtítulo ‘Todo el mundo es un emprendedor. Nadie está a salvo’. La tesis del italiano es que vivimos una disonancia cognitiva en la que todos hemos adoptado los valores de los emprendedores (aceptar el cambio, afinar nuestra productividad, ser eficientes, autoemplearnos, hacer ‘crowdfunding’, convertirnos en marcas), al mismo tiempo que vivimos de manera cada vez más precaria. El resultado, “una vida en permanente fase de prueba, a veces con implicaciones trágicas”. Hablamos con Lorusso para que nos guíe en el proceloso mundo del emprecariado.

PREGUNTA. Para que el lector lo entienda, ¿qué es el emprecariado? ¿Forma ya el lector parte de él, o terminará formando parte de él en algún momento?

RESPUESTA. El emprecariado es un campo en el que las demandas del emprendimiento se juntan con los procesos de precarización. Más que una clase social, como ocurre con el precariado, se trata de una condición que afecta a varias clases y a distintos estratos sociales. Podemos decir que somos emprecarios cuando nos referimos a la supuesta autonomía, es decir, la ‘fauxtonomía’ [juego de palabras con ‘faux’, falso, y ‘autonomy’, autonomía], así como cuando observamos esas mitologías de los fundadores de empresas tecnológicas que a menudo emergen de orígenes precarios o, por ejemplo, cuando vemos ‘Nomadland’, la película dirigida por Chloé Zhao que ha ganado el Oscar, en la que la dualidad entre libertad y dependencia se complica por las necesidades individuales y una economía informal solidaria.

P. ¿Pensamos que somos versiones ‘low cost’ de Elon Musk cuando en realidad no somos más que versiones venidas a más de la clase trabajadora industrial del siglo XIX?

R. Creo que utilizar el término ‘low cost’ es muy propio. En términos de autorrealización y aspiraciones, compartimos algunas cosas con Elon Musk como individuo. Por supuesto, la mayoría de nosotros no pensamos en ‘terraformar’ Marte, pero podemos leer los mismos libros que él lee; nosotros, como Elon, nos definimos a través de nuestro trabajo o la profesión que desempeñamos. Cuantitativamente, vivimos en dos planetas diferentes, pero, cualitativamente, el planeta es el mismo. Nuestras aspiraciones, como las de Musk, se manifiestan a través de inversiones, riesgos y costes; costes que en parte recaen en las nuevas clases trabajadoras, que se definen exactamente por el tipo específico de trabajo para el que se las subcontrata: el trabajo servil, que no libera tiempo colectivo, sino solo el tiempo de la gente que lo subcontrata.

P. El emprendimiento era algo propio de las clases altas: poseías el capital, poseías la empresa. Gracias al auge del emprecariado, ¿pensamos que hemos dejado de ser parte del trabajo para formar parte del capital?

R. Esta pregunta puede ser respondida tanto a través de los hechos como ideológicamente. La respuesta factual es que, en un contexto en el que las perspectivas de tener un empleo para toda la vida son cada vez menos probables, la dimensión emprendedora del así llamado capital humano gana importancia. Sin embargo, no deberíamos olvidar que esta disolución emprendedora del empleo deriva de un plan económico y político. Personas como Peter Drucker [conocido como ‘el padre del management’] despreciaron abiertamente a la estable clase trabajadora que tenía cierto poder y pidieron que viviésemos en una sociedad emprendedora.

“Las nuevas clases trabajadoras son a los que se subcontrata para tener tiempo libre”

P. El emprecariado, hoy por hoy, incluye sobre todo dos perfiles de trabajadores: las clases medias que trabajan en industrias creativas (como el periodismo o el diseño) y lo que solía considerarse clase trabajadora, que ahora son forzados a trabajar como autónomos (por ejemplo, trabajadores como los ‘riders’). ¿Nos encontramos ante un virus que se extenderá pronto a otras ocupaciones, desde los profesores a los banqueros?

R. Tienes razón cuando dices que esto se extenderá. Añadiría que no se trata únicamente de la forma legal de trabajo lo que cambiará, sino también su práctica material. En su libro ‘The Entrepreneurial Self’ [‘El yo emprendedor: fabricando un nuevo tipo de sujeto’], Ulrich Bröckling señalaba que el signo más evidente de la difusión de lo que llamaba el ‘yo emprendedor’ era el auge del ‘intraprendedor’, es decir, el empleado que está socializado para sentirse tan responsable de la empresa como si fuese el propio empresario.

P. “Los niños de hoy trabajarán en empleos que aún no existen”. ¿Esta mentalidad nos ha convertido en nihilistas que han perdido todo sentimiento de identidad y pertenencia relacionado con sus empleos?

R. A la mayoría de la gente no le gusta su trabajo, así que separar su individualidad e identidad de este puede ser algo positivo. Sin embargo, el marco mental al que te refieres tiene una consecuencia más peligrosa. Ya que los ‘trabajos que aún no existen’ deben aprenderse en cuanto emergen, el ‘aprendizaje a lo largo de toda la vida’, que generalmente se presenta como una actividad liberadora, se convierte simplemente en una herramienta para ser competitivo en el mercado laboral. Más que aprender, es actualizarse… Como si fuésemos un programa de ‘software’.

P. Los horarios de un empleado tienen límites. Sin embargo, un emprendedor no deja de serlo en ningún momento. ¿Nuestra condición de emprecarios nos ha hecho perder el control de nuestro tiempo?

R. Dentro del emprecariado, uno tiene que dedicar una parte sustancial de su tiempo a gestionar su propio tiempo. Los autónomos y pseudoautónomos necesitan negociar continuamente su tiempo. Por lo tanto, se ha producido una explosión de calendarios sincronizados, de llenar y rellenar formularios de Doodle para encontrar una fecha que le cuadre a todo el mundo, conflictos entre zonas horarias, etc. Todo esto es trabajo, es un esfuerzo cognitivo que requiere orden y disciplina contra el caos de la realidad. El mero intento de controlar el tiempo se convierte en un esfuerzo que consume cada vez más tiempo y que puede contribuir, paradójicamente, a su pérdida de control.

P. Cuando formas parte del emprecariado, no puedes hacer planes, no puedes pensar en el futuro. ¿Necesitamos más visiones de un futuro esperanzador y seguro en nuestras vidas, un futuro que no esté determinado por la incertidumbre, aunque recuerde al viejo estado de bienestar?

R. No estoy seguro de que el estado de bienestar vaya a volver en el futuro inmediato, pero esa idea, la de los planes, es algo que debemos recuperar y enfatizar. De nuevo, la cuestión se encuentra en la autonomía: ¿cómo nos aseguramos de que los individuos sean capaces de verdad de diseñar su propio proyecto de vida en lugar de que tengan la sensación de que meramente lo están confeccionando? La incertidumbre no se puede evitar por completo, pero esto no significa que un futuro incierto sea a la fuerza una vida sin significado. La vida no debería ser una serie de elementos al azar. Necesitamos una política del plazo medio y del largo plazo.

“Medidas como la semana laboral de cuatro días son más relevantes que nunca”

P. Desde la pandemia, han aparecido cada vez más libros sobre las trampas de la vocación y el tema ha despertado un interés renovado. ¿Crees que ha cambiado algo desde entonces, que la gente se ha dado cuenta de que no les gustaba tanto su trabajo como pensaban, sino otras cosas asociadas con el propio trabajo?

R. Es difícil decirlo. Vivo en una burbuja de gente que ya era escéptica del trabajo como una vocación incluso antes de la pandemia. Sin embargo, junto con el distanciamiento físico del lugar de trabajo, tal vez la pandemia también ha traído una ‘distancia crítica’ del trabajo, es decir, nos hemos dado cuenta de que la configuración de muchos trabajos actuales no es de ninguna manera natural. En este sentido, las demandas culturales y políticas como la semana de cuatro días y el derecho a desconectar son más relevantes que nunca.

El Confidencial